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Marcelo Gidi, el «policía» de los jesuitas en el Vaticano PAÍS

Marcelo Gidi, el «policía» de los jesuitas en el Vaticano

Felipe Saleh
Por : Felipe Saleh Periodista El Mostrador
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Es el jesuita chileno con más llegada al Papa. Hace más de 20 años que conoce los pasillos del Vaticano, primero como estudiante y ahora como profesor y doctor en Derecho Canónico. Hoy con fama de duro, pero en su momento no mostró la misma decisión para denunciar al exprovincial de la congregación, Eugenio Valenzuela, cuando una de las víctimas le pidió consejo.


«Una buena definición de él, y especialmente de lo que está haciendo ahora, es el (personaje) del padre García, que aparece en la película El Club, guardando las proporciones, porque se trata de una representación artística”, afirmó un sacerdote de la Compañía de Jesús que ha compartido durante años amistad con Marcelo Gidi (56).

En efecto, el personaje interpretado por Marcelo Alonso, en la película de Pablo Larraín, está caracterizado con varios rasgos de Gidi: barba y pelo negro, ropa sencilla, alto. Con un discurso entre afectivo y doctrinario, el personaje llega a intervenir la casa en la que vive con un grupo de sacerdotes y, tras compartir con ellos, determina que deben cumplir una condena por los crímenes que han cometido. Una sanción muy fiel a la realidad, una condena religiosa.

Gidi entró al gran tema de los abusos en la Iglesia nada menos que como el “promotor de justicia” que investigó las denuncias de abusos sexuales contra el exsacerdote Cristián Precht, una personalidad “inmaculada” de la Iglesia católica chilena por su destacada labor durante la dictadura en defensa de los Derechos Humanos.

[cita tipo=»destaque»]Aunque hay antecedentes de que en un momento pecó de omisión al no denunciar las situaciones criminales de que tuvo conocimiento, hoy tiene fama de duro e inflexible y, por eso, tiene el encargo del Vaticano de estar constantemente monitoreando la situación de todas las congregaciones en Chile en materia de prevención y castigo de abusos, especialmente sexuales. “Es una especie de policía que vigila desde Roma”, aseguró un sacerdote cercano a Gidi.[/cita]

La guerra contra Ezzati

El Vaticano, luego de la investigación realizada a partir de 2012, determinó que Precht fuera suspendido y después expulsado del sacerdocio, caso con el que el poder de Marcelo Gidi en la matriz de la Iglesia quedó en evidencia.  Especialmente, porque en primera instancia la indagatoria de Gidi determinó que no pudieron comprobarse abusos, pero sí la falta de Precht a sus deberes sacerdotales y al voto de celibato.

Ese mismo año, Marcelo Gidi demostraba ser una de las personas más confiables para encabezar investigaciones a sacerdotes connotados. Fue también el encargado de iniciar la indagatoria de orden canónico contra el cura John O’Reilly, que no es jesuita sino Legionario de Cristo y fue acusado de abuso sexual contra una menor del Colegio Cumbres.

Gidi entregó la investigación a sus superiores en agosto de 2013, pero el proceso quedó estancado hasta 2018, después de que O’Reilly fuera condenado por la justicia civil y expulsado de Chile. El año pasado Gidi explicó las razones por las cuales esta indagatoria eclesiástica contra uno de los sacerdotes preferidos de la elite, se mantuvo tanto tiempo detenida.

«Hubo confusión entre acá (Roma) con la Congregación de la Doctrina de la Fe, y allá (Chile), con el Arzobispado o la Congregación de los Legionarios, quienes tenían que llevar adelante el proceso. O’Reilly, como es religioso, le corresponde a su congregación, pero la investigación previa la hizo el Arzobispado de Santiago. Ahí se generó toda esta problemática. Nadie actuó, y acá, como están sobrepasados de trabajo, no se dieron cuenta. Hasta que llegó a las noticias lo que pasa con esto y ahí se reactivó y se dieron cuenta de que nadie estaba haciendo nada», dijo a revista Sábado. En esa misma entrevista admitió  que recibió presiones por parte de familiares y cercanos a los investigados (Precht y O’Reilly), «por eso es importante que en un inicio todo sea secreto, así se trabaja más tranquilo», puntualizó.

Aunque habla un italiano con acento chileno, Gidi hace más de 20 años se mueve como un local en la sede romana. A diferencia de otros jesuitas, cursó sus estudios de teología desde 1991 en la misma universidad Gregoriana en Roma, donde hoy imparte clases, una privilegiada cantera de contactos. Esto le permitió, por ejemplo, ser un portavoz informal para los medios y la Iglesia católica sobre las decisiones que tomaría el Papa, cuando este llamó al Vaticano –en abril de 2018– a todos los obispos chilenos, lo que devino en una renuncia masiva de los integrantes de la Conferencia Episcopal de nuestro país.

Gidi es uno de los favoritos de los medios de comunicación chilenos y, como tal, dio entrevistas a las cadenas de radio y diarios explicando tanto las intenciones como las posibles decisiones del Papa ante la crisis que atraviesa la Iglesia católica nacional, esto, sin tener un cargo de vocería o algo parecido.

