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La diócesis de Osorno y el escenario de “posguerra” Opinión

La diócesis de Osorno y el escenario de “posguerra”

En el mediano plazo, la comunidad católica de Osorno irá volviendo a la calma y es probable que el proceso de beatificación de monseñor Valdés se alce como el hito definitivo de reconciliación entre el Vaticano y la diócesis, reimpulsando a la Fundación Valdés a seguir liderando la construcción de su catedral, esa que es orgullo no solo de quienes profesan esta fe, ya que además es postal e ícono de la capital de esta provincia, célebre hoy por su calidad de epicentro de la más grande crisis del catolicismo en Chile.


La catedral San Mateo de Osorno es el templo católico más grande construido en el país en las últimas seis décadas. Su obligada edificación, tras la destrucción del santuario emplazado en ese mismo lugar en el terremoto de mayo de 1960, responde al empuje del primer obispo de la diócesis, monseñor Francisco Valdés Subercaseaux, quien lo concibió como un proyecto colectivo que trascendería generaciones de osorninos unidos en esta fe.

La construcción se inició en 1962 y la catedral fue inaugurada 15 años después, en 1977, lejos aún de la visualización de quien el Papa Francisco declaró en 2014 como “venerable”, en reconocimiento “a sus heroicas virtudes”.

El simbolismo de esta iniciativa material y espiritual colectiva es enorme, ya que obedece a un diseño sin tiempo de ejecución, que la guía en el camino para alcanzar su perfección potencial. La catedral es, por lo tanto, una muestra del alma de Osorno: cuando han transcurrido años sin avance, podemos concluir que la ciudad ha estado más alejada de la mirada trascendente y viceversa. No es casual, entonces, que desde el nombramiento de Juan Barros como obispo de la diócesis, en enero de 2015, ninguna obra adicional en el templo se haya materializado, a diferencia de la década inmediatamente anterior, en donde vieron la luz la techumbre de cobre de la cúpula, el carillón, los vitrales y mosaicos. Además, poco y nada se sabe hoy de la Fundación Valdés, lo mismo que del proceso de canonización de su primer obispo.

En Osorno, el devenir de la Iglesia católica parece suspendido desde hace tres años cinco meses, cuando el “Caso Barros” encendió los ánimos de la ciudad hasta niveles inéditos para los católicos de esta zona, con acusaciones cruzadas entre feligreses y sacerdotes que han ido en aumento y que es altamente probable que sigan explotando en el corto plazo, como coletazos de una revolución de alcances internacionales, esto último, gatillado por una acción específica de Jaime Coiro, quien en octubre de 2015, en su debut como secretario general adjunto de la Conferencia Episcopal, preguntó por Barros al Papa en plena plaza San Pedro, gatillando la insólita declaración en que el Pontífice trató de “tontos” a los osorninos, dando un aire renovado y mucho más fuerte al cisma de la diócesis y extendiéndola al resto de la Iglesia chilena.

[cita tipo=»destaque»]La potencia del Movimiento de Laicos, que coordinó la oposición al nombramiento del obispo que el Ejército pidió años antes a la Iglesia que fuera reemplazado como capellán, tras el reventón del Caso Karadima, fue creciendo en influencia y apoyos después de la “entrevista” de Coiro, a tal punto que eclipsó la visita papal de inicios de este año, obligando al Vaticano a tomar más en serio el asunto. Esa fuerza de la organización local, sin embargo, no es directamente proporcional a la cantidad de personas que se han manifestado en estos tres años, ya que, la verdad sea dicha, esa imagen de que todo Osorno estaba preocupado del tema no fue más que eso, una imagen, como quedó de manifiesto el jueves 14 de junio de 2018, cuando quienes asistieron a reunirse con los delegados papales Scicluna y Bertomeu no fueron más de 70, en el caso de los pro Barros, y alrededor de 150, en el de los detractores del mismo.[/cita]

Solo Jaime Coiro, quien asegura que su pregunta fue grabada y difundida luego por un turista argentino, sabe si lo suyo fue una casualidad; buscaba acelerar la partida de Barros; o provocar algo más profundo en la Iglesia. Pero lo claro es que desató una catarsis que está generando una necesaria limpieza.

La potencia del Movimiento de Laicos, que coordinó la oposición al nombramiento del obispo que el Ejército pidió años antes a la Iglesia que fuera reemplazado como capellán, tras el reventón del Caso Karadima, fue creciendo en influencia y apoyos después de la “entrevista” de Coiro, a tal punto que eclipsó la visita papal de inicios de este año, obligando al Vaticano a tomar más en serio el asunto. Esa fuerza de la organización local, sin embargo, no es directamente proporcional a la cantidad de personas que se han manifestado en estos tres años, ya que, la verdad sea dicha, esa imagen de que todo Osorno estaba preocupado del tema no fue más que eso, una imagen, como quedó de manifiesto el jueves 14 de junio de 2018, cuando quienes asistieron a reunirse con los delegados papales Scicluna y Bertomeu no fueron más de 70, en el caso de los pro Barros, y alrededor de 150, en el de los detractores del mismo.

A nivel nacional, el ex obispo osornino se transformó en el chivo expiatorio de todos los abusos de la Iglesia, aun cuando, según lo que se conoce hasta ahora, su pecado fue guardar silencio frente a lo que algunos aseguran que vio en la Iglesia del Bosque, algo que probablemente es así. Ese nivel de relevancia de su figura, que quizás convenía a muchos otros sacerdotes que este año han sido denunciados por llevar una doble vida –el caso de Rancagua es escandaloso–, no fue equilibrado con la otra probable parte de la historia: que el vilipendiado obispo es otra víctima de Karadima, tal como lo señaló el jesuita Fernando Montes, quien en una entrevista de enero de este año en TVN dijo que “él (Barros) es la primera víctima, no sé si de abusos sexuales, pero ciertamente de abusos de conciencia, de generar un encierro donde la gente no piensa, no mira, no habla”.

Los movimientos de laicos a favor y en contra de Barros irán disminuyendo en su relevancia en los próximos meses, porque su labor ya no tiene sentido sin la presencia el obispo, sin embargo, las heridas permanecerán y los sacerdotes que quedan en esta “diócesis de posguerra” estarán expuestos en los meses siguientes a que los crecientes rumores, falsos o no, sobre el no apego de algunos de ellos al celibato, se ventilen en el espacio público, si así lo desean quienes hoy, desde las heridas por el desenlace del “Caso Barros”, parecen dispuestos a tirar el mantel.

Pero este efecto no es solo de Osorno. Las escaramuzas originadas en el marco de la Guerra Santa de Osorno ya pasaron por Rancagua y también se han registrado incipientemente en Temuco y en otros lugares que probablemente harán noticia si quienes manejan la información, que han entregado por canales oficiales de la Iglesia, siguen impulsando las denuncias.

En el mediano plazo, la comunidad católica de Osorno irá volviendo a la calma y es probable que el proceso de beatificación de monseñor Valdés se alce como el hito definitivo de reconciliación entre el Vaticano y la diócesis, reimpulsando a la Fundación Valdés a seguir liderando la construcción de su catedral, esa que es orgullo no solo de quienes profesan esta fe, ya que además es postal e ícono de la capital de esta provincia, célebre hoy por su calidad de epicentro de la más grande crisis del catolicismo en Chile.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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