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PSU y Plaza Italia: dos símbolos de anomia Opinión

PSU y Plaza Italia: dos símbolos de anomia

Mario Waissbluth
Por : Mario Waissbluth Ingeniero civil de la Universidad de Chile, doctorado en ingeniería de la Universidad de Wisconsin, fundador y miembro del Consejo Consultivo del Centro de Sistemas Públicos del Departamento de Ingeniería de la Universidad de Chile y profesor del mismo Departamento.
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No me referiré aquí a las bondades o problemas de la PSU. Alguna vez publiqué una columna sobre «La PSUff». Todos los países usan algo por el estilo, pero mezclado con ranking, participación en proyectos u otros considerandos. Los procesos chilenos de admisión son claramente perfectibles y mejorables.

La anomia, lo que me interesa destacar aquí, es un concepto que se refiere a la inexistencia de normas en la sociedad, o bien a un desorden social que impide que algunos individuos consigan las metas socialmente impuestas. Durkheim desarrolló el concepto de anomia en La División del Trabajo Social y El Suicidio, identificando el momento en que los vínculos sociales se debilitan y la sociedad pierde su fuerza para integrar y regular adecuadamente a los individuos.

A lo que voy es a la actitud de un pequeño grupo de estudiantes, que no sé si serán 100 o 300, pero que ciertamente no llegan a 3 mil, que se sienten con el derecho a imponer su verdad a nada menos que 300 mil estudiantes y sus familias, es decir, más de un millón de personas, a las cuales están sumiendo en la angustia y la incertidumbre para darse este gustito y sentirse como héroes revolucionarios.

Nada les gustaría más que se los llevaran presos, para así poder protestar por la represión injusta. Un par de moretones les vendrían aun mejor. Muchos de ellos son los mismos que han llevado a los liceos de Santiago, las estrellas de la educación pública, especialmente el Instituto Nacional, al borde de la extinción. La adrenalina a cien por hora, se lo contarán a sus hijos y nietos.

Vamos ahora a la Plaza «Italia-Baquedano-Dignidad-Anomia», como la he llamado en otra publicación, ya que es otro ejemplo casi idéntico. Un indignado manifestante me respondió:  «De anomia nada, esa plaza está llena de vínculos, tal vez como nunca antes en la historia, existen lazos intersubjetivos muy profundos»… Eso es así, muchos manifestantes que antes vivían su soledad individual encontraron ahí su grupo de pares, con los cuales disfrutan su momento intensamente y con alegría.

Pero yo le preguntaría: ¿y cómo andan los lazos intersubjetivos entre esos manifestantes y los vecinos de la Plaza? ¿Los ahogados en gases todo el día, los que les quemaron los locales, los que tuvieron que cerrarlos y los miles que están quedando desempleados? ¿Están buenos esos lazos intersubjetivos? En suma, ese gustito que se están dando en la Plaza, ¿es compartido por los damnificados por el gustito?

¿Qué nos está pasando?

Lo que está pasando en Chile es, a todo nivel, lo mismo. La debilitación o incluso desaparición de los vínculos sociales, del contrato social básico, y no está ocurriendo solamente durante la crisis, sino que venía ya de mucho antes.

También lo ha dicho Pablo Ortúzar: “El ego inseguro se alimenta de la agresión para sentirse reconocido. Y agresión es hoy lo que copa el espacio público… a falta de mensaje, buenos son los enemigos… Lo que nos afecta es una enfermedad del alma. La desigualdad extrema, los abusos y la corrupción son meros reflejos de ella».

Por su parte Marta Lagos dice: “El problema más grave para salir de la crisis pasa a ser la reconstrucción de las ligaduras: el sentido de país, la patria, la historia, la familia, los valores morales consensuados, la comunidad, el demos. Salir de la condición en que cada chileno es una isla que actúa sin considerar al otro. Ahí hay que abordar como enfermedades sociales la anomia, el individualismo exacerbado, la desconfianza, para volver a recuperar la paz social.”

Doña Marta tiene toda la razón: salir de la condición en que cada chileno es una isla que actúa sin considerar al otro. Eso es exactamente lo que está pasando en la PSU, en la Plaza, en los saqueos, en los abusos empresariales.

Una última reflexión. Hanna Arendt definió un importante concepto: la banalidad del mal. Nuestra mente es frecuentemente capaz de disociar la cotidianeidad de nuestros dichos y actos respecto al trasfondo moral y ético de los mismos. Por eso en Chile estamos naturalizando la violencia de unos contra otros, a todo nivel. Porque es fácil disociarla de lo ético. Lo que le quiero decir a los manifestantes de la Plaza y a los de la PSU es que su actitud, moral y éticamente, no es ni mejor ni peor que la de los coludidos por el papel confort.

¿Y ahora qué hacemos?

Desde las certeras reflexiones de Lagos, Ortúzar, o la mundialmente famosa Arendt, a lo concreto. ¿Cómo buscamos en la práctica la luz al final de este túnel de obscuridad moral?

Me temo que la respuesta no va a estar en eventuales mejoras objetivas, sean estas de carácter constitucional, social o de legislación para finalizar los abusos. Se ha avanzado bastante en diez semanas, pero es insuficiente y falta muchísimo. Pero también va a faltar mucho en uno, dos o veinte años más, y eso siempre se va a convertir una excusa para que algunos grupos de la sociedad actúen atropellando a otros.

Lo que nos toca hacer a todos, a todos sin excepción, a los empresarios, los manifestantes, los carabineros y los diputados, es levantarnos cada día, mirarnos al espejo, y recordar como si fuera un mantra que la libertad propia termina donde comienza la libertad y los derechos del otro, y cuando se respetan las normas comúnmente aceptadas. Es una simple receta que, aplicada a nuestros propósitos y planes de cada día, cada día tras cada día, podría llevarnos a todos a ver la luz al final del túnel de esta anomia que es como un cáncer que se apoderó de Chile.

 

 

 

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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