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El Brasil de Bolsonaro y la democracia desafiada Opinión

El Brasil de Bolsonaro y la democracia desafiada

Jaime Gazmuri
Por : Jaime Gazmuri Ex senador del PS. Director de la Fundación Felipe Herrera.
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Cuando se analizan los efectos del verdadero tsunami político que significó la elección de Jair Bolsonaro como Presidente del Brasil -la tercera democracia del planeta- con más de 58 millones de votos, surgen espontáneamente, al menos, dos interrogantes. Primero,  cómo se explica la irrupción vertiginosa de un liderazgo cuya ideología contradice de manera explícita los valores esenciales de la democracia política, en un país donde han sido hegemónicos desde el fin de las dictaduras militares, y que fueron consagrados en la Constitución de 1988 con el acuerdo prácticamente unánime de todas las fuerzas políticas. En segundo lugar, qué escenarios de futuro se pueden vislumbrar en el Brasil, con un Presidente de estas características. No pretendo responder tan arduas cuestiones, solo adelantar algunas reflexiones.

Un elemento central del contexto de la última elección es la crisis económica, moral, de gobernabilidad y de seguridad pública que ha vivido Brasil desde el inicio del segundo Gobierno de Dilma Rousseff. Esta mezcla explosiva e inédita, que el sistema político fue incapaz de enfrentar y menos resolver, generó el espacio para un líder mesiánico, que prometía erradicar las inseguridades y la corrupción. Otro factor decisivo fue la animadversión extrema, y hasta el odio, que se fue generando hacia el PT, en amplias capas de la población. Ello, producto de errores del gobierno de Rousseff y del PT,  y de una sostenida e implacable campaña de los principales medios de comunicación y de parte de la judicatura, cuyos efectos fueron particularmente intensos en los Estados del Sur y del Sudeste, los más poblados y ricos del país. También fue determinante el desplome político y electoral de la centro-derecha de matriz democrática, que desde los inicios de la transición constituyó la alternativa a la centroizquierda liderados por el PT y Lula. Los candidatos de los partidos que con el apoyo de los dos tercios del Congreso aprobaron la destitución de Dilma, con lo que creían asegurarse su sucesión, no alcanzaron al 7% del electorado en la primera vuelta. Medida en las encuestas su debilidad para enfrentar a Fernando Haddad, el candidato de Lula, la votación histórica de la centro-derecha, se volcó a la extrema derecha, considerada el mal menor.

Es evidente que no hay en Brasil 58 millones de electores que sean misóginos, homofóbicos, partidarios de la dictadura, racistas e intolerantes como Bolsonaro. Pero ello no debe ocultar que una franja significativa de la sociedad si se identifica o con el conjunto o con elementos importantes de su ideología. Y eso es nuevo. No sabemos su magnitud. Antes de que se clarificara el escenario electoral con la exclusión de la candidatura de Lula, Bolsonaro marcó entre el 18 y el 20% de intención de voto en todas las encuestas. También es una incógnita si ese segmento de la sociedad tenderá a aumentar en el futuro. Sí sabemos que el ascenso de diversas ideologías de ultra derecha es un fenómeno creciente en las democracias contemporáneas.

Eliane Brun, escritora, periodista y documentalista brasileña, sostiene que Bolsonaro ha logrado, con maestría, representar a una amplia capa de personas comunes -como él, nada destacadas- que sienten que han perdido privilegios -de género, de raza, de clase- que formaban parte de su identidad personal y social y que son cuestionadas por los procesos de democratización social, de recuperación de derechos de las minorías y de laicidad del estado, que se han desarrollado con fuerza en los últimos 30 años en Brasil. Son, en general, hombres blancos, heterosexuales, mujeres blancas de clases medias, y adherentes a las religiones pentecostales más integristas. Todos, dice Brun, tenemos un tío o primo como Bolsonaro, ya hastiado de ser cuestionado por la sobrina empoderada en el almuerzo familiar del Domingo, por los chistes impropios que a él le gusta contar.

No es una casualidad que, en su primer discurso masivo como Presidente, Bolsonaro se haya comprometido a “liberar al pueblo brasileño de lo políticamente correcto”.

Habrá que esperar un tiempo para medir la real naturaleza del programa económico social y la política internacional que podrá realizar el nuevo Gobierno. Es claro que, en su formulación, son completamente diferentes, no solo a las seguidas por los Gobiernos del PT, sino de todos los anteriores.

Lo que si resulta evidente es la voluntad del nuevo Presidente de cumplir la promesa del candidato de que “vamos a hacer un Brasil para las mayorías, las minorías se deben amoldar o simplemente desaparecerán”. También anunció que se va a eliminar la “basura marxista de la educación”. El Ministro del ramo ya afirmó que se van a establecer “filtros ideológicos” para los programas de becas en el exterior; eliminó la Secretaria de Diversidad, Derechos Humanos y Étnico raciales en su repartición, así como la exigencia que existía para que en las licitaciones para elaborar textos escolares oficiales, estos incluyeran una agenda de no violencia contra la mujer, referencias a la diversidad étnica, la pluralidad social y cultural del país y las culturas quilombolas (comunidades descendientes de esclavos fugitivos). Todo ello, en menos de dos semanas, viola el espíritu y la letra de la Constitución que Bolsonaro juró acatar. La amenaza a la democracia es real. Esta vez no proviene de los tanques en la plaza, sino de un Presidente elegido con una alta votación. Su defensa corresponderá a la sociedad y a los otros poderes del Estado democrático.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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