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Plaza de la dignidad (ex Italia) junto a Abel Acuña Opinión Crédito: Instagram @Nicole_Kramm

Plaza de la dignidad (ex Italia) junto a Abel Acuña

Esteban Valenzuela Van Treek
Por : Esteban Valenzuela Van Treek Ministro de Agricultura.
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No quería volver a la Plaza Italia de Santiago, porque tengo hastío con el centralismo y el calor que desertifica sin piedad Santiago y el Chile central, porque prefiero protestar en Concepción donde trabajo y  los viernes por el atardecer en Rancagua  donde llego los fines de semana. Además, allí en marzo de 1985 cuando los aparatos de seguridad de Pinochet degollaron a tres profesionales comunistas comprometidos con los derechos humanos y la educación, fui a dicha plaza a protestar y quedé atrapado entre un bus y un furgón policial, mientras un carabinero alzó su palo de luma y me protegí la cara con el brazo y quebró mi muñeca derecha que hasta hoy no recupera toda su movilidad. Estuve enyesado dos meses, un drama para un dirigente estudiantil y estudiante de periodismo que escribía panfletos, proclamas y sesudos análisis después de leer a Gramsci y al teólogo de la liberación, Ronaldo Muñoz.

No quería ir, pero como estaba seguro que era imposible que Piñera y la derecha hicieran los cambios profundos que el país pedía en la calle desde hace un mes, la única salida era un proceso de plebiscito y asamblea o convención constituyente que iban a buscar minimizar. En la madrugada se había firmado un acuerdo que era un avance al derogar en la práctica la Constitución impuesta por Pinochet, pero dejaba  dos tercios de alto quórum para aprobar el articulado de la nueva Carta, restringía la participación a listas de partidos sin jóvenes, ni mapuche, ni paridad de género, y posponía el proceso a un largo itinerario, además de no mencionar camino alguno para alcanzar el 25% del PIB  para hacer mejoras en igualdad relevantes en el presente. La evasión y baja tributación empresarial, eran la principal razón de la rabia estructural contra el modelo neoliberal que mantenía la carga tributaria en torno al 20%, solo un punto más que la dictadura, lejos del 35% promedio de los países de la OCDE.

Los senadores de la Concertación habían aceptado un aumento de sólo un 0.6% del PIB y se requería un 5%. Con ese convencimiento, apoyamos la decisión del FREVS de no firmar el acuerdo y pedir su mejora, y dar testimonio marchando, marchando el día en que buscaría terminar una explosión social con un proceso que podría ser otra manipulación para mantener el modelo en su esencia. Agarré una botella de agua, me puse una bandera regionalista verde y salí a la calle.

Hasta el 17 de octubre del 2019 la Plaza Italia lucía como una de las postales de Chile con el edificio de Movistar/Telefónica en forma de una gigante celular como el ícono del ciclo del boom de la economía chilena de 1985 al  1998 en que se creció al 7% promedio anual, el Consenso de Washington propiciaba la globalización y la colaboración público-privado en servicios para superar la “década perdida” de los años 1980s entre shock neoliberales y gobiernos populistas con alta inflación.  La Plaza Italia se comparaba con la Plaza Cibeles de Madrid al confluir la avenida estructurante de Santiago del poniente pobre al oriente rico, llamándose Alameda Bernardo O´Higgins hasta el monumento al General Baquedano, héroe de la Guerra del Pacífico y la expansión chilena al norte de nitrato y cobre. Luego, en el gatopardismo del país desigual (junto a México los peores de la OCDE), la Alameda pasa a llamarse Avenida Providencia con sus parques Balmaceda y Bustamante, ensanche de la ciudad a comienzos del siglo XX y lugar preferido de la elite hasta el 2000 en que el polo comercial se va más arriba, hacia su continuidad como Avenida Apoquindo y el Sanhathan, lujoso centro comercial con la mayor torre de Sudamérica,  el Costanera Center, parte de la arquitectura fálica de metal y vidrios polarizados. El Costanera Center pertenece al grupo Paullmann, el mayor retail chileno con expansiones en el continente. Chile se desindustrializó- lo poco que tenía- y paso a exacerbar su carácter de economía de consumo, minería y exportaciones agrícolas, sin diversificación ni empleos de calidad, bajos salarios promedio, alto costo de servicios básico, el país de la OCDE que las familias más gastan en remedios, pensiones en promedio el 25% de los sueldos de las personas, alta diferencia de calidad de vida del Barrio Alto de los ricos de Santiago que votaron masivamente por Piñera a ver amenazado sus intereses con una tímida reforma tributaria en el Gobierno de Bechelet II (allí votó el 75% de los electores versus el 30% en Santiago Sur poniente pobre y 40% en todo el país)….una olla a presión que explotó junto al fisco con el Gobierno de la derecha que no mostraba el crecimiento del 5% prometido ni mucho menos el crecimiento del empleo y los salarios.

