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¿Fin del modelo neoliberal? Opinión Crédito: Agencia Uno

¿Fin del modelo neoliberal?


«No son treinta pesos, son treinta años», manifiesta la gente en la calle. Actualmente nos encontramos experimentando una tarea muy importante, la que consiste en pensar qué han sido estos treinta años de democracia. En este período la democracia chilena se ha visto acometida por el modelo neoliberal capitalista, orientado por la constitución de 1980 y conducido principalmente por los gobiernos de la concertación.

El neoliberalismo se basa en los diez postulados del Consenso de Washington, diagramados por el economista John Williamson en 1989. Los postulados abarcaban políticas que propugnaban la estabilización macroeconómica, la liberalización económica con respecto al comercio y a la inversión, la minimización del Estado y la desregulación del Mercado. Estos dos últimos puntos son originarios del economista Friedrich von Hayek y fueron los principales orientadores de la constitución del 80. Hayek era partidario de una “democracia limitada”, donde las mayorías eligen al gobierno, el que luego debe regirse mediante reglas, una Constitución. Sin embargo, Hayek declaró al diario El Mercurio el 12 de abril de 1981: “Mi preferencia personal se inclina a una dictadura liberal y no a un gobierno democrático donde todo liberalismo esté ausente”.

Las fórmulas del Consenso de Washington se transformaron en las hegemónicas en los países en vías de desarrollo bajo la caída del Muro de Berlín, hecho que Occidente interpretó como una victoria de la Guerra Fría. Incluso, el politólogo estadounidense Francis Fukuyama manifestó que la historia habría acabado, ya que el derrumbe del comunismo eliminaría el último obstáculo que separaba al mundo de su destino de democracia liberal y economía de mercado.

Estas han sido las ideas que nos han gobernado los últimos treinta años, bajo la constitución del 80, que propicia una democracia limitada, un mínimo rol del Estado y una ponderación excesiva de los derechos de propiedad sobre los derechos sociales. Pero además, bajo una ortodoxia intelectual que la avaló. Los defensores del modelo prometieron que las políticas neoliberales conllevarían a más crecimiento económico, y que los beneficios se derramarían de modo que todos, incluidos los más pobres, estarían mejor que antes. Cualquiera que estuviera en contra de esa verdad era tildado de populista. Recordemos que el segundo gobierno de Michelle Bachelet, que de manera modesta intentó impulsar reformas que aumentarían el tamaño del Estado y corregirían algunas desregulaciones del mercado, se le culpó del estancamiento económico y de la destrucción de empleos. Incluso, Sebastián Piñera, ya habiendo ganado la elección, en mayo de este año seguía atribuyendo a las reformas que empujó el gobierno de Michelle Bachelet la caída de siete lugares que mostró Chile en el ranking de competitividad mundial.

Tras un mes y medio del estallido social, la ciudadanía ha caído en cuenta que la democracia chilena condicionada por el modelo neoliberal estaría en crisis. El tamaño del Estado chileno (con representación de sólo 20 puntos del PIB) es incapaz de satisfacer la demanda por derechos sociales y de revertir las desigualdades de origen; y la excesiva desregulación del mercado impide frenar la concentración de los grandes grupos económicos y los abusos que se generan a la población. Por tanto, cuando los chilenos demandamos un “nuevo pacto”, se exige un nuevo modelo: un Estado más fuerte y más intervencionista, es decir, un Estado de Bienestar.

El acuerdo constitucional alcanzado entre la mayoría de los partidos, particularmente el de hacer una nueva constitución desde una “hoja en blanco”, dan la posibilidad de derrumbar el modelo neoliberal y avanzar hacia un Estado de Bienestar. Sin embargo, si bien partir una nueva constitución es una condición necesaria, la profundidad que se alcance depende de más cosas, como la globalización de la economía y los miedos de la clase media a perder su bienestar alcanzado. El economista y premio nobel Joseph Stiglitz menciona que la forma de globalización prescrita por el neoliberalismo deja a individuos y sociedades enteras incapacitadas de controlar una parte importante de su propio destino producto al miedo de un colapso económico. Los efectos de la liberalización de los mercados condicionan el poder político de la ciudadanía: basta que las políticas públicas impulsadas por un país emergente no fuera del agrado de las clasificadoras de riesgo para que los bancos sacaran el dinero del país.

En consecuencia, una pregunta relevante sería: ¿qué tan dispuesta está la clase media a enfrentar esos miedos? El filósofo argentino José Pablo Feinmann desarrolla una teoría del ser de la clase media. Sostiene que este sector no quiere ser lo que es: clase media. “La clase media quiere ser clase alta, y la clase media no quiere ser pobre. Este es un esquema existencial durísimo, porque la clase media no quiere ser clase media, quiere ser algo que no va a ser nunca: clase alta, y tiene mucho miedo de ser algo que no es, pero puede ser: clase baja”.

Por lo tanto, para que se acabe en definitiva el modelo neoliberal chileno es necesario salir de este círculo vicioso, lo cual exigiría una decisión por parte de la clase media de qué quiere ser, a quién se quiere unir. Dado todos los abusos que se han desnudado los últimos días bajo la consigna de “Chile despertó”, me aventuro a creer que esta vez la clase media reconoció que su destino está más cerca de las clases pobres. La historia está en sus manos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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