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La primavera


Con el término del año, llegan las evaluaciones, los recuentos y las premiaciones. En las últimas reuniones de curso reconocen a los mejores y destacan a los de mayor desempeño, a los de un compañerismo a toda prueba y quienes encarnan con entusiasmo y especial comportamiento el espíritu del colegio.

También en los próximos días serán publicados los puntajes de la Prueba de Selección Universitaria (PSU) y como todos los años -inmediatamente oficializados los resultados- los medios de comunicación harán notas especiales con los jóvenes más sobresalientes y en La Moneda los esperarán con un nutrido y mediatizado desayuno.

Para cada uno de ellos y de ellas, niños y jóvenes, hay méritos de sobra para recibir estos reconocimientos. Detrás de ellos y sus familias hay historias de esfuerzo, talento y disciplina que merecen su premio. Por eso lo festejan con justa emoción, alegría y un tremendo orgullo.

Pero estas líneas no son, esta vez, para ellos. Estas líneas son para quienes no han recibido su galardón y, quizás, nunca lo recibirán. Estas palabras están dirigidas a los de puntaje exiguo, a los de mediana o mala conducta, a los de problemas de sociabilización, a los de trastornos del desarrollo, a los disruptivos, a los inquietos, a los que desafían la autoridad, a los indomables, a los de déficit atencional, a los que no encajan, a los diferentes, a los que tanto cuesta tratar en las salas de clases. Para ellos mis insignificantes pero sinceras palabras de aliento.

La vida entera es una oportunidad inagotable que hay que navegar con tenacidad, responsabilidad e inteligencia. Nada tan importante se juega en una universidad, en un colegio de renombre o en un brillante trofeo. Seguramente muchos de ustedes libran a diario sus pequeñas o grandes luchas que otros ni conocen o dimensionan. Tampoco la sociedad les da un lugar especial. Pero son sus historias, sus caminos propios e inigualables, sus sueños y limitaciones, las que hay que valorar y sopesar.

Aún invisibles, aún sin diplomas que colgar en la pared, deben saber siempre que a las personas no se les mide en resultados. Es tan amplia la vida, es tan grande, es tan ambigua y serpentera, que es imposible abarcarla con indicadores y rankings, aunque insistamos en ello. En la dificultad, sobre todo en la dificultad, hay pasos que nadie escucha y que nadie premia, pero que pueden cambiar la historia de un niño, de un joven o de una familia entera. Y eso lo ve solo quien ha recorrido el mismo camino, las mismas frustraciones, la misma desesperanza y el mismo dolor. Para ellos, mi admiración.

No. Definitivamente no. La autoestima, la valoración de sí mismos y los pronósticos de su propio futuro no pueden nublarse por un reconocimiento esquivo o por no alcanzar los puntos necesarios para una carrera que recién inician. Para todos ustedes hay anuncios de primavera. Tal como lo decía el poeta Pablo Neruda al viejo y feo cactus de la costa, golpeado por las olas contra el roquerío: “Donde estés, donde vivas, en la última soledad de este mundo, en el azote de la furia terrestre, en el rincón de las humillaciones, hermano, hermana, espera, trabaja firme con tu pequeño ser y tus raíces. Un día para ti, para todos, saldrá desde tu corazón un rayo rojo, florecerás también una mañana: no te ha olvidado, no, la primavera”.

Para ustedes. Para sus padres. Aguanten. Persistan. Crean. No nos olvidará la primavera.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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