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Nicanor Parra: lo que quiso decir era otra cosa

Pia Leighton
Por : Pia Leighton Doctorada en literatura en la Universidad de Nueva York
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No he podido dejar de pensar en los dos mensajes que he recibido esta semana: uno que dice: ¿“Dos días de duelo? ¡Mejor morir en dictadura!”. Y otro, dirigido a mí que dice “Levántate mierda, ¡escribe!”.

Hace varios años que la posibilidad de la muerte de Parra me apresuraba a terminar de escribir mi Tesis de Doctorado para que él alcanzara a leerla. Fue la mejor manera con la que pude agradecerle el haberme abierto las puertas de su casa para conversar y compartir, y por haber recibido un montón de lecciones que nunca olvidaré. Lo mejor de la vida, como bien lo sabía él es vivirla, y es en la experiencia de ésta donde se origina la poesía.

Jamás olvidaré mi aventura de copiloto en el escarabajo de Nicanor desde Las Cruces al Tabo, pasando también por su casa abandonada en Isla Negra, mientras me contaba sobre su vida y experiencias en Nueva York y otros lugares en USA donde hasta se acordaba de haber asistido a la cremación de un famoso Lama Tibetano. Sus recuerdos eran siempre llenos de detalles y a veces no existía un momento de transición entre uno y otro. En el auto me contaba chistes y también sus preocupaciones, mientras los otros autos lo reconocían y le hacían cambio de luces, no sé si por saludarlo o por el hecho de que manejara. Le agradezco todos los almuerzos y tazas de café, los buenos deseos que siempre me expresó, la buena onda de su hija y las manzanas de su jardín. Cuando conocí a Nicanor creo que ni siquiera me atreví a hablar. Pero luego de un par de conversaciones por teléfono y en persona cuando yo todavía tomaba apuntes de todo lo que él decía, me dijo algo que rompió el hielo y colapsó mi precoz ambición de “entrevistarlo”. “¡¿Bueno, usted va a escribir o vamos a conversar?!”. Creo que ese día hasta dejé de subrayar los libros. Me quedó claro que lo más valioso que existía en mis estudios, cualquiera fuera mi futuro, era esta oportunidad única de estar bebiendo desde la fuente. Estudiar a Parra me ofreció más que una “máscara contra gases asfixiantes” en la academia. Me permitió escribir mi Tesis disfrutando del proceso y de la suerte de trabajar con Eduardo Subirats, el profesor más controversial y prolífico del departamento, otra aventura más que no cambiaría por nada. Mi rechazo a las jergas “kkdémicas” y a tener que escribir en lengua muerta, se vio favorecido al escribir sobre Parra: “Hablan en difícil para dárselas de sabihondos”.

Escribir sobre Parra fue la mejor decisión que tomé durante mis estudios de doctorado en “Spanish & Portuguese”. Estudiar en otro país y sobre todo en otra lengua -además de hacerme comer más bagels de los que debía, – me dio acceso a otras referencias por decir lo menos. Por años me dediqué a reconstruir la historia de la vida de Parra dándole contexto a sus publicaciones. Al mismo tiempo, iba aprendiendo al descubrir a Parra a través de diferentes filósofos como Schiller, Nietzsche o Bergson; escritores como Rulfo y Roa Bastos, artistas del mundo moderno como Tzara, Klee y Duchamp; del post humano como Banksy; y con pensadores del siglo XX como Chomsky, Bernhard y Paz. Estas conexiones eran a veces evidentes y otras no tanto, pero el Parra que había publicado Poemas & Antipoemas en 1952, dejó de ser la comparación con Neruda o la comparación con cualquier referencia de la historia de la poesía latinoamericana, y se transformó en un energúmeno Nietzscheano cuya premisa para la creación artística es la de destruir todo valor establecido. Su obra se me planteó como un terreno poético fértil de expresión visual constante que me llevaría por el interesante camino de la historia de lo cómico, el cinismo y la ironía.

[cita tipo=»destaque»]Lo que Parra nos ha dejado seguirá siendo descubierto. Como todo genio Parra es un visionario y sus palabras seguirán cobrando vida a través de la expresión artística y estudios de todo tipo.[/cita]

Este es el Parra del Quebrantahuesos, la Antipoesía, los Artefactos y Trabajos Prácticos. El Parra que se fabricó un ataúd con salida de emergencia mucho antes de morir. El Parra que escribió bajo la cruz de Jesucristo “Voy y Vuelvo”. El Parra que decidió colgar a todos los presidentes de la historia de Chile con una soga al cuello y exhibir sus cuerpos encogidos de cartón en el subterráneo de La Moneda. El Parra que siempre mató a dos pájaros de un tiro, y además de burlarse de las estructuras nos ofreció clases de historia. Este es el Parra al que todos conocemos: divertido, accesible, improvisador y fuente de disturbios puesto que nunca se ha sabido con qué va a salir ya que no se compromete con nada. La primera vez que asistí a un recital de Parra en la Estación Mapocho cuando debo haber tenido unos diecisiete años, apareció él, prendió una pantalla, y nos ofreció un video de sí mismo recitando “El Hombre Imaginario”. Yo recuerdo haber fruncido el ceño y no saber qué hacer con esa información cuando hoy me moriría de la risa. Parra creó una poética única capaz de devorarse a la seriedad con apenas dos líneas cargadas de oxígeno. Y es exactamente esta alta concentración de oxígeno en su sangre lo que le permitió vivir hasta los 103 años de edad.

