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La cruzada civilizatoria de Jaime Bellolio Opinión

La cruzada civilizatoria de Jaime Bellolio

Cristóbal Bellolio
Por : Cristóbal Bellolio Profesor de la Universidad Adolfo Ibáñez.
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Algunos creen que la UDI necesita una figura de unidad de cara a los próximos desafíos electorales. Pero eso es pan para hoy –con suerte– y hambre segura para mañana. Lo que dicho partido parece necesitar es una dosis de tensión productiva que asuma las pérdidas y se reformule políticamente pensando en el futuro. De lo contrario, tiene poco futuro.


El diputado UDI Jaime Bellolio es mi primo hermano. Tenemos prácticamente la misma edad y compartimos todos los veranos de nuestra infancia. No teníamos más de diez años cuando nos disputamos el amor de una mujer. Cada uno preparó su mejor ramo de flores y caminamos juntos a pedirle a la muchacha que decidiera entre los dos. La fortuna estuvo conmigo esa vez, aunque a esa tierna edad un pololeo no involucra beneficio físico alguno. Años después, mi primo se desquitó. A fines del 2002 competimos por la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica. Jaime encabezaba la tradicional lista del Movimiento Gremial y el suscrito corría como primer vicepresidente de la Opción Independiente, liderada por el actual subsecretario de Transportes Cristián Bowen.

Algunos se referían al Bellolio Bueno y al Bellolio Malo, siendo Jaime en casi todos los casos el primero. Cuento corto: la victoria fue del gremialismo y en la sede de calle Suecia tomaron nota de la aparición de un joven talento. Yo me he acostumbrado a perder elecciones. El resto es historia: el Bellolio Bueno estudió en Chicago, trabajó en la Fundación Jaime Guzmán y se desempeñó como prosecretario de la UDI. José Antonio Kast le abonó el terreno para que se transformara luego en diputado por San Bernardo y Buin. Hoy, con 35 años, está cerca de transformarse en el nuevo presidente del partido.

Originalmente no era Jaime el elegido para renovar la dirigencia del gremialismo, pero la caída de Ernesto Silva aceleró las cosas. El show debe continuar y la nueva generación de la UDI –al menos la mayoría de los diputados jóvenes– no está dispuesta a devolver el control total a los coroneles. Se han juramentado a batallar, aunque en la vereda contraria se agrupen verdaderos emblemas partidarios como Joaquín Lavín, Juan Antonio Coloma o Víctor Pérez. Corresponde entonces preguntarse de qué se trata la operación que traman Jaime Bellolio y compañía.

El diagnóstico compartido es que la UDI pasa por un momento reputacional complejo y atrás quedaron los días dorados del partido más grande de Chile. “Es un avión que va con la nariz abajo”, ha dicho el diputado Bellolio. Sin un golpe de timón, piensan, el descenso es inevitable. En lo inmediato, el temor es que el electorado castigue con dureza a los candidatos de la UDI en las próximas municipales y parlamentarias. Es el único control de daños fidedigno después del terremoto Penta. Tótems como Jovino Novoa y Jaime Orpis están en la vitrina popular de políticos corruptos y es razonable pensar que la gente cobrará esa cuenta en la organización que los ampara.

En ese escenario se entiende el estratégico desmarque que Jaime Bellolio intentó realizar respecto de la nula condena que la dirigencia de la UDI emitió sobre el caso de Novoa. A diferencia de Silva –cuyos vínculos familiares y profesionales le hacían imposible levantar la voz– el diputado Bellolio tiene más espacio para establecer estándares de mínimo sentido común.

Desde el punto de vista normativo, su discurso debe ser capaz de distinguir la defensa del libre mercado de la defensa de intereses empresariales particulares. No es fácil: la derecha chilena tiende a confundir las fronteras del pro business con el pro market. ¿Se puede salvar al capitalismo de los propios capitalistas? Quizás, pero para eso hay que quemar bastantes naves. En el caso de la UDI, ello implica tensar relaciones con una tribu que históricamente los ha financiado y avalado. El desafío táctico es encontrar nuevos interlocutores en el mundo empresarial, voces autocríticas que sean capaces de asumir los errores cometidos sin echarle la culpa de todo al gobierno o a las reformas.

