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A 70 años: ni tan libres ni tan iguales, aún Opinión

A 70 años: ni tan libres ni tan iguales, aún

Catalina Pérez
Por : Catalina Pérez Diputada de la República (RD). 
Vicepresidenta de la Cámara de Diputados y Diputadas
, integrante de la Comisión de Constitución
.
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El 10 de diciembre de 2018 conmemoramos los setenta años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, documento que estableció en sus treinta artículos aquellos derechos inalienables y comunes a todos los seres humanos. Pero, en estos tiempos que vivimos, cabe preguntarse ¿para qué sirven los derechos humanos?

Semana a semana vemos como suceden, uno tras otro, hechos de vulneración de estos preceptos establecidos como comunes para todas las personas. Comunidades enteras en la lenta agonía de la contaminación, represión en La Araucanía, xenofobia institucionalizada, dirigentes sociales que mueren en circunstancias sospechosas. La lista suma y sigue y es tan dolorosa que quisiéramos no continuar.

En este escenario, uno tiende a tener cierta desesperanza frente los derechos humanos, ya que, a pesar de que Chile ha suscrito la mayoría de los Tratados Internacionales que los consagran (cuando nuestra política internacional era una política de Estado y no de Gobierno y no eran tan habituales los bochornos en la arena global) pero eso no impidió que sucedieran estos hechos. Entonces ¿para qué sirven?

[cita tipo=»destaque»]Hace unos días el Subsecretario del Interior Rodrigo Ubilla afirmó que para el Gobierno no existe el derecho humano a migrar. Lamentablemente, Subsecretario, no está inventando la rueda con su declaración, hemos oído voces contrarias a garantizar derechos muchas veces a lo largo de la historia. “Para nosotros el derecho a voto femenino no es un derecho humano” es una frase que seguramente estuvo en la boca de muchos dirigentes conservadores durante el siglo pasado. La propuesta de negar derechos suele verse mal en retrospectiva, por lo que una vez más hay que recetarle al Gobierno prudencia.[/cita]

La respuesta a esta pregunta parte por asumir, comprender y grabarse a fuego en la mente, que los derechos humanos no fueron jamás, y no lo serán ahora tampoco, una graciosa concesión del poder a sus gobernados. Fueron victorias sociales, jurídicas y políticas de personas que se movilizaron por ellos, hecho que al parecer hemos olvidado. Los tratamos como un ente etéreo e inmune a amenazas y ataque de sus opositores, pero lamentablemente vemos día a día que si están en riesgo. Preguntemos a los pensionados de las AFP qué tal su derecho a la propiedad sobre sus fondos, a las machis qué tal su libertad religiosa y a los estudiantes por su libertad de opinión, seguramente su respuesta será desalentadora.

Hace unos días el Subsecretario del Interior Rodrigo Ubilla afirmó que para el Gobierno no existe el derecho humano a migrar. Lamentablemente, Subsecretario, no está inventando la rueda con su declaración, hemos oído voces contrarias a garantizar derechos muchas veces a lo largo de la historia. “Para nosotros el derecho a voto femenino no es un derecho humano” es una frase que seguramente estuvo en la boca de muchos dirigentes conservadores durante el siglo pasado. La propuesta de negar derechos suele verse mal en retrospectiva, por lo que una vez más hay que recetarle al Gobierno prudencia.

Prudencia ya que no está entre sus facultades el negar derechos humanos a las personas, pero aunque lo estuviera, el propio Pacto Mundial para la Migración (que no es un Tratado y por ende, no obliga al Estado) no lo establece. Su preocupación, Subsecretario, es inexistente. Quizá sería bueno que, tal como exigen a los extranjeros que llegan como turistas a este país, ustedes sinceren sus verdaderas intenciones al excluirse de esta instancia.

Lo cierto es que, incluso en este contexto desesperanzador, podemos decir que hoy más que nunca, tiene sentido, vale la pena y es imprescindible la lucha por los derechos humanos. Porque ellos cobran vida solo cuando sus titulares, ustedes, nosotros, todos, los tomamos como propios y nos hacemos cargo de ellos. Si observamos impávidos como son pisoteados, no son más que palabras escritas en un papel, no más importante que una lista de supermercado.

Y sobre todo, debemos recordar que quizá aún no nacemos tan libres y tan iguales en dignidad y derechos como quizá lo imaginaron los firmantes hace setenta años, pero sí estamos dotados de razón y conciencia, y debemos comportarnos fraternalmente los unos con los otros. Y esos otros, estos días, vienen de otras tierras.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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