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Mercado de pago chileno: que miren al Asia MERCADOS

Mercado de pago chileno: que miren al Asia

Manuel Cruzat Valdés
Por : Manuel Cruzat Valdés Economista, Pontificia Universidad Católica de Chile; MBA, Universidad de Chicago.
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Recordemos que el sistema de Transbank es, hasta ahora, una operación mancomunada de los bancos en este servicio que se autorizó por la Comisión Preventiva Central en 1991, pero que quedó obsoleta hace un buen tiempo por los obvios riesgos anticompetitivos que conllevaba. Dicha operación también suponía implícitamente la presencia de tarjetas como Visa o Mastercard, que cobraban una comisión por el uso de sus sistemas, así como los bancos que facilitaban el crédito. En otras palabras, eran también intermediarios que tenían todos los incentivos para mantener el statu quo de la operación global, ya sea que Transbank operase a tres partes o a cuatro. No olvidemos que, a través de las tarjetas, se fueron creando además clubes con acumulación de puntos o millas en que participaban múltiples empresas, tratando de generar fidelidades de los consumidores y que progresivamente dieron origen a ambientes de débil competencia en los respectivos mercados afectados, usando el soporte de estas redes transversales. ¿Qué hicieron Alipay y WeChat en China? Lo único que necesitaban era que las dos partes de una transacción tuviesen cuentas corrientes y, por medio del teléfono móvil y códigos QR, facilitaron transacciones con debitación y acreditación instantánea de los fondos, evitando el uso de las tarjetas de débito y crédito –con sus comisiones asociadas–. Prescindieron del “Transbank chino”.


El año 2018 los montos pagados mediante tarjetas de débito, crédito o transferencias bancarias vía internet fueron aproximadamente cuatro veces superiores a aquellos del año 2011, mientras el PIB se expandió un 22% en el mismo período. Solo los giros en cajeros automáticos aumentaron 73%.

Para un PIB de US$ 299 mil millones como el chileno, los giros en cajeros automáticos fueron de US$ 39.5 mil millones; los pagos por tarjeta de débito alcanzaron los US$ 28 mil millones; aquellos por tarjeta de crédito, US$ 30.9 mil millones; y las transferencias bancarias por internet, US$ 697 mil millones, durante el año 2018. Las cifras absolutas y de crecimiento son bien impresionantes.

La operación de las tarjetas de débito y crédito pasa –esencialmente– por Transbank, y la de los cajeros automáticos, por Redbanc, ambas sociedades de apoyo al giro bancario controladas por los bancos de Chile, BCI y Santander. Otra sociedad de apoyo al giro bancario, con equivalente control accionario, es aquella que permite transferencias electrónicas de fondos entre cuentas corrientes, el Centro de Compensación Automatizado o CCA.

Si asumimos una comisión promedio de 1% y 1.5% para las transacciones por medio de tarjetas de débito y crédito cobradas al cliente final, respectivamente[1], estaríamos frente a comisiones anuales en el sistema por US$ 748 millones. Para la transacción promedio vía débito, significaría $ 174 por transacción; para aquella vía crédito, $ 741 por transacción.

La CCA, que hace una oferta pública de sus servicios, informa, por ejemplo, que las tarifas que cobra por transferencias electrónicas de fondos en línea van desde $ 17 por transacción cuando el volumen transaccional es menor, hasta $ 7,6 por transacción cuando este crece. Una diferencia de costo no menor con los cobros anteriores que aprovecha la disponibilidad inmediata de efectivo en cuenta corriente, sin la necesidad de pasar por una operación de crédito o débito. Hay que, además, notar que dichas tarifas no son función del monto de la transferencia ni del “rubro” involucrado, lo que sí ocurre con Transbank y para lo cual cuesta encontrar razones de eficiencia económica que justifiquen sus diferencias. ¿Una comisión distinta para compras de 10 mil pesos en cebollas o en clavos?

Recordemos que el sistema de Transbank es, hasta ahora, una operación mancomunada de los bancos en este servicio que se autorizó por la Comisión Preventiva Central en 1991, pero que quedó obsoleta hace un buen tiempo por los obvios riesgos anticompetitivos que conllevaba. Dicha operación también suponía implícitamente la presencia de tarjetas como Visa o Mastercard, que cobraban una comisión por el uso de sus sistemas, así como los bancos que facilitaban el crédito. En otras palabras, eran también intermediarios que tenían todos los incentivos para mantener el statu quo de la operación global, ya sea que Transbank operase a tres partes o a cuatro.

No olvidemos que, a través de las tarjetas, se fueron creando además clubes con acumulación de puntos o millas en que participaban múltiples empresas, tratando de generar fidelidades de los consumidores que progresivamente dieron origen a ambientes de débil competencia en los respectivos mercados afectados, usando el soporte de estas redes transversales.

¿Qué hicieron Alipay y WeChat en China? Lo único que necesitaban era que las dos partes de una transacción tuviesen cuentas corrientes y, por medio del teléfono móvil y códigos QR, facilitaron transacciones con debitación y acreditación instantánea de los fondos, evitando el uso de las tarjetas de débito y crédito –con sus comisiones asociadas–. Prescindieron del “Transbank chino”.

¿Qué se observa desde afuera cuando en Chile se reúnen las autoridades financieras con los representantes de bancos y tarjetas para proyectar el rol de Transbank? Que podrían querer rescatarlo bajo un “modelo de cuatro partes”, pero a un valor implícito “alto” que no internalizaría la “destrucción creativa” que representa la revolución tecnológica de pagos que ha estado ocurriendo al otro lado del Pacífico o, gradualmente, en Europa. En este último, se aprobó en enero de 2018 una directiva PSD2 que busca, entre otros objetivos, habilitar pagos electrónicos directos, incluso por terceras partes autorizadas, desde y hacia las cuentas corrientes (XS2A), desintermediando agentes y reduciendo procesos históricos.

El Reino Unido es uno de los fuertes impulsores de esta nueva banca, pues no solo busca un sistema que funcione, sino que a la vez sea competitivo–lo que en nuestro sistema financiero suele olvidarse–. En Estados Unidos, a pesar de contar con la tecnología y actores de peso, el sistema regulatorio todavía no ha permitido un desafío efectivo de la estructura “bancos – tarjetas – clubes de consumidores”, hasta que un Google, Apple, Facebook o Amazon lo quieran de verdad intentar.

Lo que es central es que exista una entidad tipo CCA, cobrando al costo marginal de la transferencia electrónica de fondos, así como fomentar la masividad de cuentas corrientes / cuentas vista (tal como BancoEstado las impulsó). Sería inaceptable que, para lograr ejecutar una transferencia electrónica de fondos en línea, se cobrase un fee de conexión tal al ente no bancario, que igualara su costo total de transferencia a aquel del sistema Transbank.

El tiempo de dominancia de Transbank ya pasó, salvo que la sigan protegiendo. Es de esperar que la lección de una sociedad que aúna competidores y que luego toma vuelo propio respaldado implícitamente por la autoridad, a pesar de sus negativos efectos anticompetitivos, no se repita.

[1] Ver Recomendación Normativa del TDLC Proposición 19 / 2017 respecto de Transbank.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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