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Radiografía cervical a los partidos políticos Opinión

Radiografía cervical a los partidos políticos

Eddie Arias Villarroel
Por : Eddie Arias Villarroel Sociólogo. Vecino del Barrio Yungay.
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El capital y su organización mundial reducen los espacios de la política a efectos de orden técnico, la someten a un enjuague de toda su solidez discursiva, dejándola en un espacio procedimental y metodológico. Su captura de sentidos cede a un discurso que volatiliza los imaginarios sociales, dejándolos como efectos de exhibición sin fondo. Esa es una imagen reticular de íconos y no de sujetos y sus historias.


Los partidos políticos que se plantean como enclaves político-culturales de la vida nacional son una trama costumbrista tradicional que tiene más de cien años en la historia de las representaciones gubernativas.

Cuando la gente dice que «así es la política”, se refiere a un tradicionalismo asociativo por intereses bien definidos, que se sitúa en un sitio de privilegio de la sociedad. Un enclave delegativo que, se supone, discute las grandes cuestiones de la nación y las más pequeñas y de interés común. Son la política y su realismo los que definen las disputas de poder al interior del andamiaje de los partidos.

Son sus correlaciones internas las que pueden definir constelaciones país, son neurálgicos, aunque estén en su periodo de menos crédito, un desprestigio casi fundacional, y esta es una señal que debería captarse. El quiebre del binominal se situó como un bálsamo, pero la distancia con la ciudadanía no logra salir de un formalismo muy tibio.

La hermenéutica del realismo fragmenta la política destruyendo su identidad como articulación moderna del sentido de la sociedad, la representación de lo político deja de otorgar un sentido proyectual de la sociedad y se diluye como un campo reducido, perimetralmente la política teje el velo de la jaula, la política se desvanece como rayo de luna y debe buscar otros cauces.

Son necesarias nuevas relaciones sociales con nuevos espacios sociopolíticos para que estas fluyan, el problema es que se ha instalado una cultura del establishment que debe ser sobrepasada. La geología de la política perdió la sustancialidad física de su peso histórico y se transformó en un líquido tectónico.

La política parlamentaria se hace muy endogámica, hay conectividades técnicas con las cuales se ofrece un quehacer y una vinculación con actores, pero aún reviste una constelación estrecha que requiere una política más cotidiana.

Una política como filosofía cotidiana de la reconstrucción de la sociedad. Porque la primera tarea de la política es la reconstrucción de la sociedad como totalidad simbólica y no como una fragmentación minimalista.

[cita tipo=»destaque»]Es necesario subvertir el orden con una revolución nacional de lo público, que es un espacio donde las tradiciones políticas pueden debatir sus visiones, generar un espacio en el relato político-cultural que permita validar los grandes intereses de la nación de nuevo en un marco histórico distinto.[/cita]

La política envuelta en su papel de ficción se muestra, a través de los diversos escándalos judicializados, como un espectáculo digno de un humor negro, hay un dejo picaresco que la traduce a un lenguaje de revista.

Y de ahí el guión del humor nos predice una contracción aún mayor en el eje de las participaciones del fenómeno eleccionario. Se reduce, por tanto, también la legitimidad de las formas de reproducción de la política, lo que pone otro factor de crisis, pero como las “cosas” viven en crisis, la crisis es un hábitat.

En el terreno de las indefiniciones, la política ya no teje horizontes sino mercados para la política, en vez de construir una política para construir país. Ahí debe estar la política, en la gran política.

La conquista del mercado de núcleos hegemónicos de la mayoría de los partidos políticos determina una compleja cohabitación con dinámicas valóricas enlazadas con la cristalización de una democracia de mayores rasgos de intensidad, es decir, una democracia que se parezca más a sí misma, una democracia realmente democrática.

El mercado ha mostrado su voracidad mercadotécnica, instalando tentáculos vertebrales que mueven los hilos de la madeja para tejer un país a su medida, a la medida de una política de estrechos vericuetos.

La internacionalización fetichista ha instalado una política de la oportunidad y una acción que no distingue parámetros de probidad, el alma republicana queda relegada a su fantasma, y todo es una escena de cursilería.

Los operadores actúan sobre la red burocrática y reemplazan las diplomacias institucionales por una red de intereses particulares que se articulan como discurso público. Ahí intervienen los oradores universitarios que flirtean los cuerpos conceptuales epocales y juegan a la estetización de un proyecto antiguo.

