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Eliminar completamente las armas nucleares Opinión

Eliminar completamente las armas nucleares

Heraldo Muñoz
Por : Heraldo Muñoz Ex ministro de Relaciones Exteriores
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La presunción de “dirigencias racionales y responsables” aparece, cuando menos, debatible. En cambio, la capacidad destructiva permanece constante, pero agravada por circunstancias que no existían durante la Guerra Fría: a la eventualidad de un accidente o un error de apreciación –como dijo el Secretario General Antonio Guterres durante la inauguración de la 72° Asamblea General– se agrega hoy la capacidad de interferir maliciosamente por medios cibernéticos en los sistemas de comando y control de misiles intercontinentales.


El Tratado de Prohibición de Armas Nucleares (TPAN), que proscribe de manera total las armas de destrucción masiva, fue suscrito por la Presidenta Michelle Bachelet, en nombre Chile, el pasado 20 de septiembre, en el marco de la Asamblea General de Naciones Unidas.

América Latina ha sido pionera en esta materia, sirviendo como modelo el histórico Tratado de Tlatelolco que definió hace más de 50 años a nuestra región como una zona de paz, libre de armas nucleares. Esto ha sido recientemente reafirmado por Jefes y Jefas de Estado y Gobierno de CELAC en Quito y Punta Cana.

La Zona Libre de Armas Nucleares que el Tratado de Tlatelolco –la primera en un área densamente poblada del planeta– sustrae a América Latina y El Caribe de la lógica y la trampa de la disuasión nuclear entre los Estados que la integramos; pero no es capaz por sí misma de protegernos del alcance de una conflagración atómica, aunque fuera parcial. La hipótesis de una guerra nuclear “pequeña”, con un intercambio de “no más de cien cabezas atómicas”, significaría un “invierno” comparable al que generaría la caída de un gran asteroide, causando densas nubes de polvo que terminarían por cubrir todo el globo, interceptando la luz solar por décadas e imposibilitando la fotosíntesis. El resultado sería una catástrofe humanitaria de consecuencias dantescas.

En 2013, cuando Naciones Unidas definió al 26 de septiembre como el Día Internacional para eliminar esta amenaza, no podíamos imaginar el deterioro que el cuadro global experimentaría en pocos años. La tensión que se percibe entre potencias nucleares se ha visto exacerbada por la actitud de Pyongyang, cuyo desafío sistemático de los mecanismos de seguridad colectiva que establece la Carta de Naciones Unidas ha gatillado un clima de confrontación que no veíamos desde la Guerra Fría.

La tensión e inestabilidad generadas por los ensayos nucleares de Corea del Norte y recientes lanzamientos de misiles balísticos han causado temores en sus vecinos, en especial Corea del Sur y Japón. Pero son tranquilizadoras y muy bienvenidas las seguridades de Seúl y Tokio en el sentido que sus gobiernos permanecerán fieles al TNP, descrito como “la piedra angular de la Seguridad Internacional”.

[cita tipo=»destaque»]La hipótesis de una guerra nuclear “pequeña”, con un intercambio de “no más de cien cabezas atómicas”, significaría un “invierno” comparable al que generaría la caída de un gran asteroide, causando densas nubes de polvo que terminarían por cubrir todo el globo interceptando la luz solar por décadas e imposibilitando la fotosíntesis. El resultado sería una catástrofe humanitaria de consecuencias dantescas.[/cita]

Chile, como socio serio, responsable y solidario de la comunidad internacional ha añadido sus esfuerzos a los de aquellos Estados que conciben la Seguridad Internacional como un bien público global que todos tenemos el deber de preservar. En la misma dirección, nuestra región –vía CELAC– participó activamente en la Conferencia de Naciones Unidas que el 7 de julio último adoptó el TPAN.

Este Tratado abre una avenida jurídica y política nueva que coexiste armónicamente con otros instrumentos de la arquitectura global de Paz y Seguridad. Es compatible y sinérgico con el Tratado de No Proliferación, y su objetivo final es comparable: un mundo libre de armas nucleares.

Han surgido voces que pretenden valorizar las armas nucleares. Según estas, las bombas atómicas impusieron la paz durante la Guerra Fría porque las dirigencias racionales y responsables de los bloques confrontados no permitirían el holocausto de la humanidad.

La presunción de “dirigencias racionales y responsables” aparece, cuando menos, debatible. En cambio, la capacidad destructiva permanece constante, pero agravada por circunstancias que no existían durante la Guerra Fría: a la eventualidad de un accidente o un error de apreciación –como dijo el Secretario General Antonio Guterres durante la inauguración de la 72° Asamblea General– se agrega hoy la capacidad de interferir maliciosamente por medios cibernéticos en los sistemas de comando y control de misiles intercontinentales.

Así, el peligro nuclear continúa vigente. Es deber de todos los comprometidos con la paz combatirlo: Chile ha estado y estará en la primera línea de este desafío.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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