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Metafísica del poder


Sujetos sujetados decía Foucault, servidos a merced del más brutal poder. Hoy en Chile estamos en una coyuntura no tan sencilla. Las “opciones” presidenciales fueron expresiones inequívocas de gran parte del statu quo qué – en lenguaje foucaultiano – domina y desaparece las subjetividades.

El poder que representa cada uno coincide en el grado de temor que tienen por la verdad que comienzan a perder. La lucha descarnada por el poder, es una lucha por imponer la verdad sobre un sinfín de áreas y materias. La verdad que representan, por ejemplo, el mundo de las A.F.P. Si hay algo que caracteriza al poder es cómo éste hace lo posible por imponer una fórmula o razonamiento. Pues bien, en ambas candidaturas la lógica de funcionamiento de dominación de unos por sobre otros, se mantuvo intacta. Hubo matices –es cierto – pero muy pálidos. La reproducción de este poder está desparramado por todos los medios existentes para su éxito. Medios de comunicación masiva, (radios, diarios, programas televisivos, intelectuales, ciencias, etc) especulación financiera, cooptación de formación de profesionales, estándares comunes internacionales, etc.

El poder a esta escala no se está refiriendo tanto así a los cargos de la administración pública ni a las posibles corrupciones o a las satisfacciones de intereses personales, acá estamos en presencia de la perpetuidad de ciertos candados que nos tienen no siendo libres. Ante ello, ¿cuál es el camino que puede contribuir a acelerar el caos histórico necesario para destrabar el poder?

Parafraseando a dos grandes pensadores, podríamos sostener que el ser es libertad y esa libertad debe estar siempre en rebelión constante. Si por el contrario – y como viene ocurriendo desde hace siglos – nos adormecimos y nos arrastramos por el poder, perdemos nuestra subjetividad y toda capacidad de acción. En términos más concretos y simples de nuestra realidad cotidiana, hoy Piñera representa el mayor miedo a perder gran parte del control sobre lo que nosotros (los ciudadanos) pensamos, sentimos y hacemos. Guillier es parte de un miedo más moderado. Si bien representó parte de esa misma casta, estaba mucho más erosionado. Lo que ambos bloques jamás se imaginaron fue lo ocurrido el día de la primera vuelta.

Una nueva fuerza – electorera aún, pero que no le quita mérito – emerge y se presenta para disputar el poder. En su afán logra una gran cuota de poder con la idea de, entre otras cosas, ir desmantelando estas verdades incuestionables e impuestas desde la dictadura como verdades absolutas del poder. Se “pateó un poco el tablero”, pero ¿Fue suficiente? ¿Contribuyó con sus últimas definiciones, o fue cómplice?

[cita tipo=»destaque»]Vienen cuatro años en que los ganadores no tienen mayoría en ninguna cámara. En que al querer revertir lo poco de conquista social adquirida, de seguro generará dificultades importantes.[/cita]

En la microfísica del poder, Foucault nos explica que ya en las relaciones más básicas o capilares se comienza a manifestar abiertamente esta idea de dominación de unos por sobre otros. Dicho eso, el frente amplio desgraciadamente no tomó nunca posición definida. Fue parte de la ambigüedad, la indefinición, la soberbia, y el infantilismo cayó en ese miedo que le permite, por ejemplo, al poder seguir operando e imponiéndose libremente. Así la posibilidad de un gobierno de Guillier y de seguir corriendo el cerco de lo posible hacia las transformaciones verdaderas ha sido derrumbado por una cadena multivariada de errores. Candidato improvisado por encuestas, oficialismo salpicado de principio a fin por atisbos de corrupción, errático en muchas definiciones claves en sus reformas, alta descomposición en lo estratégico como fuerza, y pocos gestos de un frente amplio evasivo e inmaduro como proyecto político. El poder siguió operando con gran margen en la ignorancia del consumo y en la ambición de escalar irreflexivamente queriendo o anhelando ser una sociedad mínimamente seducida por el exitismo material y cortoplacista que, al parecer, tanto nos gusta y que se expresa a cabalidad en el candidato ganador.

Después que pase todo esto – me atrevo a sostener – estaremos en presencia de un fenómeno interesante. Vienen cuatro años en que los ganadores no tienen mayoría en ninguna cámara. En que al querer revertir lo poco de conquista social adquirida, de seguro generará dificultades importantes.

Quizás será la hora en que definitivamente nos preguntaremos por esta idea o forma de representación política, si es suficientemente satisfactoria para nosotros, o si en verdad cumple su propósito. Quizás podremos llevar las tensiones a pensar en deliberación política o quizás el poder nuevamente se esforzará por sofocar la emergencia de la subjetividad. Lo que sea que ahí ocurra esperemos sea algo propiamente fruto de la discontinuidad foucaultiana, o del fin de la linealidad histórica inamovible que Hegel planteó con fuerza. Esperemos que en 4 años más la dialéctica clásica del devenir se supere, y que podamos pensar de verdad en algo distinto al poder que nuevamente se manifestó plenamente hoy.

El poder, sigue estando tranquilo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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