La política epocalmente pierde una imagen axiológica que la relacionó con los grandes sueños de la nación, y la creencia de que, a través de ella, los relatos populistas, los relatos izquierdistas, los relatos de la propia derecha apelaban a una idea de nación, no transformaban a la política en una gerencia administrativa, en un modelo de gestión, sino en la realización de grandes obras, formas que hablaban de una construcción de nación.

Las visiones desarrollistas que eran materia de teoría en las ciencias sociales, daban sentido criollo a las formas de construir país, había una visión de Estado nacional.

Ahora en tiempos de un mercado globalizado los flujos del capital no tienen espacio estático, están moviéndose de manera constante a través del capital financiero, la estructura del mundo esta monopolizada por los entes económicos del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.

El capital y su organización mundial reducen los espacios de la política a efectos de orden técnico, la someten a un enjuague de toda su solidez discursiva, dejándola en un espacio procedimental y metodológico. Su captura de sentidos cede a un discurso que volatiliza los imaginarios sociales, dejándolos como efectos de exhibición sin fondo. Esa es una imagen reticular de íconos y no de sujetos y sus historias.

La política no estructura un relato, se construye a través de eslóganes que representan ciertos hitos y ritos de los discursos históricos, uno o dos pastiches que resuman un sentir, y con eso instalan una maquinaria electoral calculada hasta el último centímetro.

La reinstalación de contenidos constituyentes del debate nacional puede ser relieve interesante en la plana orografía nacional, la discusión sobre “la anulación de la Ley de Pesca” abre caminos de debate fundamental sobre el sentido del asunto.

No abunda la problematización del sentido neoliberal, por tanto, el eje de la discusión no es parte de un nuevo orden, sino de la reiteración por otros matices, y otras técnicas, del mismo orden.

Es necesario subvertir el orden con una revolución nacional de lo público, que es un espacio donde las tradiciones políticas pueden debatir sus visiones, generar un espacio en el relato político-cultural que permita validar los grandes intereses de la nación de nuevo en un marco histórico distinto.

Un orden que ha perdurado a la dictadura, que estructuró su dominio bajo ella, con sus recursos represivos, y que en postdictadura se legitimó en un amplio espectro cultural. Fue la fusión perfecta entre el arcoíris y la noción decimonónica del Estado mínimo.

Ahí se licuó toda la solidez de los relatos, se fraguó un plástico barato sin arquetipos. El gatopardismo fue un primer eje de reputación complejo, para pasar a una política como subsistema del mercado, la política como una sinopsis de promesas publicitarias, que son la expresión de un vaciamiento de toda densidad que alguna vez construyó los grandes relatos de la sociedad.

La disolución de los relatos y la captura del mercado obedecen a una misma dimensión de un problema para los partidos políticos y su crisis. La despolitización de la política y la politización de la sociedad civil son una interpretación que refleja este conflicto central, la ebullición de actores civiles y su puesta en escena (2011), reflejan una pérdida de influencia en el seno de la sociedad, es un rasgo que encapsula a la política, dejándola en una funcionalidad formal.

Instalar otra conexión supone abrir la política, y darle una sustentación que restablezca fuertes lazos con la sociedad civil, que construya su legitimidad ahí, supone un cambio de eje en la forma de hacer política.

Una política más ciudadana y local, territorial. La política es algo que debería partir de nuevo desde abajo como sentido, que es como ocurren los procesos sociales, una política conectada. Haciendo política, no repitiendo la política, sino haciendo una política nueva.

Cómo obtener resultados nuevos si hacemos las mismas cosas, hay que rehacer la política rehaciendo los espacios de la sociedad para que esta surja. Cuando hablamos de espacios, hablamos de una concepción de matriz nueva, hablamos de opciones que marcan un diseño país y este diseño en Chile llegó a una crisis donde se puede perpetuar porque el modelo no se derrumba en la legitimidad de su acumulación y flujo del mismo capital, la estructura sigue aceitada, pero su credibilidad pública abre espacios para construir una política populista o una política proyectual y compleja que tome el desafío de cómo el país se inserta en este siglo. Tenemos caminos dispares que se abren hacia lo ancho y angosto.

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