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La impronta del Cardenal Opinión

La impronta del Cardenal

Sergio Bitar Chacra
Por : Sergio Bitar Chacra Ex ministro y ex senador.
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Mi memoria retiene múltiples destellos de la presencia luminosa del Cardenal Silva Henríquez en la historia de Chile. En un momento tan opaco de la Iglesia Católica en nuestra patria, es imperioso rememorar aquellos momentos gloriosos para recobrar esperanza.

El Cardenal supo anticiparse a los tiempos. Sabía que los procesos sociales no se detienen, las fuerzas contenidas irrumpen y los conflictos deben saber encauzarse a tiempo, en democracia, con reformas que eviten retrocesos o desenlaces dolorosos. Siendo estudiante de Ingeniería, no olvido su sorprendente decisión de iniciar la repartición de tierras de la propia iglesia a sus campesinos, influyendo en la decisión política posterior de ejecutar una importante reforma agraria. Hoy sería visto como locura por los economistas neoliberales que aún inciden nuestra cultura nacional. Sin embargo, desató una dinámica clave para transformar la sociedad chilena.

Fue un faro durante el gobierno de Frei Montalva, señaló caminos de cambio e inspiró a los que seguían esa senda, apartándose de los que buscaban mantener el orden existente. Estuvo cerca del gobierno de Allende, lo sentí siendo ministro. Entonces llamaba a la serenidad, al entendimiento y al diálogo; ayudó al presidente Allende y buscó hasta el final contener la polarización. Esos años el Cardenal se erigió como una referencia respetada por todos.

Hasta que sobrevino la tragedia. Entonces su figura se engrandeció. El carácter de una persona se mide en los momentos duros, y allí reveló su potencia. Levantó los derechos humanos como la causa principal de todo cristiano, unió a las iglesias en el Comité pro-Paz y luego, cuando enfrentó los obstáculos que le interponía la dictadura, persistió y constituyó la Vicaría de la Solidaridad, que salvó tantas vidas y amparó a tantas víctimas.  Sembró fortaleza entre quienes luchaban por la vida y la dignidad humana. Quienes vivimos la prisión y el exilio sentimos en él una voluntad que protegía. Y el pueblo chileno, sin duda, encontró en la iglesia de entonces un hogar para todos.

Don Raul Silva enfrentó con coraje a una dictadura que intentaba doblegarlo y derribarlo, y debió soportar a un Nuncio que parecía más cercano a la dictadura que a la Iglesia de los perseguidos.  En los momentos más oscuros supo apelar al “Alma de Chile”. Cuando pude retornar del exilio, tuve el privilegio de visitarlo en Punta de Tralca y, gracias a mi amigo Reinaldo Sapag, acompañarlo algunas veces al almuerzo en su casa de Ñuñoa, donde pudimos recoger su sabiduría, e inspirarnos para acometer los grandes desafíos que se avecinaban. Imposible olvidar aquellas pláticas que culminaban, como él decía, bebiendo un juguito de cebada, que guardaba en un pequeño clóset de su casa.

Su fuerza moral cambió el rumbo de Chile y ayudó a reconstruir la convivencia nacional. A mí me inyectó la vitalidad de sus principios y el ejemplo de su coraje. Y también admiré su pragmatismo para conseguir recursos y tejer amistades necesarias para ser eficaz y conseguir resultados.  El Cardenal supo trascender la prédica, fue un hombre de acción, y por eso contribuyó a cambiar la historia de Chile y también dar una impronta inolvidable a la Iglesia chilena.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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