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Roberto Ampuero desde Berlín Oriental a la Enade: esa magnífica habilidad para estar cerca del poder En Cuba estuvo casado con la hija de uno de los sicarios de Fidel, apodado “Charco de Sangre”

Roberto Ampuero desde Berlín Oriental a la Enade: esa magnífica habilidad para estar cerca del poder

De residente en el acomodado barrio habanero en Miramar, reservado a los jerarcas del régimen, el escritor pasó a ser parte de la exigua armada intelectual de la derecha, convirtiéndose en una voz respetada para los empresarios y en posible candidato al Senado por alguna circunscripción en el norte.


No pasó inadvertido el discurso de Roberto Ampuero en el último encuentro de Enade en CasaPiedra. El escritor y ex embajador en México de Sebastián Piñera fue ovacionado al final de su intervención en el foro empresarial más importante del país. Con el pie forzado de una canción de Phil Collins, «In The Air Tonight», Ampuero consiguió que algunos aplaudieran de pie su alocución que alertaba sobre el «clima» que, a su juicio (y el de los empresarios), ha generado un aire enrarecido en el país.

«No me gusta nada y me inquieta mucho este incipiente clima de odios que comienza a envolver a Chile. No olvidemos que los chilenos tenemos la mecha corta para discutir y que el país carece de la quilla profunda que garantiza estabilidad en medio de la tormenta. Contamos con una agravante: muchos ya conocimos, hace más de cuatro décadas, una etapa semejante, un crepúsculo que comenzó de forma imperceptible como ahora, y desembocó en la pesada noche de una tragedia nacional y, posteriormente, en un extenuante proceso de reconciliación nacional, aún inconcluso, una tragedia cuyas heridas aún no cicatrizan y que algunos –apoltronados en el cálculo político mezquino– se empeñan en reabrir y exponer», dijo en una parte del discurso.

«Lo digo derechamente: el clima de crispación, polarización y violencia verbal que vivimos hoy nos impide ver el presente y soñar un futuro conjunto con nitidez y de modo objetivo, y se asemeja en exceso a un déjà vu para mi generación. Sí, amigas y amigos, esto de vivir bajo un gobierno elegido democráticamente que se plantea reformular estructuralmente el país yo ya lo viví cuando tenía 18 años. Algo así ya lo experimenté en mi juventud. Yo ya viví un proceso parecido: vertiginoso, irreversible, efervescente, con banderas y consignas al viento, donde una minoría aspiró a construir un Chile nuevo en nombre del ‘pueblo’ y a partir de un programa de 80 medidas sacrosantas, que constituían una suerte de verdad revelada», continuó en su intervención que está disponible aquí.

Ampuero efectivamente fue testigo de primera fila de los vertiginosos acontecimientos en los años 70, pero lejos de ser un actor marginal y más allá de los colores, estuvo siempre cerca del poder.

En rigor, Roberto Ampuero Espinoza es hijo de una familia porteña de clase media con orientaciones políticas de derecha. Egresó del Colegio Alemán de Valparaíso donde aprendió el idioma germano.

Se matriculó en Antropología Social y Literatura en la Universidad de Chile. Eran tiempos en que el mundo parecía girar violentamente hacia la izquierda. Inscrito en las Juventudes Comunistas y gracias a un contacto en la Embajada de Alemania Oriental, salió de Chile en diciembre de 1973, no como exiliado, sino como estudiante becado de periodismo en la entonces Universidad Karl Marx, de Liepzig.

Socialmente quizás no ha habido otro momento más ventajoso para los chilenos en Europa. El levantamiento de Pinochet contra el gobierno socialista de Allende fue causa de repudio unánime entre todos los grupos políticos de la región, incluyendo a los partidos conservadores, salvo el británico.