15 de Noviembre del 2019, la Plaza Italia fue rebautizada como “Plaza de la dignidad” y huele a bombas lacrimógenas; sudor y vitalidad juvenil que durante un mes ha protagonizado las mayores protestas en la historia de Chile en favor de otro modelo socio económico y político aliados a la Mesa de Unidad Social- los diversos sindicatos y las organizaciones estudiantiles, regionales y ambientales- que movilizaron a dos millones de personas en su súper viernes y no dejaron de manifestarse ningún día, con correlatos de  insurgencia social, quema de estaciones de metro, saqueos y enfrentamientos con la policía sin bajas uniformador, pero con 22 manifestantes muertos.

El entorno  ha sido una lucha permanente con Carabineros, no quedan flores en la turística Plaza ni en el bandejón central de la Alameda.  Es un territorio liberado, una suerte de comuna de París Sudamérica rebelde. La monumental estatua del General Baquedano está rayado de grafitis pidiendo justicia (“los saqueadores son las empresas”), emancipación y revolución social. De un edificio modernista de los años 1970s  se alzó un cartel gigante que recuerda que “El poder no está en La Moneda sino en las Anchas Alamedas: Chile no se vende). El las redes sociales se reproduce las afirmaciones del historiador Gabriel Salazar en favor de fortalecer los movimientos sociales en su diversidad  forjando un  poder constituyente. El propio Salazar ha dicho que los nuevo con respecto a  las masacres obreras del siglo XX y el golpe de 1973, esta vez “el Ejército y los militares no están reprimiendo”. Un general del Ejército desautorizó a Piñera que había dicho que había una guerra contra “enemigos poderosos (sugiriendo la típica conspiración internacional desde el chavismo caraqueño)”. El general dijo que “no estamos con guerra con nadie” y diversas fuentes señalaron que no querían volver a la calle; era la hora de la política y los empresarios de arreglar lo que no habían hecho.

No fue fácil acceder en la Plaza desde el centro de la ciudad. El poder y segmentos de voluntarios querían mostrar restaurada la cotidianeidad, y lograron al amanecer cubrir la Plaza con  una gran tela blanca en señal de pacificación, complementaria a la firma de acuerdo a las dos de la madrugada. La economía chilena en contracción en el segundo mandato de Piñera- en el primero creció 5% promedio anual en el súper ciclo del cobre a cuatro dólares la libra. El metal rojo se sitúa en 2.60 y la economía extractivista chilena y latinoamericana, sin pacto social, escándalos de corrupción y baja diversificación, se ha convertido en factor de protesta en Ecuador (por alza de combustible), en las elecciones argentinas con la salida de Macri, y en Chile con un estallido social que comenzaron estudiantes secundarios evadiendo el pasaje del metro. Las expectativas de crecimiento se rebajaron a menos de 2%, la bolsa perdió 15 puntos en un mes, pero ese día viernes recuperó la mitad en su mejor jornada. Se necesitaba normalidad y desde el Gobierno se ordenó a las fuerzas especiales de carabineros evitar la confluencia de manifestantes. Por eso, a las 5 PM cuando comenzaron a llegar los primeros manifestantes, carabineros los desalojaron ocupando la rotonda del general de Baquedano.

A las seis fue un campo de batalla y quienes veníamos por la Alameda desde el centro fuimos recibidos por gases lacrimógenos para no avanzar, pero  fueron decenas de miles de todos los puntos cardinales los que llegaron y los policías se  replegaron hacia el sur de la plaza , por el costado del cerrado hotel Crown y de una Plaza que en dictadura erigió un alto monumento a los carabineros caídos en combate. Dicho monumento es la natural obsesión de los jóvenes anarquistas que adhieren a los grupos ACAB (all cops are bastars, todos los policías son bastardos). El otro lugar de retaguardia de las fuerzas del “orden” es junto a la embajada de Argentina al inicio de avenida Vicuña Mackenna y junto al Museo de Violeta Parra. En días previos, encapuchados habían forzado parte de  la residencia del embajador y al frente se había quemado una casa patrimonial donde funcionaba la rectoría de la universidad privada Pedro de Valdivia, el nombre del gobernador español que conquistó Chile y fundó Santiago en 1541, cuyo monumento había sido destruido en Concepción en el río Bíobío, zona donde se funda Chile en su guerra con los mapuche, quienes al mano de Lautaro mataron al propio Valdivia.

Me encontré con un grupo de banderas verdes mezcla de regionalistas verdes y antiguos militantes del MAPU, grupo socialista de origen católico, del cual fue secretario juvenil en los ochenta. Por fin gente “vieja”. Los mayores de cincuenta éramos una minoría del 5% de los manifestantes el viernes 15. Los mayores no colamos hacia la Plaza cuando un piquete de jóvenes logró con piedras versus balines, con sus cabezas con cascos de moto y la cara blindada para evitar la pérdida de ojos como ya había ocurrido a más de un centenar.  Mario, un viejo militante de la facción Lautaro que realizó asaltos a camiones repartidores de yogurt y leche en la grave crisis económica de Pinochet en 1983  (cesantía llegó al 30%)  y las distribuían en los barrios populares, al ver que se replegaban los carros lanza agua y zorrillos (gases), nos gritó la orden de caminar raudos hacia la plaza para salir de “la zona de fuego”. Los balines surcaban el aire desde dentro de la zona policial y su capilla hacia el Centro Cultural Gabriela Mistral.

