Opinión
La educación en Chile se encuentra en movimiento: estudiantes, profesores, apoderados y todo el sistema escolar, se están preparando para una transformación de proporciones mayores, donde más que certezas, existen preguntas, inquietudes y cuestionamientos. González (1998), señala que la escuela “es un mundo de personas que piensa, valora, interpreta la realidad y acontecimientos en los que están inmersas, que se relacionan unos con otros, que van configurando día a día esa organización; un mundo, a fin de cuentas, en el que coexisten planteamientos diversos, o se imponen determinados discursos, o se lucha por mantener una determinada dinámica organizativa”; el mundo de la escuela no es aséptico, por lo que cambios como los propuestos por el Decreto 67, la eliminación de notas hasta cuarto básico y las Bases Curriculares de tercero y cuarto medio, influyen notoriamente en los grupos de interés de las instituciones.
Los profesores son los mediadores principales para que el cambio llegue a la sala de clases, en especial, la tradicional figura del profesor jefe. Méndez (2013), señala que los docentes son los principales encargados de “seguir de cerca el desarrollo académico de cada uno y fomentar su integración social en el grupo, es parte de ello”, por lo que su función es clave en la formación de los estudiantes y en la consecución de la misión específica de la organización educativa.
En los tiempos de cambio a nivel curricular que vivimos hoy en Chile, y que afectan a instituciones que cuentan con trayectorias marcadas por una diversidad de proyectos educativos, con una tradición evaluativa, donde los padres exigen un «informe de notas» mensual como evidencia del avance del aprendizaje de sus hijos, y donde se carece, en muchos casos, de una cultura de evaluación formativa, el protagonismo y la participación de los docentes se vuelve una pieza clave para obtener el éxito en el cambio. Cualquier toma de decisiones que afecte a una colectividad tiene un componente persuasivo, pues es necesario contar con el apoyo de la comunidad para impulsar los cambios que se desea realizar. Es por esto que la voz de los docentes debe estar incluida en las reflexiones sobre la implementación de las transformaciones asociadas a estas reformas y transformaciones curriculares y evaluativas.
Para el investigador educativo Michael Fullan, el cambio siempre fracasará si no encontramos un modo de crear infraestructuras y procesos que involucren al profesorado en el desarrollo de nuevas concepciones, por lo que las prácticas educativas serán exitosas si el potencial transformador deriva de los docentes, es decir, que las escuelas pueden marcar la diferencia, pero quienes las implementan de modo significativo y concreto, son los profesores.
En síntesis, la importancia del cambio educativo es lograr la mejora escolar, entendida como una estrategia para el cambio educacional focalizado en el aprendizaje y el rendimiento escolar, con especial énfasis en las prácticas en aula y en una gestión escolar que apoya los procesos de enseñanza-aprendizaje. Este cambio no se logra sin la mediación de los docentes como figura clave en la relación directa entre la escuela, la familia y colegio. El cambio por su parte, no debe ser de forma, orientado solo a la distracción, o a la última corriente de moda en educación, sino que principalmente para impactar en el aprendizaje de los estudiantes en Chile, y en los diseños de lineamientos pedagógicos institucionales y en la mejora de los climas de enseñanza. Y hoy, ¿la implementación de las reformas ha tenido en cuenta a los actores que aplicarán estos cambios en las bases? ¿en qué medida, ellos se encuentran actualizados en su formación profesional para hacer vida en las aulas estas significativas transformaciones? y, finalmente, ¿hay claridad frente a las necesidades, apoyos y estructuras que necesitan los docentes y sus escuelas para que las reformas propuestas se logren en el día a día de las salas de clases de nuestro país?