[cita tipo= «destaque»]Si la cruzada civilizatoria de Jaime Bellolio y sus aliados logra redefinir algunos aspectos centrales de su partido –conectándolo con criterios cívico-morales ampliamente aceptados en la población– entonces el sistema de partidos chilenos estará ganando un aporte en lugar de un permanente dolor de cabeza, aunque sigamos discrepando de sus posiciones.[/cita]

Pero el problema no es solo inmediato. Más allá de lo que ocurra en las próximas elecciones, las generaciones de recambio de cualquier partido tienen el deber de custodiar el futuro. La UDI goza de una extensa red de presencia territorial, pero en los últimos años ha perdido el atractivo que tenía para los jóvenes de derecha que buscan un espacio en la política.

Para un estudiante veinteañero de pulsiones liberal-conservadoras, es más interesante probar suerte en un grupo emergente como Evópoli que en una organización todavía marcada por la sombra de Pinochet. En términos de encorvamiento generacional del padrón de militancia, la UDI corre el riesgo de transformarse en la DC.

Así como la competencia de los partidos de la Nueva Mayoría en las universidades chilenas es Revolución Democrática o la Izquierda Autónoma, la competencia de los partidos tradicionales de derecha es Evópoli. Dicho de otra manera, el problema de la UDI no es de caja sino de flujo. Es difícil que eso cambie si su próximo presidente es Lavín o Coloma. Jaime Bellolio, en cambio, saldría directamente a contener el crecimiento del protopartido de Felipe Kast.

Por todo lo anterior, el desafío de Jaime es sacrificar a Pinochet. ¿Puede abjurar del dictador una colectividad que nace a su alero con el fin explícito de proteger su obra? Nada fácil, pero vale la pena el esfuerzo. RN ya hizo modificaciones a su declaración de principios en ese sentido. Los conocidos arrebatos de diputados pinochetistas como Ignacio Urrutia o Jorge Ulloa debiesen ser motivo de reproche al interior de la nueva UDI versión Jaime Bellolio. Asimismo, la condena a las violaciones a los DD.HH. cometidas en dictadura debe ser irrestricta y sin bemoles.

Ese es el piso moral básico de la convivencia política del siglo XXI y la UDI debe decidir si está a la altura. Evidentemente, esto también generará tensiones con otro mundo que se relaciona estrechamente con el gremialismo. No importa: cada columna de Hermógenes o Gonzalo Rojas fustigando esta estrategia es una victoria para Jaime.

Desde mi perspectiva, también es un avance para Chile. Aunque me siento tan cerca de la UDI como del Partido Comunista –es decir, equidistante pero a mucha distancia– y mis diferencias doctrinarias con el diputado Bellolio son sustantivas, creo que su esfuerzo le hace bien a su partido pero también al país.

Tenemos una derecha muy a la derecha del espectro. Eso tiende a generar conversaciones polarizadas con escasa posibilidad de diálogo productivo. En los últimos días incluso ha circulado el hashtag #NoMásUDI. Jaime Guzmán solía decir “nos odian porque nos temen, y nos temen porque nos saben irreductibles”. La política no es el lugar idóneo para caerle bien a todo el mundo, pero en los tiempos que corren me parece igualmente absurdo aspirar al odio del resto de la ciudadanía.

Si la cruzada civilizatoria de Jaime Bellolio y sus aliados logra redefinir algunos aspectos centrales de su partido –conectándolo con criterios cívico-morales ampliamente aceptados en la población– entonces el sistema de partidos chilenos estará ganando un aporte en lugar de un permanente dolor de cabeza, aunque sigamos discrepando de sus posiciones.

No ignoro que el propio Jaime ha sido blanco de duros ataques por su actuación en el debate educacional, especialmente respecto del fallo del Tribunal Constitucional que modificó el plan de gratuidad universitaria anunciado por el gobierno.

Esas actuaciones, al mismo tiempo, lo han hecho acreedor de respeto político entre sus pares. Su figura ha crecido al interior de la propia derecha –lo que contribuye a atenuar el argumento de la inexperiencia– e incluso sus detractores le reconocen méritos intelectuales y personales que a otros no.

Algunos creen que la UDI necesita una figura de unidad de cara a los próximos desafíos electorales. Pero eso es pan para hoy –con suerte– y hambre segura para mañana. Lo que dicho partido parece necesitar es una dosis de tensión productiva que asuma las pérdidas y se reformule políticamente pensando en el futuro. De lo contrario, tiene poco futuro.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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