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De Venezuela a Filipinas: las contradicciones del Gobierno chileno Opinión

De Venezuela a Filipinas: las contradicciones del Gobierno chileno

Germán Silva Cuadra
Por : Germán Silva Cuadra Psicólogo, académico y consultor
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Si hay algo positivo en el foco que el Gobierno puso por un tiempo en Maduro, fue que la derecha chilena comenzó a usar la palabra dictadura –vetada por 17 años– y a condenar los regímenes autoritarios. Tal vez como una especie de sahumerio, de terapia atrasada por haber aplaudido y respaldado las barbaridades de Pinochet. Sin embargo, parece haber tenido más de pragmatismo que de convicción. La Moneda caería luego rendida ante el embrujo chino, dando la confusa señal de que donde existen negocios, no importa si tienen o no dictadores –¿qué habría pasado si Venezuela nos vendiera petróleo barato?–. Y para rematar, la abstención en la condena a Duterte, un dictador sangriento y despiadado con todas sus letras.


Primer acto: El Gobierno chileno ve en la crisis de Venezuela una oportunidad política y lo incorpora como un eje central de su agenda. Segundo acto: el Presidente Piñera afirma “cada uno tiene el sistema político que quiera”, cuando le consultan su opinión acerca de la dictadura china. Tercer acto: La Moneda invita a los venezolanos a venir a Chile –solicitando una visa de refugiados– para huir de la “dictadura”, al tiempo que empieza a expulsar a haitianos. Cuarto acto: La Moneda intenta poner atajo a los miles de venezolanos que aceptaron la invitación. Repentinamente, el tema de Venezuela deja de ser de interés para el Gobierno. Quinto acto: Chile se abstiene en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU en una votación que buscaba aumentar las presiones contra el presidente filipino Duterte –conocido como el “descuartizador”–, para terminar con las atrocidades que está cometiendo en lo que él denomina el combate contra el narcotráfico y que en solo tres años ha significado 27 mil asesinatos sin ningún tipo de juicio. Chile y el Brasil de Bolsonaro fueron los únicos países de Latinoamérica que se abstuvieron. Curioso.

Y, claro, el epílogo de la historia es incierto. Detrás de estos zigzagueos se esconde una política exterior con muchas contradicciones y fuertemente influida por el interés de sacar ventajas en la política interna. Sin embargo, los resultados son poco alentadores para La Moneda.

Partamos por Venezuela. Durante el período de Ampuero, la estrategia internacional de Chile se concentró en un solo foco, al menos desde lo público. Parecía que el resto del mundo no era interesante para la Cancillería. Como una verdadera obsesión del escritor y excomunista –como esas personas que han abandonado el cigarrillo y que detestan después a los fumadores–, que veía en Maduro la gran opción para que el Presidente Piñera se convirtiera en líder regional y, de paso, capitalizara en el plano político doméstico. Pero ninguno de los objetivos se cumplió. De hecho, el Mandatario comenzó su caída en la opinión pública –de manera sostenida– después del paso en falso en que se convirtió la fallida visita a Cúcuta. Cuando se repase el segundo período de Sebastián Piñera, de seguro, el viaje a la frontera entre Colombia y Venezuela marcará el punto de inflexión.

Sin ir más lejos, Cúcuta habría de convertirse en la gran polémica de este verano. Las críticas no se hicieron esperar. Chile estaba, literalmente, envuelto en llamas. Desde la Región de Aysén los alcaldes y organizaciones sociales levantaron una voz de molestia, exigiendo que el Jefe de Estado fuera a la zona –en alerta roja por los incendios–, en vez de desplazarse a Colombia. Incluso, el viaje logró un milagro que a esas alturas parecía imposible: despertó –por primera vez desde diciembre de 2017– a una parte de la oposición ligada a la ex-NM. En una puesta en escena insospechada, todos los ex cancilleres salieron a criticar con dureza al Mandatario, incluidos dos que podrían ser “presidenciables”: José Miguel Insulza y Heraldo Muñoz

Pero también la apuesta de Ampuero por levantar la figura del Presidente chileno en el concierto sudamericano no rindió frutos. Prosur –el organismo que reemplazó a Unasur– hasta ahora no es más que un buen anuncio, sin estructura, sin planes, sin nada. De hecho, recién en marzo de 2020 tendrá su segundo encuentro. Para rematar, Bolsonaro se robó la película en el lanzamiento, opacando al propio Piñera en su misma casa.