Otra muestra de su poder, muy al estilo eclesiástico, sin estridencias ni frases agresivas, ocurrió en 2015. Apareció en los medios de comunicación criticando la decisión del cardenal Ricardo Ezzati de no renovar la cátedra en la Universidad Católica a su compañero jesuita Jorge Costadoat, por sus opiniones críticas sobre la situación de la Iglesia católica. Aunque esta razón fue negada en público, Gidi se atrevió a cuestionar la decisión de Ezzati: “Tiene derecho a tomarla (…), pero no entiendo cómo se puede poner en juego dos libertades que apuntan a una misma finalidad: la formación de los nuevos sacerdotes”.

Con estas palabras quedó al descubierto la mala relación entre Gidi y Ezzati. No fue la única vez que se enfrentaron. En octubre del año pasado, en una edición de la revista Sábado, apareció una foto de Gidi serio, con cara de calvario y la siguiente frase: “Ezzati tiene que aclarar toda su participación en todo lo que se le imputa, porque mientras no se aclare eso, las pedidas de perdón de él no tienen llegada, no son acogidas por nadie. Guardar silencio es su derecho y yo respeto su derecho, pero lo que conviene hoy es ir más allá de la ley y decir: ‘A ver, ¿qué es lo que necesitan las personas que se han visto dañadas por mí?, ¿qué yo hable o no hable?’. ¡Que hable! Y tomar medidas”, sentenció en esa oportunidad.

“No pongo en duda su gran conocimiento en derecho canónico, pero cometió el error, el pecado de muchos, de mirar y pontificar hacia afuera, sin mirar lo que había adentro. Ahora que la Iglesia está en el suelo, es fácil pedir explicaciones y condenas”, afirmó un sacerdote coetáneo de Gidi.

Hijo de vecino

Existe por lo menos un caso en que parte de la evidencia apunta a que Gidi, mientras residía en Chile, no hizo nada para afrontar un caso de abuso. En la investigación publicada por El Mostrador el 31 de octubre de 2018, sobre cómo se manejó el caso de abuso del exprovincial jesuita Eugenio Valenzuela, aparece el testimonio de una de las víctimas. Con su nombre cambiado, Eduardo relató que se acercó a Marcelo Gidi para pedirle consejo sobre cómo proceder. Gidi le habría dicho: “No puedes esperar tú que cualquier hijo de vecino nos diga qué tenemos que hacer nosotros”. Valenzuela fue apartado de su cargo en 2013 por “conductas imprudentes”.

Ciertamente, Marcelo Gidi Thumala no es cualquier hijo de vecino. Esto, aunque afirme en una entrevista, para estimular vocaciones sacerdotales, que la vida en provincia le ayudó a tratar de igual forma con “el médico, el manicero o el chofer”. Pertenece a una próspera familia de comerciantes de Linares; hay una escuela y una población en la ciudad que quedaron con su apellido, gracias a que la familia donó los terrenos donde se construyeron. Por su casa –según ha relatado– pasaron durante sus respectivas campañas presidenciales Eduardo Frei Montalva y Salvador Allende. También lo hizo Augusto Pinochet.

Fue un niño mimado y revoltoso, según él mismo ha descrito. Estudiante mediocre, egresó del colegio con promedio 5,4. Fue seleccionado nacional de voleibol y gracias a un cupo deportivo entró a estudiar Derecho a la Universidad de Chile. No terminó. En los patios de la facultad conoció a un par de amigos que lo convencieron de participar en misiones de voluntariado jesuita. Ha contado que le daba arcadas lavar platos o usar una letrina, pero la Iglesia sin sotana de los jesuitas le gustó y, luego de un viaje epifánico a San Francisco para ver los Juegos Olímpicos de Los Angeles 1984, decidió que sería sacerdote.

Estudió en Roma y lo ordenaron en 1996. Gidi, según ha dicho, dejó su fama de “prendado por Cupido” que consigna el anuario de su colegio y el gusto por el baile, que no está permitido por la congregación, para partir al Vaticano, donde finalizó leyes y ahora tiene un doctorado en Derecho Canónico.

En Chile, fue profesor de la Universidad Católica en la Facultad de Teología. Pero además de formar sacerdotes, se acercó a la familia de un vecino prominente. Durante cinco años fue el consejero espiritual de María Noseda, la viuda del empresario Anacleto Angelini, hasta que la señora murió en abril del 2018. Fue una habitual donante de instituciones de beneficencia y entregó $1.500 millones a la Fundación Belén Educa –que gestiona 11 colegios–, mientras Gidi formaba parte de su directorio.

Aunque está instalado en Roma, Marcelo Gidi ha seguido muy de cerca la situación que afecta a la Iglesia católica chilena y a su propia congregación, los jesuitas. Es muy amigo del último provincial, Cristián del Campo, y una posibilidad es que este –al entregar el mando– se vaya a trabajar con él en Roma. Dicen que fue Gidi el que habría recomendado la asesoría del abogado Waldo Bown, que ha investigado a los miembros de la Compañía de Jesús acusados de abuso, incluyendo a Renato Poblete.

Aunque hay antecedentes de que en un momento pecó de omisión al no denunciar las situaciones criminales de que tuvo conocimiento, hoy tiene fama de duro e inflexible y, por eso, tiene el encargo del Vaticano de estar constantemente monitoreando la situación de todas las congregaciones en Chile en materia de prevención y castigo de abusos, especialmente sexuales. “Es una especie de policía que vigila desde Roma”, aseguró un sacerdote cercano a Gidi.

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