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Castro y Pinochet

Cristián Riego
Por : Cristián Riego Profesor de derecho procesal penal, Derecho Universidad Diego Portales
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En los días recientes la muerte de Fidel Castro ha desatado muchísimas opiniones, las que creo se pueden agrupar de manera gruesa en dos perspectivas fundamentales.

La primera es la perspectiva de la Guerra Fría. De acuerdo con esa mirada, para analizar a Castro y su revolución es necesario entender su contexto histórico, su relación con Estados Unidos y los progresos sociales de su gobierno, entre muchos otros factores. Esta visión también admite la manifestación de preferencias ideológicas personales que permiten simpatizar a lo menos con alguna parte de la trayectoria del personaje.

La segunda perspectiva es la de los derechos humanos y la democracia. Esta manera de ver las cosas fija un marco mucho más limitado de apreciaciones y en muchos casos solo ofrece alternativas binarias. ¿Su gobierno permitió la disidencia y la alternancia en el poder? ¿Hubo respeto por la libertad de expresión? ¿Existieron la prisión política y las ejecuciones sumarias? Esos son solo algunos ejemplos de las cuestiones que habría que tomar en cuenta y parece claro que, a partir de ellas, no cabe otra cosa que un juicio muy negativo respecto del personaje y su política.

En principio no habría por qué preferir a priori una u otra opción como marco analítico. Ambas maneras de ver el problema parecen válidas en el contexto de un debate abierto que ojalá fuera lo más completo y complejo posible.

[cita tipo= «destaque»]Lo desconcertante es que un buen grupo de personas, incluida la propia Presidenta de la República, que durante años han abrazado militantemente la perspectiva de la democracia y los derechos humanos, condenando sin matices al dictador y obteniendo desde esa posición enormes ventajas argumentativas, emocionales y electorales, se cambien hoy de caballo y reclamen una perspectiva contextual y subjetivista cuando se trata de analizar a un personaje que les resulta políticamente más cercano, como es el caso de Fidel Castro.[/cita]

El problema es que las circunstancias históricas del Chile de los últimos 40 o 50 años ponen en un pie forzado a aquellos que hemos sido radicalmente críticos de Pinochet y su dictadura, lo que incluye a toda la izquierda chilena.

El discurso crítico a Pinochet, que ha sido el gran fundamento político y ético de a lo menos cuatro gobiernos, de muchas victorias electorales, del posicionamiento internacional de todo un sector político y de muchísimos cargos, homenajes, reconocimientos y demases, se ha construido sobre una visión del personaje y su gobierno estructurada desde una perspectiva de defensa a ultranza de la democracia y los derechos humanos. Pinochet fue un dictador y un criminal violador de los derechos humanos, y punto. La evidencia es cada vez más abundante y la consolidación del juicio histórico es inevitable.

Personalmente me siento interpretado por esa visión de las cosas y rechazo la pretensión de tomar en cuenta, en el juicio definitivo, cuestiones como el marco de la Guerra Fría, las preferencias ideológicas de cada uno o la bondad de algunas de las políticas del gobierno de Pinochet. Se trata de una visión reduccionista, que deja fuera muchos elementos. Sin embargo, me parece necesaria porque identifica lo principal desde el punto de vista del futuro de nuestra convivencia: nada justifica la violación sistemática de los derechos de las personas ni la supresión de la democracia.

Lo desconcertante es que un buen grupo de personas, incluida la propia Presidenta de la República, que durante años han abrazado militantemente la perspectiva de la democracia y los derechos humanos, condenando sin matices al dictador y obteniendo desde esa posición enormes ventajas argumentativas, emocionales y electorales, se cambien hoy de caballo y reclamen una perspectiva contextual y subjetivista cuando se trata de analizar a un personaje que les resulta políticamente más cercano, como es el caso de Fidel Castro.

Sostener una postura estricta, en la política y en la vida, es bien complicado, especialmente cuando el cuestionamiento se vuelca sobre uno mismo o sus cercanos. Si en esos momentos no somos capaces de mantener la consistencia del planteamiento, viene el quiebre de nuestro prestigio y la credibilidad de nuestros parámetros de evaluación se va al diablo.

Pareciera que quienes hoy llaman a juzgar a Castro de manera contextual, a considerar los entusiasmos que una vez despertó, a reconocer lo positivo de algunas de sus medidas y las dificultades que debió enfrentar, no se dan cuenta de que, además de mostrar una gran inconsecuencia política, están relativizando la validez de la condena política e histórica del malvado Pinochet.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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