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Educación: más allá de la contrarreforma

Por: Fernando Arancibia


Señor Director:

A propósito de la discutida “contrarreforma” educacional del gobierno, el foco de la discusión ha estado en el modo en que se vería afectada la igualdad de oportunidades (específicamente, en el acceso a la universidad). Sin embargo, creo que, tanto en quienes defienden la contrarreforma como en quienes la atacan, hay una visión estrecha de la educación y de su rol en la sociedad.

Hay una serie de preguntas que considero fundamentales y que no se han hecho ni se ha planteado discutir: ¿Para qué educamos? ¿Cuál es la naturaleza de la educación y sus fines en una sociedad como la nuestra? ¿Es la educación formal una vía para la plenitud humana, o posee, más bien, un valor instrumental a la división del trabajo? ¿Posee el conocimiento adquirido un valor intrínseco (es decir, valor por sí mismo) o bien lo posee -extrínseca e instrumentalmente- en la medida en que me faculta para estudios de mayor complejidad (universidad)? ¿Queremos que los aprendizajes esperados de nuestra educación formal sean significativamente aprehendidos? ¿Hemos discutido como sociedad acerca de los contenidos de ese aprendizaje?

Ahora bien, que las preguntas no hayan sido explícitamente planteadas no significa que nuestra sociedad no les haya dado una respuesta, aceptando implícitamente una serie de supuestos. Formalmente, me parece que la sociedad cree que el rol de la educación es promover la igualdad de oportunidades. Sin embargo, hay otros valores que la educación podría cumplir. En primer lugar, promover el conocimiento por sí mismo, dotándole de un valor intrínseco (aprender “porque sí”, es decir, porque es valioso aprender). En segundo lugar, la plenitud entendida como autorrealización o florecimiento parece estar ausente en la definición misma de la educación. Constantemente se nos llama a buscar parte de nuestra realización humana en el trabajo y que, al menos, el trabajo promueva en algún sentido nuestra plenitud. Sin embargo, no se dice lo mismo del proceso que nos capacita para ese momento (la educación formal). Parece haber ahí, entonces, una concepción instrumentalista de la educación.

Finalmente, parece ser que el valor de la igualdad de oportunidades o la justicia social que está llamada a realizar la educación en nuestra sociedad está viciada desde el origen. La discusión actual se ha enfocado en el ingreso a la universidad. Pero el acceso a la universidad no debería ser una condición necesaria para el ascenso social. ¿Por qué una persona sin estudios universitarios no podría acceder a una buena posición social? Más aún, existen otros factores que condicionan dicho proceso, a saber: el apellido, la comuna de residencia, el colegio, las redes familiares y sociales, etc. Aceptar acríticamente que la universidad es un factor de movilidad social es comprometerse con el status quo.

Por ello, mi impresión es que una discusión empantanada en ampliar el ámbito social de quienes ingresan a la universidad constituye una visión reduccionista de la educación. Ni constituye real igualdad de oportunidades ni cuestiona las dinámicas clasistas y elitistas vigentes en la sociedad, siendo el acceso a la universidad un factor más entre ellas. En la discusión presente, por tanto, me parece que no avanzaremos un ápice en resolver cuestiones vitales para el futuro de la sociedad.

Fernando Arancibia

Doctor en Filosofía

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