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Nueva censura en la Universidad Católica: ¿dónde está el rol público? Opinión

Nueva censura en la Universidad Católica: ¿dónde está el rol público?

Josecarlo Henríquez
Por : Josecarlo Henríquez Prostituto feminista y activista del CUDS (Colectivo Utópico de Disidencia Sexual).
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La universidad del Papa no debiese continuar recibiendo el dinero que el Estado recauda gracias a nuestro trabajo, a nuestros impuestos. Si en esa Universidad no podemos hablar entre muchos otros asuntos sobre pedofilia o prostitución y el aborto no les parece, no hay nada de público en sus establecimientos.


¿Puede una institución que quiere ser considerada como “universidad pública” limitar las iniciativas académicas y extraprogramáticas de sus estudiantes? ¿Bajo qué reglamento se sostiene la prohibición de un foro universitario a un día de su realización? ¿Es la Pontificia Universidad Católica de Chile una universidad pública realmente o sólo una extensión de su Iglesia que históricamente ha reprimido, quemado, torturado y prohibido todo lo que no se adhiera a su dogma heterosexual? ¿Se puede financiar desde el Estado una institución que atenta contra la libertad de expresión de los estudiantes o académicos y contra la pluralidad de contenidos?

A las 13:00 horas del 19 de junio se iba a realizar un foro sobre comercio sexual en la PUC. Por primera vez sus estudiantes organizaban la instancia para discutir dicha realidad en un espacio que no lo acostumbra. Yo, era el invitado que expondría su postura disidente paradójicamente en recintos de la misma Iglesia que alguna vez quemó y torturó brujas, prostitutas y herejes. Todo parecía marchar curiosamente sin problemas. La organización estaba funcionando. Se suponía que un docente de Derecho de la misma universidad iba a ser mi contraparte en el foro. Se suponía que tal evento respondería, por parte de sus estudiantes, a la labor de toda universidad pública de discutir temas de actualidad, donde la sexualidad ocupa hoy un lugar fundamental. Se suponía que había mucha gente interesada en asistir, que iba a estar muy provechoso el momento, que yo podría exponer sin reparos mis argumentos a favor de una realidad donde el sexo no sea tabú durante la hora entera de la actividad. Se suponía que por primera vez se hablaría de prostitución en primera persona en dicha casa de estudios. Se suponía. Sin embargo, dos días antes del foro, mi contraparte decide bajarse porque sorpresivamente debía tomar exámenes y, en la tarde del 18 de julio, Patricio Bernedo, decano de la Facultad de Historia, Geografía y Ciencia Política, donde discutiríamos sobre comercio sexual, decide prohibir su realización. He sabido de eventos universitarios cancelados a última hora por distintas razones, pero esta tenía una bien clara: silenciar la voz disididente que a manera de infección se les infiltraría en sus aulas.

[cita]¿Puede considerarse la censura de temas y actividades académicas como ejemplo del rol público de una universidad? Si no hay discriminación, ¿cómo se le podría llamar a lo que el decano Patricio Bernedo hizo sin titubear con el foro donde yo estaba invitado? ¿Cuál es la diversidad y pluralismo de una institución que sólo permite discutir bajo los rígidos principios de la moral cristiana?[/cita]

Por mucho que se organicen estas actividades, hay momentos en que las herramientas fallan, los invitados no logran llegar o, simplemente, un mal clima impide todo desarrollo. Pero esta vez algo andaba muy mal para los católicos y, como de costumbre, les urgió prohibirlo. La Iglesia no podía hacerse parte de tal discusión universitaria, mucho menos prestar su espacio académico.

Siempre me ha parecido una peligrosa contradicción la existencia de “universidades católicas”. En un país donde la educación pública prácticamente no existe y su privatización no hace mucho comenzó a ser cuestionada por el movimiento estudiantil, me parece preocupante que una institución como la PUC, que sigue manteniendo prácticas prohibicionistas dignas de una dictadura victoriana (o, para qué ir tan lejos en la historia, una dictadura como la chilena), reciba financiamiento de parte del Estado. Así como ha sucedido con el aborto y las declaraciones de su rector, esta universidad parece querer mantenerse en pie con tal postura, incluso a pesar de las leyes. Y como dijo Melissa Sepúlveda, presidenta de la Fech, “es una universidad privada, con un proyecto educativo específico, que no tiene libertad de cátedra. Por lo tanto, uno ahí se cuestiona: ¿por qué el Estado debiese entregar recursos a instituciones que son proyectos privados y que no necesariamente van a beneficiar a la gran mayoría del país?”.

