Publicidad
El cambio climático, la sequía y el ominoso silencio de las industrias minera, forestal y agroalimentaria Opinión Crédito: Reuters

El cambio climático, la sequía y el ominoso silencio de las industrias minera, forestal y agroalimentaria

Enrique Fernández Darraz
Por : Enrique Fernández Darraz Doctor en Sociología, académico.
Ver Más

“Salvemos al Toromiro”, reza majaderamente un cartel en la Ruta 5, para demostrar el férreo compromiso de la industria forestal con salvar el casi extinto árbol de Isla de Pascua. Por supuesto, nadie puede oponerse a tan noble propósito. Como tampoco a que en el primer mundo quieran deleitarse comiendo arándanos del tamaño de una uva. De poco sirve, sin embargo, salvar un árbol cuando se destruye todo el bosque restante. Peor aún, ello no puede ser usado como moneda de cambio, ni mucho menos como chantaje, para justificar la depredación y desertificación del medio ambiente nacional.


“Chile potencia alimentaria”. Ese fue el pomposo epitafio con que a inicios del 2000 nuestro país sepultó cualquier posibilidad de impulsar un proyecto de desarrollo industrial tecnológico y, de paso, condenó a igual destino al medioambiente.

La idea sonaba aguda: pasar de bienes de bajo valor agregado (commodities agropecuarios) a “alimentos diferenciados por calidad”. Pero en el fondo no era mucho más que lograr que parte de nuestra producción alcanzara un estándar competitivo globalmente, aprovechando los numerosos tratados internacionales.

Con ello se consolidó un modelo económico basado en materias primas. Salvo que alguien suponga que una manzana o un salmón son lo mismo que la alta tecnología.

La idea prendió. En 2016, diez años después de lanzada, Chile exportó 16 mil millones de dólares en alimentos y aspiraba a llegar a 32 mil en la década siguiente. Ese año las ventas representaron cerca del 25% de las exportaciones. Se estimaba, además, que el sector daba el 23% del empleo y que su contribución al PIB era del 10% o 12%. Razones para celebrar había de sobra: uvas, arándanos, cerezas, ciruelas, manzanas, mejillones y salmón, hacían su ingreso a velas desplegadas al mercado mundial.

El sector “agroindustrial-exportador” se hermanaba así a la gran minería y a la industria forestal. Pero no solo en su capacidad productiva, sino también en su capacidad de depredar el medio ambiente.

[cita tipo=»destaque»]Lo vergonzoso de esta historia es que estas industrias miran al cielo esperando que llueva, como si no tuvieran responsabilidad alguna en el cambio climático, en la sequía y en la desertificación del territorio. Desertificación que ha provocado que, incluso en zonas tan lluviosas como La Araucanía o Los Ríos, los pozos de pequeños agricultores se hayan secado y se les deba proveer de agua a través de camiones aljibe.[/cita]

De la minería ya se ha escrito bastante como para repetirlo. Un poco menos se ha dicho del área forestal. Sabemos, sin embargo, que existen más de 2,7 millones de hectáreas de pinos y eucaliptos, que el 70% de ellas se concentra en las regiones del Maule, Biobío y La Araucanía, y que el avance hacia más al sur ha sido vertiginoso.

También sabemos que es una industria no sometida a regulación ambiental y que un eucalipto maduro puede consumir hasta 200 litros de agua al día. No creo que sea necesario explicar la relación entre estos dos puntos.

Del sector agroindustrial o agroalimentario sabemos menos. Hemos visto cómo crece, depredando los bosques y consumiendo el agua en el centro y sur de Chile, para sus cultivos extensivos de palta, arándanos, cerezas, avellana europea y otros. Pero no solo se talan los campos para siembras, sino también el bosque aledaño para evitar la sombra. Esto se ha realizado, en muchos casos, con el visto bueno de la propia Conaf, que entre 2008 y 2020 autorizó talar más de 22 mil hectáreas de bosque nativo, sin obligación de reforestar. O se ha hecho de manera ilegal, pagando alegremente multas insignificantes.

Desde 2019, sin embargo, estos sectores están en alerta. La sequía amenaza con arruinar la fiesta.

Lo vergonzoso de esta historia es que estas industrias miran al cielo esperando que llueva, como si no tuvieran responsabilidad alguna en el cambio climático, en la sequía y en la desertificación del territorio. Desertificación que ha provocado que, incluso en zonas tan lluviosas como La Araucanía o Los Ríos, los pozos de pequeños agricultores se hayan secado y se les deba proveer de agua a través de camiones aljibe.

“Salvemos al Toromiro”, reza majaderamente un cartel en la Ruta 5, para demostrar el férreo compromiso de la industria forestal con salvar el casi extinto árbol de Isla de Pascua. Por supuesto, nadie puede oponerse a tan noble propósito. Como tampoco a que en el primer mundo quieran deleitarse comiendo arándanos del tamaño de una uva.

De poco sirve, sin embargo, salvar un árbol cuando se destruye todo el bosque restante. Peor aún, ello no puede ser usado como moneda de cambio, ni mucho menos como chantaje, para justificar la depredación y desertificación del medio ambiente nacional.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias