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Tres desafíos para Comunes: el partido popular y feminista del Frente Amplio Opinión

Tres desafíos para Comunes: el partido popular y feminista del Frente Amplio

Jorge Ramírez y Juan Pablo Sanhueza
Por : Jorge Ramírez y Juan Pablo Sanhueza Secretario General de Comunes/Consejero Político de Comunes
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El Frente Amplio vive días movidos, la forma en que se originó comienza a reestructurarse no solo en su manera de enfrentar los desafíos que tiene por delante, también lo hacen sus orgánicas. La confluencia entre distintas fuerzas que lo componen apuesta, sin perder su diversidad, por darle mayor fortaleza orgánica y política.

COMUNES fue la primera fuerza política que emerge en este nuevo escenario Frenteamplista, la unidad generada por fuerzas como Poder Ciudadano e Izquierda Autónoma, nos permite contar con un partido legalizado en 8 regiones, una estructura primaria, y una fuerza territorial y social importante.

Con todo, tenemos al menos tres desafíos en el corto y mediano plazo, si efectivamente pretendemos ofrecerle a Chile una propuesta responsable y viable para mejorar la vida de la gente, sin retroceder en aquello que hace siempre la izquierda: Fragmentación, división o construcción de “lotes” que dañan la posibilidad de avanzar en una estructura sólida y fuerte.

Desafío 1: Subir las Banderas de la Gente

Cuando hablamos de partidos políticos, nos referimos en general a instrumentos que proponen un determinado proyecto de sociedad con el cual buscan acceder a cupos de poder institucional. En la práctica nos toca ver cómo el partido talla S le dice a la gente que todos caben en esa prenda sin importar sus tamaños, mientras que el partido talla XL pretende que todos estén conformes con vestir esa medida, sin mediar concesiones.

Pero la realidad de nuestro país nos exige más: Hay tantos tamaños como personas y querer ponerles a todas una prenda de la misma talla nos habla de la incapacidad de estos proyectos políticos para poner las necesidades de la gente por sobre la voluntad propia.

Es fundamental que en COMUNES entendamos que las banderas de la Izquierda no alcanzan para explicar las necesidades concretas que la sociedad nos exige hoy. Por tanto tenemos que actuar con osadía revolucionaria para bajar un poco nuestras banderas, esas que arrastramos de manera romántica, y subir con fuerza las banderas de la gente, esas que flamean por una vejez digna, pero también por mayor seguridad. Este ejercicio debiese ser una constante en nuestro proyecto político, por cuanto nos mueve un horizonte de emancipación popular, cuestión que tiene como condición constitutiva la construcción de un pueblo, que es dinámico, diverso, contradictorio; que no viene predeterminado por fuerzas históricas ajenas a las que el mismo campo popular contiene, ni tiene un sujeto político privilegiado a priori.

Y no nos confundamos, no estamos renunciando a convicciones ni menguando nuestra radicalidad política, al contrario, nada más radical que asumir nuestros fracasos, dejar de lado la estética de la derrota y asumir con fuerza que no existe nada más revolucionario que construir

un partido que tenga la transversalidad de la gente. COMUNES tiene que ser un partido que se parezca a Chile.

Desafío 2: Militancia popular y feminista.

Un partido político en particular y un proyecto político en general no llegarán a puerto sin militancia. Cuando hablamos de militancia no nos referimos a esa adhesión ideológica o participación circunstancial al espacio de organización, sino que hablamos del viento que sopla las velas del barco para que este vaya en determinada dirección.

Creemos que la actividad militante debe ser algo más que un proyecto biográfico de autopromoción intelectual. Curiosamente, el militante no comienza luchando contra el modelo neoliberal ni la especulación financiera, sino que habla, habla con la gente, habla, siente y vive las injusticias de la gente. Para luego decidir, en definitiva, “hacerse cargo”, aunque la injusticia no sea “su responsabilidad”, pero en tanto militante la asume como propia.

El militante popular no es un extraño, ni vive en un microclima de relatos trascendentes que sólo tienen eco en su orgánica política. El militante popular construye y politiza: Habla con la vecina, con el amigo del colegio, con el colega, con la tía del negocio; en fin, relaciones sociales con contenido político. Politizar sería, en un nivel mínimo, volver sensible el vínculo que existe entre un problema concreto y los grandes asuntos nacionales. Pero politizar también es emocionar, llamar a la acción.

Pero una militancia popular pàra un proyecto político del siglo XXI, debe construir espacios, tener prácticas y relaciones feministas. Quizás hoy parece de perogrullo señalarlo, pero convengamos que hace un par de años no, y que hoy sea casi un imperativo categórico para las organizaciones políticas, tampoco es garantía de nada. En los afectos, en el trabajo, en los espacios seguros, la militancia debe ser al feminismo como la vida misma. No hay vuelta atrás en esto: ¡No debe haber vuelta atrás en esto!

