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Fin de un sueño de primavera

Por: Francisco Troncoso


Señor Director:

Hace aproximadamente 46 años, en mi inocencia de niño de 10 años, llegué a las puertas del colegio Saint George lleno de angustia y terror, pero no era como otros dias; después del 11 de septiembre, el colegio abrió sus puertas una semana más tarde; a esas alturas, ya sabia que dos familiares directos habían desaparecido, y años más tarde, en plena ceremonia de graduación de cuarto medio, supimos que habían sido asesinados por una patrulla militar, solo por que se encontraban en el momento y lugar equivocados, marcando 7 años de angustia.

En los estacionamientos, muchos apoderados se saludaban efusiva y alegremente, y otros tomaban cautelosa distancia… al pasar entremedio de los soldados de la Fuerza Aérea, con pesados fusiles de asalto en ristre, y esquivando los carros de asalto, supe que mi vida ya no sería la misma.. y no me equivoqué…

El proyecto educacional del Saint George, incluía no solo la integración social con niños en riesgo social y de extracción humilde, como yo, sino que aportaba una metodología de enseñanza revolucionara para la época, que incluía trabajo de labranza en el campo, y cuidado de animales.

Se basaba en una metodología de desarrollo cognitivo, en la voluntad de las personas por entender la realidad y desempeñarse en sociedad, por lo que está vinculado a la capacidad natural que tienen los seres humanos para adaptarse e integrarse a su ambiente.

El viento cálido de Septiembre me trae recuerdos de ese revolucionario método, que se basaba en el desarrollo espontáneo de una inteligencia práctica, basada en la acción, que se forma a partir de los primeros conocimientos que tiene el niño de los objetos permanentes en el espacio, en el tiempo y lo que lo causa. Por eso el acucioso desarrollo de talleres de carpintería, trabajo de labranza y cultivos.

Desde sus comienzos el Colegio Saint George, perteneciente a la Congregación Holly Cross, ha buscado «transmitir a sus alumnos la idea de la responsabilidad apostólica de los laicos», caractérizándose por apostar por programas que apoyaran «la diversidad, el respeto por el otro y el servicio a la sociedad».

Sin embargo, ese sueño de universalidad se truncó, cuando la Fuerza Aérea tomó posesión del Colegio, expulsando a la Congregación y nosotros, los integrados, quedamos al garete, en un mundo en donde la cultura quedó relegada a un tercer lugar, en donde vales por lo que tienes, y no por lo que sabes o puedes aportar, un mundo socialmente compartimentado, y con un terror al otro, al desconocido, al diferente.

Solo un puñado de los integrados, no más de 4 o 5, pudimos egresar de cuarto medio, y la vida nos dio la recompensa de observar nuestra sociedad desde un punto de vista amplio y enriquecido por nuestra singular experiencia, pero somos demasiado pocos como para expresar la necesidad de desarrollar la única arma que permite que los pueblos se liberen de la pobreza, la ignorancia y la explotación: una educación de calidad, que desarrolle la inteligencia, la comprensión, el pensamiento, la creatividad, la ética y la empatía…

Atrás queda esa experiencia inolvidable e invaluable, que nos deja amigos leales e incondicionales, de todo el espectro social, atrás quedan los anónimos profesores y administrativos, que mantuvieron a este puñado de alumnos en el colegio, utilizando indetectables argucias administrativas y contables, a riesgo de perder su trabajo en una época heroica, al punto de que hoy no existen registros de los mal llamados “Machuca”.

Ojalá alguna vez el dragón se despierte y lance las llamaradas de comprensión que tanto necesita esta sociedad.

Francisco Troncoso Robles
Arquitecto U de Chile

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