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La renovación de la política y el desierto de los Tártaros Opinión

La renovación de la política y el desierto de los Tártaros

Sólo una cosa podríamos decir en nuestro favor: la existencia del sistema binominal, junto con evitar la aparición de nuevas fuerzas políticas tiene otro efecto tanto o más grave, que es la petrificación de las dirigencias y liderazgos partidarios. El sistema binominal es cómodo, son las murallas de la fortaleza “Bastiani” y, al parecer, las nuevas generaciones políticas están (estamos) bien abrigados esperando ese momento, en medio de sueños heroicos.


En el último tiempo hemos escuchado grandes discursos y protestas por la lenta renovación de los dirigentes políticos de nuestro país. Discursos manifestados por nuevos movimientos como “Evopoli”, de Felipe Kast, o “Revolución Democrática”, de Giorgio Jackson, y también en publicaciones, como el reciente libro de Cristóbal Bellolio, “Renovación y Reemplazo”.

Enfrentado a dicha discusión, con un instinto casi reflejo, recuerdo la inmortal novela de Dino Buzzati “El desierto de los Tártaros”. Buzzati relata la historia de un joven oficial de ejército llamado Giovanni Drogo, quien recién egresado de la academia militar es destinado a la mítica fortaleza “Bastiani”, encargada de custodiar la frontera conocida como “El desierto de los Tártaros”.

Giovanni Drogo, quien en un principio no estaba dispuesto a estar más que un par de meses en esa lejana destinación, termina quedándose más de 30 años, esperando cada día el encuentro con un “destino heroico” que vendría de aquel desierto del norte.

[cita]Se sale a buscar el destino o éste nunca llegará y así la falta de renovación de la política se debe más a la responsabilidad de las nuevas generaciones que de las antiguas; estas últimas sólo hacen lo que todas las castas bien asentadas en el poder: mantenerlo hasta el último de sus días.[/cita]

Esperando en la fortaleza, tenía la esperanza que vendría a él “…la aventura, la hora milagrosa que al menos una vez le toca a cada uno”. Un presentimiento —¿o era sólo esperanza?— de cosas grandes y nobles lo había hecho quedarse, ocupando la larga espera de su momento de gloria con “heroicas fantasías tantas veces construidas en los largos turnos de guardia y perfeccionadas cada día con nuevos detalles”.

Así van pasando los años y “Drogo se obstina en la ilusión de que lo importante aún tiene que comenzar. Giovanni espera paciente su hora…”. Sin embargo, cuando al fin se prenden las alarmas de un inminente ataque desde el desierto de los tártaros, nuestro Comandante Drogo ya está demasiado viejo y enfermo como para quedarse y debe regresar a su pueblo a enfrentar la única batalla en la cual participará en toda su vida: la batalla contra la muerte.

La historia de Giovanni Drogo es la historia de casi todos los dirigentes políticos jóvenes —y algunos no tan jóvenes— de nuestro país desde el regreso de la democracia en 1990: aguardando cómodamente en sus propias fortalezas “Bastiani”, en medio de grandes ensoñaciones heroicas, que el destino traería para pasar a la historia.

Que el destino les llegue, sin salir a buscarlo, prefiriendo la seguridad de la fortaleza a la incertidumbre del desierto. Igual que Drogo, no se dan (damos) cuenta cómo poco a poco se les (nos) pasa la edad para asumir riesgos, esperan el golpe de suerte y, como en una posta, esperan (esperamos) ingenuamente el paso del testimonio desde los más viejos a la nuevas generaciones.

Bueno, en política nada de eso ocurre. Se sale a buscar el destino o éste nunca llegará y así la falta de renovación de la política se debe más a la responsabilidad de las nuevas generaciones que de las antiguas; estas últimas sólo hacen lo que todas las castas bien asentadas en el poder: mantenerlo hasta el último de sus días.

Esta crítica no es sólo por quienes han hecho de la queja de falta de renovación su único discurso público, sino también a las nuevas generaciones de dirigentes al interior de los mismos partidos políticos, tanto de la Alianza como de la Concertación, y por tanto no está demás decir que me incluyo.

Sólo una cosa podríamos decir en nuestro favor: la existencia del sistema binominal, junto con evitar la aparición de nuevas fuerzas políticas tiene otro efecto tanto o más grave, que es la petrificación de las dirigencias y liderazgos partidarios. El sistema binominal es cómodo, son las murallas de la fortaleza “Bastiani” y, al parecer, las nuevas generaciones políticas están (estamos) bien abrigados esperando ese momento, en medio de sueños heroicos.

Así todo, y a pesar del binominal, la responsabilidad es propia y de nadie más. Tal vez los únicos que lo hayan asumido de verdad este desafío sean José Antonio Kast y Claudio Orrego, el primero con sus dos intentos por la presidencia de la UDI, y el segundo, con su precandidatura presidencial. En ambos casos (y esto es lo que les diferencia de otros intentos alternativos) sin el recurso barato y populista de “renegar de la política” sino, por el contrario, sintiéndose orgullosos de ésta como el único camino válido para adentrarse rumbo al desierto de los tártaros.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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