Una organización seduce al tiempo, se expande silenciosamente, con la lentitud del humor, las costumbres y el cambio social. Después, por otro lado, está la política de masas, donde la militancia pone el pie en el acelerador porque hay elecciones. Hay miles de frentes en la comuna, el distrito, la circunscripción y resulta que tenemos que llegar a todos y ha de ocurrir bien rápido, en un par de meses intensos. Se llama “campaña electoral”, es cuantitativa, porque las elecciones se tratan de números. En cambio, la construcción, lo que hacemos el resto del año, y de la vida, es cualitativa y la llamaremos “campaña cultural”.

COMUNES entonces, debe ser el partido de los militantes y de la gente, y a pesar de lo que se nos intenta decir, esto no es contradictorio, al contrario, es necesario, pues la estructura orgánica es primordial en cuanto partido político, y la militancia popular es fundamental para asumir como propios los desafíos de la orgánica. Construimos un partido que se parezca a Chile, a sus tiempos y diversidades, y a su vez el partido requiere de una militancia orgánica y popular. La tarea es compleja, pero la explicación es simple: el militante de COMUNES debe militar, militar y militar, siempre que sea en virtud de transformar y sumar, de escuchar y construir, de acompañar y aportar, pero sobre todo de entender que se milita hacia adentro con la fuerza del espíritu, y se construye hacia afuera con la fuerza de la gente.

En síntesis, nos referimos a la Militancia Popular como aquella forma de vida que apuesta por la organización en tiempos en que la racionalidad individualista neoliberal se impone de manera depredadora. La militancia es “poner el cuerpo”, bueno, mejor dicho, el espíritu: tener la orgánica en el cuerpo. Parecido a lo que dijo Alain Badiou a propósito del poder popular: “Quienes nada tienen, solo tienen su disciplina”. Y es que si la política es una fábrica de sueños, es la militancia la herramienta para hacerlos realidad.

Tercer desafío: Retornar a lo político y radicalizar la democracia

Es momento de retornar a lo político, dejar de oscilar entre proyectos que plantean cambiar el color de la fachada de la casa, pero no se hacen cargo de las goteras, las fugas de gas ni los problemas de vecindad del barrio. Ante el consenso liberal que redujo la política a una administración de empresas, nos situamos desde el reconocimiento del conflicto inherente a lo político y la diferencia democrática como el motor de nuestra sociedad. Actualmente, el conflicto es experimentado como una falla o debilidad de las instituciones y la democracia, nada más lejos de avanzar que el consenso como fin en sí mismo. Ese paradigma propio del relato procedimental y de un republicanismo oligárquico, reproduce las mismas lógicas de dominación que mantienen los privilegios para los de arriba y restringen las posibilidades de los de abajo.

Al retornar a lo político, evocamos ese antagonismo que cruza toda posición política, el nosotros-ellos que nos permite delinear una frontera entre quienes consideran que la vejez, la salud y la educación deben quedar arrojadas al desorden neoliberal y quienes creemos que la vejez y la salud dignas y el derecho a la educación son el pilar de cualquier sociedad y no pueden negársele a nadie. Dejar de desplazar el conflicto de lo político que es por definición inerradicable nos abre posibilidades para nuevas mayorías populares, contingentes y transversales. Como dijera Maquiavelo en sus Discursos sobre la primera década de Tito Livio: “Sostengo que quienes censuran los conflictos entre la nobleza y el pueblo condenan lo que fue primera causa de la libertad de Roma (…) Todas las leyes que se hacen en favor de la libertad nacen del desacuerdo entre los nobles y el pueblo.”

Desde COMUNES, debemos asumir la necesidad de radicalizar la democracia, es decir, pasar del relato democrático de las élites que se sustenta en procedimientos y en la ficción de individuos desentendidos de su comunidad política, para proponer un relato de república plebeya que amplíe el campo de oportunidades de los de abajo a la vez que restringe el sistema de privilegios de los de arriba; donde el conflicto se canalice a través de una institucionalidad que “se haga cargo” de la mediación entre “el pueblo” y el Estado, donde este último es una relación compleja y virtuosa y no una institución ajena, pétrea y reservada para algunos. Si el bloque dominante se configuraba bajo la forma de Estado-nación, la hegemonía plebeya debería constituirse bajo la figura de lo nacional-popular1, asumiendo que, desde COMUNES, el proyecto que debemos proponerle a Chile es radicalmente feminista, democrático y popular.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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