Después todo fue fiesta, la plaza colmada, la barra de Colo-Colo, como protagonistas junto a algunos hinchas de la Universidad de Chile, Palestino, Cobreloa, Audax y Unión Española. En Rancagua las lideraban los celestes de O´Higgins. Veinte jóvenes tocaron música de vientos con trompetas al estilo Kusturica, hubo Batucadas y bailes feministas. Un volantón gigante que debían  mover en forma frenética ante la falta de viento. El calor era sofocantes y la niebla que se colaba de las bombas lacrimógenas, pero los comerciantes vendían aguas y cervezas a precio “sin lucro” y jóvenes repartían agua con amoniaco, con limón, sal para aguantar en el día en que debía reiterarse un proceso constituyente más inclusivo y apurar mejoras sociales para los viejos. A diferencia de la minorización de la protesta como otro acto de sueños juveniles maximalistas endogámicos ante la modernización capitalista (el discurso de la derecha y de sectores de centro como el rector Carlos Peña y José Joaquín Brunner), lo que se veía en la calle era un reclamo estructural en su multiculturales carteles: “yo estoy bien y protesto para que otros tengan”; “no son treinta pesos (la suma del alza del pasaje de metro) son treinta años sin reformas (desde el fin de la dictadura)”; “no más saqueo a la madre naturaleza”; “dignidad para los jubilados ahora”; “Bájense los sueldos indecentes parlamentarios y generales”.

A las 8 PM una figura de papel maché del perro “Matapacos (carabineros)” irrumpe y la plaza se ríe eufórica. El perro oriundo de la Estación Central y la Universidad de Santiago (ex Técnica del Estado), se hizo famoso por ladrarle a la policía en las masivas protestas estudiantiles del 2011-2012 que lograron por ley la gratuidad en el 60% de los estudiantes universitarios y de institutos técnicos de bajos ingresos, el fin de la selección en escuelas y liceos, y otras medidas por mejor educación pública.

Una pelota surca los cielos y al atardecer miles de manifestantes colocan sus celulares hacia el cielo alumbrando Santiago, y juegan con láser de color verde apuntando el cartel que recuerda la frase de Allende en su último discurso mientras bombardeaban La Moneda en 1973: “un día se abrirán las anchas alamedas”.

Dos jóvenes delgados y con pañoletas muestran un cartel en negro que dice: “Odio y venganza”. Están solos, nadie más se les acerca, la multitud tiene rabia, pero sus carteles hacen denuncian y promueven derechos y el sueños colectivo de un Chile fraterno y acogedor. La mayoría de las banderas son la mapuche tradicional y la nueva azul, junto a la chilena, la de minoría, la de regionalistas que usan la verde y la de la Patagonia, las moradas feministas, las rojas de siempre.

Son las nueve y sabemos que es la hora clave en que los noticieros en Chile deben informar y los manifestantes claman que muestren los miles reunidos y no las imágenes de nuevos saqueos, muchos de extraño origen o vinculados a mafias y narcos.

“Tengan aguante” hasta las diez PM claman los jóvenes, No es posible. Comienza un bombardeo de bombas lacrimógenas. Estoy junto al monumento. Hay jóvenes que aguantan todos. Hay mucho como Abel Acuña; corpulentos, pelo largo, una barbita en la pera. Son muchos y tratan de aguantar. Yo ya no puedo más y salgo con mi grupo hacia los pies de la Telefónica para evacuar por el Parque Bustamante. Pero nos llegan bombas allí y piden ayuda quienes tratan de tomar sus bicicletas encadenadas. Hay un  apocalipsis y todo huele a degeneración. Pienso en mi amiga Gloria de Concepción, mapuche y combativa, participante de las marchas, emparejada con un carabinero que entiende la protesta, pero la política no hace su tarea, o no del todo, y sigue apañando un proceso constituyente que debe ser sin miedo a la participación, Pero lo peor es la trama de la burguesía burocrática y empresarial del Barrio Alto de Santiago que viene en un gran burbuja que estruja un país y no quieren tributar más, ni aceptar sindicaos obligatorios, ni hacerse autocrítica relevante alguna. Allí estamos unos manifestantes y Carabineros que recibieron la orden de dispersar a las nueve, a la hora de las noticias.

Por calle seminario y el llamado “Vaticano chico” logro salir hacia la calle Rancagua. Fue suficiente, quiero irme. Una hora después lloro al conocer la noticia; el joven Abel Acuña, de 29 años, se ahoga con las bombas y muere mientras la policía dispara contra la ambulancia que lo socorre y debe abandonar las tareas de reanimación. Honor y gloria Abel, por siempre. Estuvimos al lado, al pie de la Plaza de la Dignidad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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