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La crisis del Instituto Nacional viene de 1872

Por: Leonardo Holgado V


Señor Director:

Poca dimensión tenemos de lo pequeña que era la ciudad hace tan solo 200 años, Santiago no era mucho más que el damero fundacional de las 8 manzanas en torno a la Plaza de Armas y recién la Iglesia se empezaba a desprender de pequeños espacios como un callejón situado cerca de la «Alameda de los monos» (hoy Avenida Matta), de otro arrejuntamiento de indios donde se comerciaban hortalizas y carbón (hoy Plaza Almagro), por ejemplo no existían ni el barrio Yungay-Brasil porque era la quinta de la familia Portales y donde hoy está la avenida en honor a don Diego se corrían «carreras a la chilena», donde hoy es la Plaza Brasil hubo casas que se demolieron recién para el centenario nacional y lo que hoy es la comuna de Estación Central era tan lejos que le llamaban chuchunco («donde se perdió el agua», porque el Mapocho todavía corría por la Cañada, hoy Alameda).

En esa pequeña ciudad-patria-chica se funda un único colegio para el orden temporal y también para el religioso denominado instituto nacional, literario, civil i eclesiástico, del que se separa en 1835 el Seminario Eclesiástico y por esos mismos años empieza a recibir la influencia política de su ex alumno y rector don Manuel Montt e intelectual del gramatólogo caraqueño don Andrés de Jesús María y José Bello López, que promueve la separación en 1842 de los estudios secundarios de los superiores naciendo la «Universidad de Chile» (que curiosamente, no es fundada tributando al «artesanal» Instituto sino siguiendo el rito de la muy hispana Real Universidad de San Felipe) y surge de entre sus alumnos la «Sociedad Literaria» que dio paso a su brazo político conocido como «la Sociedad de la Igualdad», cuya sede estuvo en la nueva calle de Duarte (hoy Lord Cochrane) y desde donde aparece la tremenda personalidad de don Diego Barros Arana, que fue un alumno externo del Instituto y fue ungido su rector en el año 1863.

Barros no estaba para peleas chicas, se había formado en la lectura directa de la historia en las obras del Abate Molina y Claudio Gay y asumiendo la rectoría incorpora al programa de estudios a las ciencias, armó los primeros laboratorios e incrementó los volúmenes de la biblioteca hasta hacerla una de las más importantes del continente, todo dentro de un marco de recio combate al aprendizaje memorístico y el impulso a la formación pedagógica de maestros para Liceos en Provincias (La Serena, Talca, Concepción) y el control de la examinación de los estudios secundarios de todo el país, para efectos de habilitar válidamente al ingreso a la Universidad del estado, lo que termina abruptamente en 1872 cuando el ministro de instrucción don Abdón Cifuentes deroga la examinación institutana en beneficio de la libertad de enseñanza que pedían los colegios eclesiales y sucesivamente provoca la pérdida de la formación pedagógica traspasada a la Universidad y la salida de Barros Arana, previo cercenamiento de sus facultades disciplinarias, de la rectoría.

Saludos atentos,

Leonardo Holgado V., abogado

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