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La necesidad de una Escuela Nueva

Matías Silva
Por : Matías Silva Profesor de inglés
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En el actual contexto, nos encontramos con la directa interpelación de tener que reflexionar respecto a temas que envuelven al espectro educacional chileno, y a su vez, el tener que pensar y re pensar el propósito que, como sociedad, queremos darle a dicho sistema. ¿Qué educación queremos? ¿Cómo pensamos nuestra educación? ¿Para qué queremos formar? ¿Qué necesita nuestra sociedad de sus estudiantes? ¿Qué necesitan nuestros estudiantes de su sociedad? Son algunas preguntas que podemos hacernos como base para poder reflexionar acerca de este tema, y son interrogantes que nos llevan a ampliar el debate en el terreno educacional respecto al tipo de educación que necesitamos con urgencia en el corto y largo plazo. Por esta razón es menester el pensar, para todos nosotros como docentes y no docentes, una escuela nueva.

Collin Ward, arquitecto y escritor ácrata británico, en su libro Talking schools, establece que “el verdadero objetivo de la educación, como cualquier otro proceso moral, es el de la generación de felicidad” enfatizando que “(los y las estudiantes) deberían aprender a quererse [o respetarse] los unos a los otros”. Hoy en día, el sistema educativo chileno carece de tal sentido, así también de una moralidad para con nuestros estudiantes, teniendo como finalidad oculta, pero realmente evidente, la estandarización de los aprendizajes, la selección y marginación de los educandos, dependiendo de los contextos a los cuales estos pertenecen, la uniformidad, entre otras. Por años el sistema educacional chileno ha permanecido inamovible, el cual si bien quiso ser modernizado por la ENU (escuela nacional unificada) de la Unidad Popular, vio su acorralamiento con la llegada de los Chicago boys, y su eventual muerte como derecho social consagrado con la dictadura militar.

Por mucho tiempo, la concepción de aprendizaje ha estado relacionado directamente con la estandarización, y con ello se entiende que,  a mejores puntajes o notas, mejor es la capacidad de aprendizaje de nuestros estudiantes. Sin embargo, varios expertos han enfatizado en la necesidad de erradicar el SIMCE y PSU, como sistemas de medición de conocimientos en nuestros y nuestras estudiantes, esto ya que dicha prueba, introduce distorsiones en el proceso educativo, pues incentiva prácticas como el entrenamiento para la prueba en los establecimientos, exclusión de estudiantes de bajo rendimiento, uso de incentivos materiales a profesores y estudiantes para subir los puntajes, estigmatización, despido de profesores y posible desmotivación de los estudiantes al contestar la prueba (…)”, así también como, que “en todos los documentos formales asociados al SIMCE, no existe ninguna definición de “calidad de la educación”, entre otras, como lo enfatiza la plataforma Alto al SIMCE.

Hoy, se hace obligatorio el reflexionar e idear una nueva educación, alejándola de todo lo descrito anteriormente y pensarla desde las necesidades de los trabajadores y trabajadoras, una educación que les dé sentido a los y las estudiantes y que les devuelva las ganas de ampliar las barreras del aprendizaje a niveles infinitos, que cuestionen e imaginen una nueva sociedad, o que al menos les devuelva esa inocencia que es desgarrada cada vez más temprano por las tecnologías y el modelo educacional actual, que estandariza, uniforma y entrega un sin sentido de no pertenencia al terreno del saber. Se hace pertinentemente urgente, devolver a nuestros estudiantes la educación que aún yace en las faldas del periodo arcaico en que se ubica nuestra clase política chilena, esa educación cooptada por el sin respeto y sin sentido político. En conclusión, devolverles la capacidad de aprender para poder crear un futuro y una sociedad distinta.

[cita tipo=»destaque»]Una escuela que entregue conocimientos contextualizados a nuestros estudiantes, provenientes de sus propias necesidades e inquietudes como individuos.[/cita]

Es por estas observaciones que es imperioso el concebir una escuela que contenga un toque necesario de emancipación, o que al menos nos encamine a ello. Una escuela que entregue conocimientos contextualizados a nuestros estudiantes, provenientes de sus propias necesidades e inquietudes como individuos. Por ello, la labor hoy es proyectar un nuevo curriculum que comience a tensionar las necesidades actuales, en contraposición al conservadurismo escolar y no que deje a los estudiantes al amparo, de lo que Jacques Rancière denomina, “atontamiento” educacional que impera en el contexto escolar chileno; incluso, una escuela que le permita a los estudiantes decodificar una lengua materna que, hoy en día, les resulta ajena y que ha comenzado a mutar con la explosiva expansión de las tecnología en nuestras vidas.

Según la visión de Ward, “entre más cerca estamos de la sala de clases, más disminuida se ve nuestra fe en que ésta (la educación) pueda ser un agente de cambio social o un vehículo de justicia social”. Es por tanto necesario hacernos parte del debate en la formulación de un nuevo proyecto educativo, y dejar de lado la prehistoria que rige en dicho sistema. Es por tanto indispensable levantar una propuesta que vaya en pos de la erradicación de la educación bancaria como forma de enseñanza, la cual ha llevado el aprendizaje a una fragmentación y parcelación de estos, en favor de una educación integral entendida desde las necesidades de nuestro contexto, así también como la de nuestros estudiantes, concibiendo la educación, como un derecho moral y universal que permita erradicar toda significancia de ignorancia y opresión.

¡Ya no basta con enfrascarnos en el debate de la gratuidad! Ya es tiempo de sentarnos y de repensar el fondo y la forma de nuestro sistema de enseñanza y cuestionar desde el olimpo académico hasta los espacios de discusión, conversación, esparcimiento individual y colectivo, el qué y cómo enseñamos, qué y cómo evaluamos, debatir acerca de la finalidad de la ley de inclusión en contraposición a una posible ley de integración que facilite a los nuevos inquilinos que han llegado a nuestras tierras, integrarse sin ser discriminados por no conocer la lengua o incluso, no pertenecer a este territorio, re pensar el paradigma educacional, y en definitiva, disputar el para qué y para quién de nuestra educación, que sigue anclada a los principios mercantilistas del siglo XX, es decir, si vamos a formar ciudadanos íntegros para una sociedad que exige personas críticas, creativas, involucradas y participativas, , o si vamos a seguir en la línea de formar mano de obra barata, pasiva y con poco interés en sus conocimientos.

No es complicado tener que reflexionar acerca del sistema educativo actual y cómo funciona. No es complicado pensar a su vez sus logros y resultados, sus finalidades, objetivos y metas; lo complicado es tener que pensar en un sistema nuevo que erradique toda conducta violenta que subyace en su interior, y transformarlo en un sistema que vaya en la generación real de felicidad tanto para nuestros estudiantes, así también como para nuestros docentes y la comunidad escolar en su conjunto.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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