Opinión
Reiteradamente ha quedado en evidencia que una mayoría aritmética en el Congreso no equivale a una mayoría política. Incluso, la anterior administración no pudo hacer uso pleno de su presunta mayoría en ambas cámaras. Existen visiones muy contrastantes sobre diferentes temas. Ello se agudiza como efecto de la aspiración de las distintas fuerzas a constituirse en el eje central de una nueva coalición. Más todavía si algunas enfrentan el fantasma de la irrelevancia. No es descartable, además, que muchas diferencias surgen al no existir suficiente claridad en el tratamiento de temas cruciales. Ello sucede cuando el debate es superficial y no se reconoce que los cambios políticos, económicos, culturales hacen necesario un replanteamiento de las posiciones tradicionalmente aceptadas.
Las distintas fuerzas de la oposición han corrido con colores propios diversas coyunturas. Recuérdese el caso de Boric al aceptar participar en la comisión de infancia, sin tomar en cuenta los llamados a institucionalizar el diálogo con el entonces nuevo Gobierno. Ahora la DC y el PR hacen algo similar en relación con el proyecto de migración. Luego se rasgan vestiduras para criticar lo que en otro momento se defendió.
[cita tipo=»destaque»]La función de la oposición en un régimen democrático es hacer oposición. De esa forma se trabaja por el país. El desafío es realizar una oposición con capacidad de influencia no expuesta al juego de cooptación del gobierno de turno. Para ello es clave construir en la oposición las bases políticas y programáticas para entrar con fuerza en el debate legislativo y disputar al Gobierno el liderazgo frente a la ciudadanía. En todo esto la oposición está al debe. Ello resulta más penoso cuando se enfrenta un Gobierno – que ya sea por problemas de gestión política o por su excesiva exposición a la presión de grupos de interés – promueve iniciativas legales sin una clara lógica política dificultando la concreción de acuerdos en los temas considerados por él mismo como fundamentales. La presentación del proyecto de “Admisión justa” es un ejemplo elocuente de ello, al hacerse en el preciso momento en que se busca concretar acuerdos en áreas claves como la reforma tributaria y previsional.[/cita]
La función de la oposición en un régimen democrático es hacer oposición. De esa forma se trabaja por el país. El desafío es realizar una oposición con capacidad de influencia no expuesta al juego de cooptación del gobierno de turno. Para ello es clave construir en la oposición las bases políticas y programáticas para entrar con fuerza en el debate legislativo y disputar al Gobierno el liderazgo frente a la ciudadanía. En todo esto la oposición está al debe. Ello resulta más penoso cuando se enfrenta un Gobierno – que ya sea por problemas de gestión política o por su excesiva exposición a la presión de grupos de interés – promueve iniciativas legales sin una clara lógica política dificultando la concreción de acuerdos en los temas considerados por él mismo como fundamentales. La presentación del proyecto de “Admisión justa” es un ejemplo elocuente de ello, al hacerse en el preciso momento en que se busca concretar acuerdos en áreas claves como la reforma tributaria y previsional.
Sería sin duda un fracaso que la oposición por diferencias internas perdiera la posibilidad de asumir la presidencia de la Cámara y de las diferentes comisiones. No obstante, es cierto que una oposición sin acuerdos básicos no puede sacar partido de una posición mayoritaria. Quizás se requiere una convención opositora que concuerde en una plataforma básica para coordinar la oposición al actual Gobierno. De lo que se trataría sería identificar los temas relevantes, construir acuerdos al respecto y comprometerse a operar unificadamente. En el resto de los temas, cada partido o referente tomaría sus propias decisiones.
Ello es también importante en función de la próxima elección presidencial.
