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El “Mecanismo”: corrupción más allá de la pantalla Opinión

El “Mecanismo”: corrupción más allá de la pantalla

Nicolás Campos
Por : Nicolás Campos Espacio Público
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Hace ya algunas semanas Netflix estrenó la segunda temporada de una de sus últimas producciones, O Mecanismo. Esta serie, inspirada en uno de los mayores escándalos de corrupción de la historia reciente de Brasil, la operación Lava Jato, inicia su segunda entrega relatando una de sus aristas de mayor impacto dentro de la región: el caso Odebrecht.  Más allá del drama y la ficción, veamos algunas razones de por qué este caso será uno de los más recordados de los últimos tiempos.

Odebrecht es uno de los escándalos de corrupción de mayor magnitud y complejidad que recuerde la región. En términos de magnitud, según consigna el repositorio de la aplicación de la Ley de Prácticas Corruptas en el Extranjero (FCPA, por sus siglas en inglés), la acción emprendida contra Odebrecht es el segundo caso con mayor pago de sobornos (solo superado por el caso Siemens con $1.400 millones de dólares) y es el caso en donde existieron mayores beneficios económicos para la empresa a raíz de estos pagos irregulares.

En términos de complejidad, el esquema de fraude y pago de sobornos del conglomerado llegó a un nivel de sofisticación pocas veces visto en la región, lo cual se vio reflejado en la creación de la denominada División de Operaciones Estructuradas (DOE) el año 2006 y que funcionaba básicamente como un “departamento de sobornos” dentro de la compañía. Para llevar a cabo sus actividades, manejaba un sistema de comunicación y contabilidad paralelos dentro de la empresa, operaba empresas fantasmas (off-shore) con el fin de lavar el dinero irregular y gestionaba tratos especiales con entidades bancarias en países con fuertes resguardos del secreto bancario. De esta forma, la división garantizaba que los pagos ilícitos hechos a funcionarios y autoridades de gobierno fueran realizados sin dejar rastros, dando así, garantías de seguridad a las contrapartes involucradas. En esto, la empresa innova e “institucionaliza” la corrupción dentro de su organigrama.

Dada la magnitud y la sofisticación del sistema con el que operaba, sin duda, el caso Odebrecht se configura como uno de los eventos de corrupción más grande y de mayor complejidad que ha enfrentado la región en las últimas décadas: nuevamente, la realidad parece superar la ficción. No obstante, no todas son malas noticias. Este caso abre una oportunidad inédita de avanzar de manera importante en materia de gobernanza en infraestructura pública. En particular, la evidencia que surge a la luz del caso nos permite entender cuáles son los elementos de la institucionalidad vigente que le permitía a la empresa obtener ventajas indebidas dentro de los contratos realizando pagos ilícitos. Esto finalmente permite detectar qué aspectos de la gobernanza actual del sector son más proclives a ser capturados y necesitan reformas.

Al analizar la evidencia del caso se observan de forma preliminar tres elementos relacionados con la contratación pública que pueden servir de insumo para estas reformas. En primer lugar, los pagos de sobornos estuvieron concentrados en la etapa de adjudicación y durante la implementación de los contratos. En segundo lugar, la institucionalidad capaz de mitigar los riesgos de corrupción es mucho más sofisticada dentro de la fase de adjudicación que durante la implementación, ya que la falta de contrapesos adecuados de esta segunda etapa hace que sea más vulnerable a la corrupción. Finalmente, se observa de manera general que existen debilidades de los entes fiscalizadores; así, más que reglamentos que muchas veces no se cumplen o bien que se evitan frecuentemente son necesarios diseños institucionales que provean los incentivos correctos para las partes involucradas en la contratación.

Casos de la magnitud de Odebrecht abren la oportunidad de realizar reformas que en otro escenario no serían posibles y que pueden ser claves para mitigar los riesgos de corrupción y mejorar la asignación de recursos dentro del sector de infraestructura. En este contexto, la segunda temporada de la famosa serie de Netflix, más allá de la ficción y el drama, debe ser una invitación a investigar más, conocer las distintas dimensiones del caso y, por, sobre todo, ser una voz activa en la lucha contra la corrupción en la región.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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