Finalmente, el Gobierno implementó una política muy dura para regular las migraciones –desatadas en el último año de Bachelet–, para lo cual concentró sus dardos en los más débiles de la pirámide: los haitianos. Un espectáculo penoso y lamentable en que todas las semanas desfilaban personas, marchando a los aviones de la FACH escoltados por detectives de la PDI. En paralelo, el Gobierno insistía en el relato “anti-Maduro” y “pro venezolanos”, situación que terminó estimulando a cientos de miles a avanzar por aire y tierra, cual éxodo, hacia el único país que les habría las puertas, al menos en el discurso. Hoy estamos viendo el drama de las familias que esperan, en carpas, en las puertas del consulado chileno en Tacna, a que Chile cumpla con su palabra.

Pero ante la falta de logros concretos, sumado esto al menor interés, tanto de la comunidad internacional como del mundo político nacional, en Maduro –dejó de ser noticia hace más de un mes–, La Moneda dio por terminado el capítulo Venezuela. Incluidos los venezolanos que huían de ese país.

Si hay algo positivo en el foco que el Gobierno puso por un tiempo en Maduro, fue que la derecha chilena comenzó a usar la palabra dictadura –vetada por 17 años– y a condenar los regímenes autoritarios. Tal vez como una especie de sahumerio, de terapia atrasada por haber aplaudido y respaldado las barbaridades de Pinochet. Sin embargo, parece haber tenido más de pragmatismo que de convicción. La Moneda caería luego rendida ante el embrujo chino, dando la confusa señal de que dónde existen negocios, no importa si tienen o no dictadores –¿qué habría pasado si Venezuela nos vendiera petróleo barato?–. Y para rematar, la abstención en la condena a Duterte, un dictador sangriento y despiadado con todas sus letras.

El canciller chileno, Teodoro Ribera, salió a argumentar que el voto fue similar al de Bachelet –¿no se cansan de la majadería de seguir escudándose en lo que hizo o no el Gobierno anterior?– en 2017. Pero lo cierto es que en 2018 este Gobierno ya votó de la misma manera. También señaló que confiaban en que Filipinas mantuviera una “cooperación constructiva” con el Consejo de DDHH. Considerando las 27 mil ejecuciones ilegales y la respuesta del embajador filipino –que negó todo–, parece bastante ingenua la posición chilena. ¿Y por qué entonces el canciller no hace el mismo acto de confianza en Maduro? La respuesta es algo obvia.

Más allá de las contradicciones de Chile, creo que no solo es hora de hacerse cargo del presente y, por tanto, de las conductas y decisiones que se asumen, sino también de definir una política exterior que aún no es clara. No es posible que la estrategia de nuestra Cancillería solamente se reduzca a los aspectos comerciales.

En el primer período del Mandatario el foco estuvo en Estados Unidos en desmedro de Europa. Hasta hace unas semanas, Ampuero parecía haber definido como prioridad Latinoamérica, pero, como hemos analizado, era más una declaración de intenciones que realidad. Hoy no es evidente que EE.UU. pueda ser un gran aliado, el temperamento y los arrebatos de Trump hacen poco confiable el vínculo, más aún considerando que la guerra comercial que lanzó contra China nos golpea directamente, además de las amenazas directas que recibió el Gobierno cuando Piñera no pudo visitar la planta de Huawei.

Por supuesto que Ribera tiene un peso político muy superior a su antecesor, sin embargo, deberá demostrar si tiene la capacidad de hacer un giro radical respecto de la paupérrima gestión de Ampuero. Aunque, claro, la votación frente a Filipinas no es una buena señal.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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