Luis Alberto Mancilla, periodista de El Siglo que huyó a la RDA después del golpe, dijo en un reportaje para La Nación en 2004 que conoció a Roberto Ampuero como un comunista a ultranza: «Era más ortodoxo que varios de nosotros, para él no habían más alternativas que tomar las armas y hacerse proletario». Si es cierto que trabajó de obrero y garzón en Alemania, como ha contado varias veces, la experiencia duró poco. Entre sus compañeros de habitación estaba Joaquín Ordoqui, periodista cubano exiliado en España, fallecido el mes pasado, hijo de un comandante del ejército que murió cumpliendo arresto domiciliario acusado de disidencia.

Ordoqui le presentó a una cubana y, en julio de 1974, Ampuero aterriza en La Habana, listo para convertirse en el marido de Margarita Flores, una mujer influyente, que ha ocupado el segundo cargo en el Departamento de la Mujer, equivalente cubano del Sernam. Ella era la hija de Fernando Flores Ibarra, embajador de Castro en Europa, más conocido como «Charco de Sangre», por haber oficiado de fiscal en ejecuciones masivas de opositores a la revolución.

Al final de un vertiginoso año, Roberto Ampuero, el de Valparaíso, estaba en el extranjero y bien casado. Se instaló a vivir en Miramar, un exclusivo barrio habanero. Pasó a ser alumno en la Facultad de Literatura en la Universidad de La Habana y llegó a estar muy cerca de personajes importantes como Manuel ‘Barbarroja’ Piñeiro, ministro del Interior y después jefe del Departamento América, organismo que coordinó varias acciones armadas en el continente , incluyendo la articulación del Frente Patriótico Manuel Rodríguez para derrocar a Pinochet; y Raúl Roa, legendario canciller de Fidel y testigo de la novia.

Por alguna razón el matrimonio se acabó al poco tiempo, dejando un hijo. Como Hemingway, en los cinco años que Ampuero estuvo en Cuba, se enamoró de la isla. Pero terminó odiando a Fidel. En Cuba lo pasó mal. Con el divorcio se le acabaron las comodidades y sufrió algunas humillaciones. Su experiencia cubana la contó en Nuestros Años Verde Olivo, libro publicado en 1999 con éxito editorial, y razón para que apareciera profusamente en los medios chilenos y cubanos en el exilio, hablando de su «desandar» como comunista. El libro se mantuvo 24 semanas en el ranking de los más vendidos.

Como haya sido la experiencia, nadie abandona sus convicciones de un día para otro. Roberto Ampuero salió de Cuba de vuelta a Alemania Oriental como militante del MAPU, gracias a la ayuda de Enrique Correa, hoy prestigioso consultor político y ex ministro, por entonces dirigente de ese partido, que ya había decidido dejar las armas como método para restablecer la democracia en Chile.

El actual senador Juan Pablo Letelier estuvo con él durante algunos meses entre 1979 y 1980. Compartían una habitación en la escuela internacional Wilhelm Pieck, un centro donde jóvenes de varios países y organizaciones vinculadas al eje soviético recibían formación ideológica y militar, y dijo para el mismo reportaje: «Lo conocí como un dirigente político que se perfilaba muy bien dentro de la UJD, una organización política juvenil que estaba en Europa. Me sorprende un poco su conversión hacia la literatura, pero, bueno, cada uno elige su propio camino y la manera de canalizar su experiencia «.

Los chilenos que vivieron en la RDA lo recuerdan como un tipo muy simpático, afable y respetado como intelectual. Sergio Villegas, periodista de Radio Berlín y autor de El funeral vigilado de Allende, trabajó con él traduciendo una biografía del todopoderoso jefe de gobierno, Erich Honecker. «Aunque uno tenía las necesidades básicas cubiertas en Alemania Oriental, las tentaciones eran muchas al otro lado del muro», dice. Roberto Ampuero viajó hacia allá en 1982, siete años antes de la caída del sistema y se estableció en Bonn. Allí trabajó como periodista en la agencia IPS y la Fundación Alemana para el Desarrollo, que editaba una revista de estudios sociales para Latinoamérica. De esa época son las fotos en que aparece junto a Mario Vargas Llosa y el ex Presidente de Costa Rica, Óscar Arias. Y en 1987 fue que conoció a Ana Lucrecia, su esposa.

