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Conmemoración de las Víctimas del Holocausto: En el nombre de la madre

Michelle Chapochnick
Por : Michelle Chapochnick Periodista. Directora de Atenea Comunicaciones.
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Eva se sacó la peluca entre gritos y sollozos. Como un animal herido. La usaba en forma permanente desde que se casó con Enrique Friedman, en Budapest, en 1936- cubrirse el pelo es obligatorio para las mujeres casadas de acuerdo con el judaísmo ortodoxo-.

Fue su primera reacción al enterarse que su madre y hermana mayor habían sido asesinadas en las cámaras de gas del campo de concentración Auschwitz-Birkenau, en julio 1944. Nunca volvió a usar esa, ni ninguna otra.

Era una demostración tangible de su rebeldía y enojo con el Dios en que creía hasta entonces. Pero no sólo eso. También dejaba al descubierto la rabia que sentía hacia sí misma.

Por razones laborales, Eva y Enrique vivían en París desde 1938. Un año más tarde, ante la inminente llegada de los nazis, lograron escapar de ese país con su hijo Ari de solo meses.

Después de una larga travesía, que incluyó Portugal y España, tomaron un barco con un rumbo algo incierto. Entre hambre, angustia, incertidumbre, llegaron a Palestina. Corría 1941

Al arribar, los ingleses, que dominaban esas tierras, les prohibieron el ingreso a los judíos recién llegados. Finalmente, los Friedman lograron “comprar” con joyas el derecho a quedarse en ese de sitio. Quienes no consiguieron desembarcar murieron a horas después: el barco chocó con un iceberg y se hundió.

Se instalaron ahí en medio de las guerras y la lucha judía por la independencia. En 1944, nació una niña a la que llamaron Ophra (que significa venado en hebreo).

Hasta entonces, como casi todos en Europa, Eva estaba segura de que los nazis no invadirían militarmente Hungría -de hecho, se trató del último país que ocuparon, en marzo de 1944-. Eso la hacía mirar con cierta tranquilidad la situación de su familia y la de su esposo, que residían ahí.

Sin embargo, cuando la invasión alemana se hizo inminente, la mayoría de sus hermanos y cuñados huyeron de Budapest en diferentes direcciones. La Cuba de Batista y Australia fueron algunos de los destinos que los acogieron.

Pero la madre de Eva, Feige Rivke -que había quedado viuda hace solo semanas- vivía en una zona rural de Hungría. Hasta ahí, las noticias llegaron tardíamente: cuando ya no era posible escapar. Además, personas supuestamente informadas le aseguraron que los nazis no estaban «interesados» en los adultos mayores.

Acompañada de su hija mayor Rajel, Feige Rivke se internó en un hospital. Ahí, estarían a salvo les señalaron. Sin embargo, no fue así.

[cita tipo=»destaque»]Ambas fueron capturadas por los nazis en una redada y enviadas al campo de concentración Auschwitz-Birkenau. Junto a ellas, las dos hijas menores de Rajel. Su marido y dos hijos hombres habían sido asesinados por los nazis al intentar dejar Hungría.[/cita]

Ambas fueron capturadas por los nazis en una redada y enviadas al campo de concentración Auschwitz-Birkenau. Junto a ellas, las dos hijas menores de Rajel. Su marido y dos hijos hombres habían sido asesinados por los nazis al intentar dejar Hungría.

Al llegar al campo de concentración, los oficiales de la Gestapo les ordenaron ubicarse en distintas filas. Madre e hija fueron separadas. Pero Rajel decidió unirse a su anciana madre y sumarse a su grupo. Los alemanes reaccionaron con gritos y golpes, pero, finalmente, lo aceptaron con sarcasmo.

Las integrantes de esa fila fueron llevadas a las cámaras de gas. Por su parte, quienes formaban el grupo donde inicialmente había sido destinada Rajel, fueron asignadas a distintos trabajos forzados. Entre ellas, se encontraban sus hijas, Lea y Java, muy débil y sin ganas de vivir.

Las niñas vieron como a lo lejos se desdibujaban las siluetas de las dos mujeres que amaban. Luego, solo humo.

Tras la liberación de los campos de concentración, Lea y Java se unieron a los Friedman en Israel. Consumidas y con los brazos tatuados. Un recuerdo inhumano para siempre.

Al contraer matrimonio, años más tarde, ellas también decidieron usar peluca, quizás en un intento de reconciliarse con ese “D-os benevolente” de su ya tan lejana niñez en el campo húngaro, pero perdido en las barracas de Auschwitz-Birkenau.

Su tía Eva, en cambio, entre el duelo y el remordimiento por escapar de los nazis sin su madre, no volvió a usar peluca y fue cambiando las faldas y vestidos largos -tradicional vestimenta de las judías ortodoxas- por pantalones. Pero jamás dejó cumplir lo central de su religión: la observancia del Shabat (sábado) y de la Kashrut (reglas alimenticias del judaísmo). Nunca olvidó a su madre, nunca habló de ella, pero tampoco abandonó del todo lo que su progenitora creía, ni al D-os que le rezaban juntas antes de dormir.

*Mi abuela materna Eva Askenazi de Friedman, hija de Feige Rivka y hermana de Rajel -viuda de Enrique desde septiembre de 2002-, murió en mayo del año 2003. Se encontraba en Santiago de Chile rodeada de su familia. O, más bien, lo que quedó de ella.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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