Parra es un genio de nuestro tiempo. Un artista, poeta, científico, pensador y trickster de absoluta relevancia no sólo para Chile ni para los países de lengua hispana, sino para el mundo. Esto se verá con el tiempo y sobre todo a partir de ahora. Su actitud traviesa transformadora; su punto de vista irónico Socrático que lo libera de sí mismo y de los demás; su estética propia, aprendida del arte moderno pero que no le teme a las emociones; su crítica política que no requiere de ideologías ni cree en las revoluciones, y por último, su actitud cínica a la manera de Diógenes con la que se permite una indiferencia total y autónoma al burlar las reglas y no comprometerse con nadie, son partes de un organismo de ideas y expresión alrededor del cual seguiremos gravitando. No pasarán muchos años antes de que suceda una retrospectiva de Parra en el Guggenheim, el MOMA o la Tate Modern.

Siempre admiré a Parra sobre todo por su sentido del humor, pero lo cómico en su obra lo comprendí más profundamente al considerar el concepto de travesura basado en la figura mitológica del trickster. El trickster es una figura mitológica norteamericana y una de las más universales figuras de la mitología. Hermes es el trickster griego; Macunaíma, el trickster del Amazonas, y el idiota de Dostoievski un ejemplo de la figura del trickster en la literatura. En el folclor de los indios norteamericanos, el Trickster es considerado como un payaso o pícaro que conecta a la gente con la risa preparándolos para las ceremonias más sagradas. Estas no pueden comenzar hasta que todos los integrantes hayan sido limpiados por la fuerza creadora y liberadora de la risa. La risa es un mecanismo que balancea la relación entre tensión y relajo del sistema nervioso, reconectándonos una y otra vez con el presente. Es por esto que a Parra lo que más le entretenía eran los niños y una de las veces que mejor lo pasamos fue cuando llegué a su casa acompañada de mi sobrino de 9 años. Cuando nos abrió la puerta él le dijo “¡pero yo pensaba que ibas a ser más alto!”, a lo que Parra reaccionó subiéndose a su mesa de centro y preguntándole: ¿“así está mejor?”. Cómo no iba a encariñarme.

Sobre la ironía de Parra se ha hablado mucho, pero al menos hasta mis tiempos de estudiante no se había mencionado la raíz crítica de la ironía en Sócrates y su relación con el humor, el desprendimiento, y la estética de la obra artística de Parra. Kierkegaard estudió la Apología de Sócrates como el primer momento en la historia de la filosofía occidental en que un acusado se liberaba de la opresión y de la injusticia del estado a través de una actitud irónica. Sócrates transformó su pena de muerte en una oportunidad de liberación. Por medio de preguntas ridiculizó al Juez que lo condenaba, poniendo en evidencia que al acusarlo de las dos calamidades por las que lo sentenciaban, el juez definitivamente no ejercía la justicia, sino que era guiado por el temor a ser desenmascarado. Sócrates optó por morir en vez de intercambiar el perdón por el exilio. Le dijo al juez que, gracias a su castigo, al morir se reuniría con los héroes, dioses y semi-dioses, mientras él quedaría condenado a continuar ejerciendo la injusticia y a ser perseguido por quienes luchan contra ésta, tensión que nos perseguirá por siempre. La utilización existencial de la ironía en Sócrates es fundamental para comprender cómo Parra se libera de las expectaciones en cuanto a su arte y persona, a través de una actitud desprendida con la que regularmente nos ha ofrecido más preguntas que respuestas.

Parra es además un cínico a la manera de Diógenes de Sínope o “Diógenes el Perro” como lo llamaban sus contemporáneos. Diógenes heredó de Sócrates la insistencia por hacer que cada hombre viviera en busca de la virtud, dando a través de su vida ascética un ejemplo radical. Se dice que vagaba por las calles de noche con una antorcha encendida intentando encontrar a un solo hombre honesto. Su estilo de sobrevivencia llegó al borde de la animalización, optando por dormir, comer, copular y defecar en la calle, viviendo sin temor a perder nada. Fue así que cuando lo vendieron como esclavo y le preguntaron si había algo que supiera hacer bien, Diógenes respondió: “Dar órdenes”.  Se cuenta también que una vez Platón le señaló a Diógenes, reprobándolo, que efectivamente vivía como los perros. La reacción de Diógenes fue mostrarle los dientes, diciéndole que por primera vez en algo tenía razón: él sí había enterrado sus dientes en la filosofía.

Parra es al igual que Diógenes un disruptor. Un disruptor que nunca actuó de la manera esperada sino conducido por su guía interno. Tal como Diógenes atraía más al público haciendo cosas inapropiadas en la calle que ofreciendo un discurso serio sobre asuntos importantes, Parra se las arregló para llamarnos la atención más allá de nuestra capacidad lingüística e invitarnos a reflexionar. Lo que Parra nos ha dejado seguirá siendo descubierto. Como todo genio Parra es un visionario y sus palabras seguirán cobrando vida a través de la expresión artística y estudios de todo tipo. Parra no se ha ganado el Nobel, no porque no se lo merezca sino porque el premio digno de él aún no ha sido inventado.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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