El blindaje de un sobreviviente

Vivir fuera de Chile no significó estar desconectado del país.

Ampuero tiene banda ancha. A comienzos de los 2000 su vínculo con el poder en Chile se dio a través de conversaciones esporádicas pero de cosas importantes con Cristián Bofill, cuando éste era director de La Tercera. La relación empezó cuando Bofill leyó Nuestros Años Verde Olivo y quiso hincarle el diente a una obsesión que se cruza con su biografía: los grupos militares de la ultraizquierda.

Ampuero, por razones obvias, fue el principio de la hebra y aunque su colaboración fue en un porcentaje menor, gracias a la inspiración, la serie de reportajes que apareció en mayo de 2001 sobre este tema, llevó el título de «La historia oculta de los años verde olivo».

En adelante, Ampuero atendió varias llamadas de la prensa para contar su experiencia vital como comunista de elite.

Reclutado como columnista dominical de La Tercera, Ampuero se dio tiempo también para escribir en El Mercurio. Tiempo después la información que manejaba sobre unos escritos inéditos donados por José Donoso a la Universidad de Iowa, se convirtió en el germen de otra serie de reportajes polémicos.

En esos diarios y cartas, cuyos fragmentos fueron publicados entre abril y mayo del año pasado en La Tercera, Donoso admitía una inclinación homosexual que lo perturbaba.

Así nació una serie de artículos que encendió el ambiente literario nacional. Lo más comentado fue que se explicitaron, de primera fuente, las pulsiones homosexuales del Premio Nacional de Literatura 1990.

Aunque en la esfera en que se mueven los creadores el éxito es un asunto muy puntilloso y discutible, hay algo cierto y es que Ampuero tiene un lugar en el mercado. Sus obras se piratean al lado de Tolkien, Harry Potter y las 50 sombras de Grey. Es un autor masivo.

Los lectores críticos chilenos, que vibran con Michel Houellebecq, Enrique Vila-Matas o Julian Barnes, se refieren a él como un escritor bueno pero intrascendente, incluso como inmoral, al darse el tiempo de analizar su trayectoria política.

Una escritora de su generación dice que «él es un animal social, que no da pasos en falso, y los animales sociales no son buenos escritores».

Camilo Marks, el punzante crítico literario, escribió a propósito de Nuestros Años Verde Olivo que «un tema novelesco de nuestro tiempo es el desgarramiento espiritual de quienes dieron su vida a una causa, para darse cuenta que se equivocaron, ejemplificado en las obras de Koestler, Silone, Semprún, o en los libros de ciertos disidentes soviéticos».

Y continúa: «Ampuero conoce a esos autores pero no parece haber aprendido nada de ellos en términos que reflejen humanidad, entrega personal, humor y compasión». Según Luis Alberto Mancilla, ahora integrante del comité editorial de Lom, «Ampuero es un buen escritor, pero no tiene contemplaciones a la hora de lograr sus objetivos, hoy tiene el favor de los Estados Unidos, lo que le permite publicar en todo el mundo. Es como Julien Sorel de ‘Rojo y Negro’, egocéntrico, amante del dinero y la buena vida. O como Fouché, el jefe de policía de Napoleón que trabajaba para todos los bandos».

Ampuero no se inmuta. Desde su escalón lo suficientemente alto oye todo esto como un eco lejano, sin capacidad destructiva alguna. Además, él sabe que lo importante no está en Chile sino en el mismo país donde reside.

Hoy, las nuevas generaciones, como ha escrito a Isabel Allende, asocian las siglas PC con computadores personales y todos los discursos son relativos. Y en ese contexto ha establecido vínculos con el Partido Republicano, que va por la reelección en Estados Unidos, así como con los exiliados cubanos, quienes –a su juicio– «en una sociedad cubana postcomunista alcanzarán gran influencia política y económica».

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