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Los errores de Errázuriz

Por: Tomás Serón Díaz


Señor Director:

El ex arzobispo de Santiago Francisco Javier Errázuriz fue interrogado por encubrimiento de delitos sexuales al interior de la iglesia católica y, más allá de la negación de responder a las preguntas, hay declaraciones que me llamaron profundamente la atención. Tenemos antecedente de las referencias que ha hecho el cardenal sobre las supuestas conductas homosexuales de los sacerdotes implicados en delitos sexuales. Al ser consultado sobre el tema, responde con la frase: “Es mejor que no haya sacerdotes homosexuales. No está excluida una persona que domine totalmente su homosexualidad, pero la mayoría quiere tener la certeza de serlo y hacen actos de homosexualidad”. En estas líneas hay un castigo moral implícito hacia la orientación homosexual, insinuando dificultades en el control y dominación de determinados impulsos; un comentario francamente homófobico. Me parece grave, en la medida que se deja entrever una relación causal entre homosexualidad y abuso sexual. Por este motivo, quiero citar un estudio publicado en Alemania en 2017, que analiza la caracterización de la orientación sexual de los abusadores en la iglesia católica y otras instituciones. De un total 89 abusadores analizados, el 53.9% se reportó heterosexual, 34.9% homosexual y 6.7% bisexual. Se enfatiza que bajo ningún punto de vista existe relación causa-efecto entre homosexualidad y abuso sexual.

Una situación de real relevancia es que los abusos se dan en el marco de relaciones de poder y de abuso de conciencia, donde se normalizan ciertas prácticas sexuales, considerando que los sacerdotes juegan un rol parental y de liderazgo espiritual, especialmente en personas en desarrollo, en quienes están experimentando crisis de diversos tipos o en aquellos con diversas vulnerabilidades psicológicas. Quienes cometen estos crímenes ocupan un espacio de intimidad privilegiado en las víctimas, haciendo mal uso de esta posición. Entonces, las dinámicas de dominación obedecen más bien a factores psicopáticos narcisistas, no a la orientación sexual en sí misma. Lo peligroso es que los clérigos abusadores no son distinguibles de aquellos no abusadores en las evaluaciones psicológicas habituales, por lo que se requieren filtros más exhaustivos.

Para las víctimas el golpe es doble pues, además de la transgresión e invasión del cuerpo, se ve violentada su confianza espiritual y su cosmovisión religiosa, puesto que el sacerdote es visto como un alter Christus, un representante de Dios en la tierra. En este sentido, frente a un trauma de tal magnitud, es totalmente comprensible que sea mantenido en silencio, y que muchas veces sólo sea declarado varios años después. La vergüenza es un sentimiento que ocupa gran parte de la experiencia de la persona abusada, así como también el temor a que su revelación no sea acogida, y, más aún, negada. Esta vivencia de no poder habitar el rol de víctima y que éste no sea reconocido por el entorno, es absolutamente angustiante. La comunidad religiosa puede reaccionar con un negacionismo tal que se pone en duda la palabra de la víctima, pues se piensa imposible que situaciones de ese tipo ocurran en su círculo religioso. Por otra parte, existe el temor a causar dolor en la familia al develar la experiencia, lo que alimenta aún más el secreto. Cuando Errázuriz confiesa que tuvo serias dificultades en creer la acusación de James Hamilton, obedece claramente a la nula comprensión de las dinámicas de abuso sexual/de conciencia y de los estragos emocionales que esto causa, además de ser fiel reflejo de la mala praxis eclesiástica frente a temas tan delicados.

Los líderes de esta institución han tomado actitudes que niegan, minimizan y relativizan las responsabilidades de sus clérigos. Toman medidas aisladas, relacionadas a penitencia, corrección espiritual o tratamiento moral, manteniendo el enfoque oscurantista de estos crímenes. Dentro de la cultura institucional, la iglesia católica se ve a sí misma como infalible y exenta de errores, por lo que externalizan sus responsabilidades. Más aún, utilizan el secreto y el poder para proteger su imagen (y la de aquellos que le sirven) de las leyes que gobiernan nuestra sociedad, no haciéndose cargo debidamente del problema.

Finalmente, quiero enfatizar en lo siguiente: los abusos sexuales en el contexto religioso son experiencias absolutamente devastadoras, que dejan serias huellas psicológicas y espirituales. Son comunes los cuadros anímicos y de estrés postraumático, y las crisis existenciales. Como sociedad, no podemos partir poniendo en duda la palabra de la víctima, porque estaríamos siendo cómplices de la retraumatización. Por otro lado, parece oportunista y poco criterioso esgrimir una relación causal entre homosexualidad y abuso sexual, porque son conceptos totalmente diferentes y porque afirmaciones de este tipo vulneran la dignidad de muchas personas, exponiéndolos a ser víctimas de conductas de odio. Posturas de este tipo son inaceptables, por lo que la institución religiosa debe tomar una actitud de responsabilidad, transparencia y humildad, que es lo mínimo exigible.

Dr. Tomás Serón Díaz
Psiquiatría Adultos
Universidad de Chile
COSAM Santiago – COSAM Lo Prado

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