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“Después de lo de Renato Poblete, dudo de todo…”

Por: José Miguel Ruiz


“Después de lo de Renato Poblete, dudo de todo”, titula El Mercurio el reportaje realizado al P. Felipe Berríos (domingo 12 de mayo de 2019), citando una frase de este, y eso lo lleva a uno a escribir que –entendiendo que las palabras hay que situarlas en su contexto– le quisiéramos decir al jesuita de la Chimba de Antofagasta que “no debe dudar de todo”, o que no es bueno hacerlo. No nos hace bien que lo haga.

Sin duda que la Compañía ha sido muy golpeada por el caso Poblete y de otros, que muchos le otorgamos a aquel el beneficio de la “presunción de inocencia” (aunque eso corresponda a los tribunales), hasta que supimos que más que líos amorosos, que la eventual pasión de un hombre que no pudo cumplir con el voto de castidad, había lo que el mismo Felipe Berríos concluye: “cosas que son de un desquiciado”, simplemente despreciables, productos de una suerte de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, metafóricamente por cierto.

Una lástima no haber conocido estas denuncias en su tiempo, para ver qué decía ante ellas el P. Poblete, quien en su lado luminoso y público, hacía el bien, y en su oscuridad, el mal acrecentado porque él era, para la fe pública, un guardián del bien. Pero lo que quiero decir, como un simple lector de la entrevista, es que no nos hace bien que el P. Felipe Berríos “dude de todo” (aunque “sea solo un decir”); aun golpeado, él sabe que hay muchos que siguen haciendo el bien, y que todo esto no los hace sino asumir con mayor fuerza el compromiso de servir al prójimo. Algunos han caído, ruidosamente, pero otros se levantan, con más fuerza.

Es alentador, en medio de la confusión, la rabia, la desazón, la decepción ante la traición, escucharlo señalar: “La gente acá me hace descubrir que vale la pena nuestra vocación”, “Pero ser cura no está en cuestión. Voy a morir siendo jesuita”, “La gente habría sido menos dura para juzgarnos si hubiéramos sido más humanos. Si lo que la gente no nos perdona es que nos subimos a un pedestal. Miramos en menos a las madres solteras, a los separados, y éramos los ejemplos de la moral”, expresiones que invitan a una reflexión profunda dentro de la Iglesia. La “condición humana” es vecina de la caída (también de lo sublime); pero se nota más estrepitosa en los guardianes y paladines de la moral y del bien. “Primero humildad, segundo humildad y tercero, humildad”, decía San Agustín, en el camino hacia Dios, para no caernos, para poder ser fieles al compromiso.

No se nos ponga a dudar “de todo”, P. Felipe, que hay muchos pendientes de usted –algunos para acusarlo a Roma, como el cardenal Medina, de paso acusando también al P. Mariano Puga y al P. José Aldunate, dos admirables–, pero los más están atentos a lo que hace, para alimentar su fe con el ejemplo de la vida consagrada al servicio de los demás, en una decisión casi heroica en nuestros días, en que mucho invita al egocentrismo, al exitismo personal, al hacer negocios importando poco quién paga el costo humano de la producción y de las ganancias. Esperamos que siga en la Chimba o donde sea, dando testimonio, que testimonios ejemplares son los que sirven. Parodiando el conocido refrán: “Obras son amores y no tanto buenas oraciones”. El ejemplo del P. Felipe Berríos y de tantos curas, monjas y laicos virtuosos anónimos –sin endiosar a nadie–, es lo que se opone luminosamente a la oscura caída estrepitosa de otros.

José Miguel Ruiz

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