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La irresistible atracción por el poder de los pentecostales brasileños Opinión

La irresistible atracción por el poder de los pentecostales brasileños

Iván Witker
Por : Iván Witker Facultad de Gobierno, Universidad Central
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Tras divorciarse públicamente de su romance político con el PT, antes que nadie Macedo tuvo otra bendita ocurrencia. Fue una apuesta arriesgada, pero reveladora de su gran olfato político, arribando a un pacto con un candidato presidencial por ese entonces completamente marginal, Jair Bolsonaro. Tras lo ocurrido el 28 de octubre de este año, resulta imposible no admitir que la iluminación del señor le ha deparado éxitos fantásticos al líder de esta Iglesia.


Edir Macedo, máximo exponente de la Iglesia Universal del Reino de Dios (IURD), fue uno de los artífices del milagro Bolsonaro. En el pasado, había apoyado con idéntico entusiasmo a Lula y a Dilma Rousseff, quienes difícilmente hubiesen ganado sin el resuelto apoyo de aquella poderosa iglesia pentecostal, que convoca a nada menos que a tres millones de fieles en Brasil y a otros siete millones en diversas partes del mundo.

Este desborde religioso hacia la política, que empieza a ser examinado con creciente interés en toda América Latina, tiene componentes muy diversos, algunos personales, otros históricos e, incluso, algunos sociológicos.

Un precedente no muy remoto en el tiempo se llama teología de la liberación, un extravío metafísico que alcanzó su cenit influenciador en las décadas de los 60 y 70, que fue creado por los curas Leonardo y Clodovis Boff, Hélder Câmara y Frei Betto con la finalidad de sintonizar al catolicismo con los más desposeídos y de ampliar su esfera de influencia. El camino elegido fue desarrollar definiciones renovadas de la Iglesia católica con el mundo, una más social, más purificadora y cercana a la Biblia. Por eso se le llamó también teología de la pobreza, pero su atractivo declinó hacia fines de los 80.

Su lugar fue ocupado por un movimiento de base, el evangelismo pentecostal, apoyado en el carisma, en la capacidad de penetración de los poderes y en la fuerte personalidad de sus pastores. Casi un símil de lo ocurrido con los carismáticos curas de aquella “opción por los pobres”.

Componente central de este nuevo desborde religioso hacia la política es el marco en que se desenvuelve. Hoy en día, los pentecostales tienen mucho menos barreras para la expansión, debido al desprestigio de la clase política, mismo que actúa como fertilizante. Esto se une a su extraordinaria habilidad para conectar con la cambiante atmósfera en la sociedad, una característica que se extiende a otros países. Y es que nadie en el Brasil de hoy, ni en parte alguna de América Latina, ofrece tantas posibilidades de ascenso y reconocimiento social como lo hacen estas iglesias, convertidas en gigantescos espacios de sociabilidad. Por el vértigo que desata entre sus fieles y, en contraposición al paternalismo católico, el auge de los pentecostales es llamado teología de prosperidad.

Estos entresijos de la política y la religión han sido explotados por casi todas las nuevas iglesias brasileñas, pero muy especialmente por la que dirige Macedo, quien las perfeccionó a través de un vasto aparato mediático. Para ello, creó un holding multinacional radial y televisivo, Rede Record, junto a cientos de agencias de turismo y varias editoriales que le han servido tanto para generar una narrativa de recomunitarización popular, como para hilvanar trozos de la muy diversa sociedad brasileña.

En 2003, Macedo tuvo una bendita ocurrencia, que casi nadie advirtió en su real dimensión. Fundó el Partido Republicano Brasileiro (PRB) con el objetivo de aprovechar la coyuntura para acelerar su influencia política. Desde entonces, pese a que su imagen dista ser impoluta, no ha dejado de penetrar hasta los más recónditos laberintos del poder.

Con gran instinto, llevó a su partido a pactar con el Partido de los Trabajadores en el momento exacto y con una fórmula osada. En efecto, cuando la ola lulista que sacudía al país el 2002 estaba levantando un candidato incombustible como era Luiz Inácio da Silva, Macedo intuyó que este estaba obligado a brindar pruebas de la blancura, como mantener el plan real heredado de Fernando Henrique Cardoso y exhibir algún apoyo más allá del estrecho mundo PT, dado que la elite económica del país se mostraba renuente a aceptar al líder obrero.

[cita tipo=»destaque»]Básicamente por su retórica y su capacidad de movilización de fieles, las iglesias pentecostales podrían devenir en una especie de grandes ejes en algunos aspectos valóricos, así como en las futuras contiendas electorales en toda América Latina. Y es que han captado en su esencia las fuerzas traccionadoras de la sociedad que actualmente despunta, calificada por Cardoso como posdemocrática, dado que los canales tradicionales de representación cayeron en crisis.[/cita]

Macedo se le acercó a través de un diputado liberal llamado Carlos Rodrigues, miembro de la IURD y que cultivaba por ese entonces muy buenas relaciones con diputados del PT. Le sugirió un nombre como compañero de fórmula para la elección presidencial, con la certeza de que le ayudaría a generar las confianzas con el mundo empresarial.

