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El conflicto híbrido que se avecina en Colombia-Venezuela Opinión Imagen de archivo

El conflicto híbrido que se avecina en Colombia-Venezuela

Iván Witker
Por : Iván Witker Facultad de Gobierno, Universidad Central
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En el caso de Colombia-Venezuela, ya se observa la presencia de todos los componentes de una “guerra híbrida”: varios miles de personas armadas y leales a grupos irregulares de diverso tipo que deambulan de un lado a otro de la frontera, por lo general con apoyo o con la indiferencia del vecino, intereses externos indisimulados, exacerbación de un clima antagónico donde todos los males se los adjudican al vecino, y fuerte densidad verbal tanto a nivel local como de las máximas autoridades.


La paz en la frontera colombiano-venezolana parece herida de muerte. Esa cegadora espiral de violencia y acusaciones que se está acumulando en la zona limítrofe no augura tranquilidad. Por el contrario, pareciera estar configurándose lo que los americanos J. Mattis, M. van Creveld y F. Hoffmann, o el ruso Valeri Guerásimov, llaman “guerra híbrida”. Un tipo de conflicto que no sigue los patrones convencionales de imponer fuerza abrumadora o provocar derrotas mortíferas. Busca terminar las líneas entre el estado de guerra y el de paz, y se concentra en un solo objetivo, cual es quebrar la voluntad política del adversario por todas las vías posibles.

El enfoque híbrido de los conflictos armados señala que las FF.AA. deben prepararse tanto para el enfrentamiento convencional como para el combate a grupos irregulares y a mercenarios, usando medios también irregulares; que debe atender frentes dispersos y la proliferación de las llamadas quintacolumnas. En síntesis, moverse sobre escenarios dominados por lo irregular, por lo inesperado. Como dice Guerásimov, “las guerras ya no se declaran, sino que simplemente estallan”.

Resulta muy lamentable hacer el recuento, pero en el caso de Colombia-Venezuela, ya se observa la presencia de todos los componentes de una “guerra híbrida”: varios miles de personas armadas y leales a grupos irregulares de diverso tipo que deambulan de un lado a otro de la frontera, por lo general con apoyo o con la indiferencia del vecino, intereses externos indisimulados, exacerbación de un clima antagónico donde todos los males se los adjudican al vecino, y fuerte densidad verbal tanto a nivel local como de las máximas autoridades. Quizás lo más lamentable de todo es una población civil que mira las cosas con estupefacción y cara de oveja que ya ha sido degollada.

Rastreando los conflictos mundiales en curso, encontramos en el oriente de Ucrania un ejemplo a tener en cuenta.

[cita tipo=»destaque»]Hoy en día, en la frontera colombiano-venezolana se incuba un conflicto similar, que difícilmente pueda ser dirimido por vía convencional. Ya no es un misterio que grupos irregulares operan en los estados fronterizos Zulia, Táchira, Apure, Bolívar y Amazonas, curiosamente los más ricos de Venezuela en cuanto a minerales. Todos sumidos en un desgobierno, anarquía e informalidad absolutamente funcionales. ¿Surgirán ahí los Donetsk y Lugansk regionales? ¿Cómo se pudo llegar a esto?[/cita]

Allí se proclamaron dos repúblicas, Donetsk y Lugansk, con la finalidad de hibridizar un conflicto que no podía llevarse a cabo por medios estrictamente convencionales entre Rusia y Ucrania. Adoptando el enfoque híbrido, estalló lo que tenía que estallar, como dijo Guerásimov. Premunidos de tropas regulares y de mercenarios, y tras años de luchas sin cuartel, Rusia consiguió su objetivo de doblegar a Ucrania. De convertirla en un país fragmentado, debilitado, empobrecido y sin deslindes claros. Recordemos que incluso un avión civil de Malaysia Airlines fue derribado por un misil desconocido con 298 personas a bordo (17.7.2014).

Hoy en día, en la frontera colombiano-venezolana se incuba un conflicto similar, que difícilmente pueda ser dirimido por vía convencional. Ya no es un misterio que grupos irregulares operan en los estados fronterizos Zulia, Táchira, Apure, Bolívar y Amazonas, curiosamente los más ricos de Venezuela en cuanto a minerales. Todos sumidos en un desgobierno, anarquía e informalidad absolutamente funcionales. ¿Surgirán ahí los Donetsk y Lugansk regionales? ¿Cómo se pudo llegar a esto?

Siempre hay muchas razones, pero en este caso hay una responsabilidad muy seria de quienes toman decisiones.

Uno de los detonantes más visibles es, sin dudas, el rompimiento del pacto entre el presidente Juan Manuel Santos y las FARC firmado en La Habana en noviembre de 2016, llamado pomposamente Acuerdo para la Terminación Definitiva del Conflicto.

Cuesta creer tanta ingenuidad en el comportamiento del presidente Santos, al pensar que con anuncios grandilocuentes y la entrega de unos cuantos sillones parlamentarios se iba a traer la paz a su país. Que la iba a sellar con el Nobel para su persona y armando una quimera de “justicia transicional” para líderes indóciles por naturaleza. Dejó de lado algo impensable en un político de fuste, cual es olvidar que en política se lucha siempre por intereses concretos, por muy pueriles que sean. Su utopismo lo confirmó hace poco en una columna publicada en El País de España con el curioso título “Dejar la paz en paz” (11.8.2019). Olvidó que 52 años de guerrilla, que costaron más de 260 mil muertos, 60 mil desaparecidos, millones de desplazados y venganzas por mano propia, dejan cicatrices en la sociedad imposibles de perdonar u olvidar mediante actos administrativos. Aquel pacto terminó generando nuevas fuentes de perturbación.

Y los descolgados de las FARC hicieron lo lógico. Converger con el ELN, y ambos, a su vez, con el régimen madurista. Un cóctel perfecto.

Lugansk y Donetsk son ejemplos recientes de conflicto híbrido, pero los antiguos griegos ya sabían sobre estas cosas. Sabían que el dios de la guerra, Ares, era sinónimo de caos, visceralidad y calamidades. Por algo Zeus lo llamaba “el más abominable de los dioses”. La pregunta que flota es si se está a tiempo de evitar tamaño conflicto.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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