Yo no estoy en contra de que los católicos enseñen y prohíban lo que quieran prohibir en sus propios establecimientos. Cada cristiano tiene derecho a obedecer ciegamente sus dogmas y aprender bajo tales principios, pero la Universidad Católica, a diferencia de otras universidades cristianas, forma parte de la Red de Universidades Públicas No Estatales –G9–, una corporación de derecho privado sin fines de lucro, que agrupa a las universidades públicas no estatales del CRUCh, y declaran (…) Nuestras instituciones tienen tradición e historia; con un demostrado servicio público; con arraigo e identidad en el entorno regional y nacional (…); son diversas, sin discriminación”. ¿Puede considerarse la censura de temas y actividades académicas como ejemplo del rol público de una universidad? Si no hay discriminación, ¿cómo se le podría llamar a lo que el decano Patricio Bernedo hizo sin titubear con el foro donde yo estaba invitado? ¿Cuál es la diversidad y pluralismo de una institución que sólo permite discutir bajo los rígidos principios de la moral cristiana.

Cuando el decano se enteró de tal actividad –curiosamente después de la bajada del docente que sería mi contraparte–, pidió mi nombre. Según mi fuente, investigó brevemente sobre mí. Quizás se fue a Google y se encontró con mi primera entrevista publicada en The Clinic. Su argumento para prohibir el foro a un día de su realización fue que yo promovía la pedofilia y que ellos, como cualquier otra universidad –según él–, no estaban dispuestos a tocar ese tema tan delicado. Mi imagen virtual, una de las múltiples instancias del yo, le dio pavor. Al parecer su decisión no tenía nada que ver con la prostitución. O quizás tenía mucho que ver con la prostitución, pero era mejor argumento para Patricio Bernedo mi supuesta promoción de la pedofilia para prohibir un foro que trataba específica y únicamente sobre comercio sexual. Como un padre con sus pequeños hijos usando el miedo para dejar de hablar ciertos temas. Y, sin embargo, no dejo de preguntarme: ¿realmente la pedofilia es un tema que no se hablaría en ninguna universidad por lo “delicado”? Pues yo he asistido a conversatorios sobre pedofilia en la Universidad de Chile y nadie corrió peligro alguno. Es una evidente discriminación y censura lo que ha sucedido. Prohibir un foro a última hora sin argumentos serios de parte de un decano de la PUC es contradictorio con el rol esencial de la universidad pública.

Es incongruente, incluso, con ciertas declaraciones del mismo rector Sánchez, quien aseguró en una entrevista que las universidades del Estado no son pluralistas por mantener ideologías de izquierda y que atentaban contra la libertad de expresión. Suena irrisorio. Todo el problema de esta institución católica suena irrisorio. Un rector que defiende la libertad de expresión, en una Universidad donde se prohíben sistemáticamente las actividades y foros estudiantiles. Quieren seguir siendo financiados por el Estado, pero no son capaces de recibir a un prostituto en sus benditas aulas. Se autodefinen como universidad pública pero deciden bajo sus particulares dogmas privados qué temas no se pueden hablar. Y no me extrañaría que, por escribir esta columna, más de algún estudiante de la organización del foro sea amedrentado en dicha facultad, porque me consta que sigue siendo una práctica en la PUC la utilización del miedo para acallar tantas denuncias de discriminación y censura al interior de sus aulas.

La universidad del Papa no debiese continuar recibiendo el dinero que el Estado recauda gracias a nuestro trabajo, a nuestros impuestos. Si en esa Universidad no podemos hablar entre muchos otros asuntos sobre pedofilia o prostitución y el aborto no les parece, no hay nada de público en sus establecimientos. La Iglesia Católica ha discriminado y censurado una vez más y, una vez más, sigue impune y llenándose los bolsillos con el dinero de todos los chilenos. Al menos, ya sabemos quiénes estorban en el desarrollo de una mejor educación. Una mejor educación a secas, pero también, una mejor educación sexual.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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