Lula aceptó y Macedo acertó. El elegido “por la mano de Dios” fue el empresario textil José Alencar, un prominente seguidor de su Iglesia y dirigente del Partido Liberal, al cual convenientemente renunció junto al diputado Rodrigues, para fundar con Macedo el PRB.

Alencar tuvo inmediata sintonía con Lula. Enarbolando la idea de ser herederos de una de las mayores deudas sociales del mundo, ambos arrasaron en la elección de 2002 obteniendo 61%. Alencar fue su Vicepresidente hasta 2010. Meses después fallecería producto de una enfermedad terminal. El resultado final fue una maniobra casi perfecta, que no deja de asombrar por lo imaginativa y audaz.

En 2014, ad portas de una nueva elección presidencial y cuando Lula ya no podía ser reelecto, Macedo se mantuvo expectante respecto a lo que decidiría el PT. Esperó con paciencia y terminó negociando con Dilma Rousseff. En retribución ubicó a su sobrino, Marcelo Crivella –pastor de la IURD–como ministro de Pesca y Acuicultura, más tarde, senador.

El romance de los pentecostales con el PT duró hasta el 17 de marzo de 2016. En esa fecha, el divorcio se hizo público. Fue el propio Macedo quien dijo a la prensa una frase muy elocuente: “Estamos fartos dos escândalos”. La verdad es que en esos momentos, la suerte de Rousseff en la presidencia ya estaba echada y faltarían escasos meses para su destitución. Así, puso fin a 14 años de colaboración política con el PT y volvió a ponerse a la expectativa, atento a lo que ocurriría.

Tras algunos meses de reflexión, volvió al ruedo con otra bendita ocurrencia. Fue una apuesta arriesgada, pero reveladora de su gran olfato político, arribando a un pacto con un candidato presidencial por ese entonces completamente marginal, Jair Bolsonaro. Tras lo ocurrido el 28 de octubre de este año, resulta imposible no admitir que la iluminación del señor le ha deparado éxitos fantásticos al líder de esta Iglesia.

Pero no todo brilla en el cielo pentecostal brasileño. Este éxito suele confundirse con un presunto ascenso evangélico generalizado, lo cual no es del todo correcto. Hugonotes, presbiterianos, luteranos, anglicanos –asociados por siglos a la idea de la modernidad– no pertenecen a dicha ola. Estas iglesias han continuado en Brasil la experiencia vista en otros países, buscando influencia por vías no directamente políticas, sino por los canales de la educación o simplemente del ejemplo individual. Prueba de ello es la prestigiosa Universidad Mackenzie de Sao Paulo, un proyecto presbiteriano que necesariamente trae a la mente los modelos de aquella Iglesia en las universidades de Harvard y Princeton, en EE.UU.

Los pentecostales han preferido un derrotero más práctico. Estas iglesias han optado por focalizar su alto interés político en apuestas que les brinden beneficios acotados a cuestiones específicas, por lo general, bastante terrenales y no, precisamente, en el plano de las ideas o de contenidos de políticas públicas.

Tal ausencia es visible incluso en otros países latinoamericanos donde han tenido el poder político total. Nadie podría sostener con seriedad que los dos presidentes pentecostales guatemaltecos, como Efraín Ríos y Jimmy Morales, hayan sido precursores de grandes proyectos o que en aquel país haya algún producto cultural asimilable a la reforma.

Pese a ello, y básicamente por su retórica y su capacidad de movilización de fieles, las iglesias pentecostales podrían devenir en una especie de grandes ejes en algunos aspectos valóricos, así como en las futuras contiendas electorales en toda América Latina.  Y es que han captado en su esencia las fuerzas traccionadoras de la sociedad que actualmente despunta, calificada por Cardoso como posdemocrática, dado que los canales tradicionales de representación cayeron en crisis.

La última encuesta Latinobarómetro, referida a la democracia, es bien clara al respecto. Y matices más, matices menos, son estos mismos temas, de cierta impronta valórica, los que movilizaron a los pentecostales mexicanos a favor de López Obrador, situado en las antípodas de Bolsonaro.

La mala ocurrencia que tuvo Fernando Haddad, el frustrado candidato presidencial del PT, de calificar a Macedo como un “charlatán fundamentalista”, ha terminado siendo bastante útil. El obispo se querelló en los tribunales de Sao Paulo por comentarios ofensivos y… acaba de ganar. Por cierto que es una derrota judicial de menor calibre al lado del desastre electoral del 28 de octubre, pero a la vez es muy indicativa de que no es buena idea denostar la irresistible atracción por el poder que sienten los pentecostales al día de hoy.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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