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Isis: un proto-Estado armado para durar ANÁLISIS

Isis: un proto-Estado armado para durar

Tras la proclamación de su califato en junio de 2014 sobre un territorio a caballo entre Siria e Irak, el grupo yihadista Estado Islámico (EI) se ha convertido en menos de un año en un actor mayor del puzzle de Medio Oriente. A pesar de los bombardeos aéreos de la coalición internacional liderada por Estados Unidos, la organización terrorista más rica del mundo sigue ganando terreno y ocupa actualmente la mitad de Siria y un tercio de Irak. ¿Qué es Estado Islámico y cuál es su objetivo? ¿Cómo explicar su éxito político y la implantación duradera de su proto-Estado en la región?


Heredero de la nebulosa Al Qaeda en Irak de la cual se emancipó en 2013, Estado Islámico (EI), también denominado como “Daesh” o “ISIS”, nació en resistencia a la invasión norteamericana de Irak en 2003. A diferencia de la organización del fallecido Osama bin Laden, EI es más que un movimiento terrorista y tiene un proyecto político claro: crear un “califato” islámico sobre un territorio que se extiende desde Pakistán hasta la costa noreste de África.

La potencia de la idea de “califato”

Un “califato” es el sistema de gobierno sobre un territorio, establecido tras la muerte del profeta Mahoma en 632. Dirigido por un líder único denominado califa (sucesor en árabe) que concentra en sus manos todo el poder político y espiritual de acuerdo con la ley islámica (“sharia”), y que pretende abarcar a todos los musulmanes del área definida como califato. En ese sentido se constituye como una amenaza para los estados árabes constituidos en la zona. El último califato fue abolido en 1924 con el fin del Imperio Otomano.

Cerca de medio siglo después, Estado Islámico reinstaura un califato en los territorios que controla en Siria e Irak y pretende que todos los musulmanes le juren lealtad a su califa, Abu Bakr Al-Baghdadi. Aunque sólo tiene presencia en estos dos países, EI quiere “romper las fronteras” y ampliar su califato hacia Pakistán y hacia la costa oeste de África. Esta idea ya consiguió adherentes en Libia, Yemen y Nigeria, donde decenas de grupos yihadistas han jurado obediencia al califa Al-Baghdadi.

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EI instrumentaliza la historia del Islam para alimentar su propagación. Junto con la eliminación de la frontera siriano-iraquí en el territorio controlado por el, EI denuncia los límites heredados de la colonización franco-británica y los acuerdos Sykes-Picot de 1916, que diseñaron Estados nacionales artificiales que aún permanecen cuestionados. Pero fundamentalmente, sueñan con un retorno a los orígenes del Islam, a la época gloriosa de las grandes conquistas y del resplandor cultural del imperio árabe-musulmán.

Al reactivar el símbolo del califato, EI genera adhesión a nivel regional e internacional entre los musulmanes, particularmente los sunitas, nostálgicos de esa edad de oro. “EI elabora su popularidad sobre la promesa de la restauración del califato como respuesta a los males del mundo musulmán. Esto explica que EI es un movimiento político y no solamente terrorista”, señala Eugenio Chahuán, académico del Centro de Estudios Árabes (CEA) de la Universidad de Chile.

ISIS, un embrión de Estado

A diferencia de Al Qaeda, Estado Islámico tiene una territorialidad y “ha sido capaz de articular políticas y arraigarse en el espacio que ocupa entre Siria e Irak”, apunta Eugenio Chahuán. EI presenta algunas características de una estructura proto estatal. Controla un territorio del tamaño de Gran Bretaña (unos 300.000 kilómetros cuadrados) donde viven cerca de 8 millones de personas mayoritariamente sunitas, con una administración y recursos financieros propios.

Su presupuesto anual se evalúa a cerca de 2 mil millones de dólares. Su principal fuente de ingresos es la venta de petróleo y gas de los campos que controla, la agricultura y los impuestos que recauda en su territorio. EI también se financia con actividades ilícitas como extorsión, tráfico de personas y contrabando de obras de arte. Este dinero remunera a sus combatientes locales y extranjeros, que son entre 40.000 y 50.000, según analistas. El armamento proviene fundamentalmente del equipamiento recuperado en los cuarteles dejados por las tropas sirias o iraquíes y una de sus características es no comprar armas en el mercado ilegal de estas.

Parte del éxito de ISIS se debe a su estrategia política. Busca arraigarse duraderamente a nivel local a través de dos mecanismos uno policial y otro administrativo. Por una parte, el control de las poblaciones. Una policía religiosa actúa con terror en nombre de la “sharia” imponiendo su versión más estricta: mujeres obligadas a cumplir estrictas normas de vestir, interdicción del tabaco y alcohol, ejecuciones sumarias, decapitaciones y crucifixiones para los oponentes, etc. “Son muy parecidos a los nazis. Ofrecen seguridad absoluta a la población a cambio de su sometimiento incondicional”, compara Raúl Sohr, analista internacional de Chilevisión.

Por otra parte, su gestión administrativa es eficiente. Construye infraestructuras, recauda impuestos, abre escuelas para educar sus “ciudadanos”. Además, en una entrevista a radio France Culture, Pierre-Jean Luizard, el director del Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS, por sus siglas en francés) y autor del libro “La trampa Daech” (2015), destaca que la clave es que “ISIS no se impone como una fuerza de ocupación” sino que administra a la manera de un Estado el territorio que controla. “Su estrategia de implantación a largo plazo radica en la restitución del poder local a actores locales que tiene bajo su control. Se basa en las estructuras administrativas y civiles existentes”, analiza Luizard.

El vacío político, mantillo de Estado Islámico

Las razones del éxito de Daesh también son externas. Se ha aprovechado del vacío político y del caos para prosperar en zonas abandonadas por los estados iraquí y sirio en estado de decadencia avanzado. “En Irak, Estado Islámico es la consecuencia de diez años de política de segregación sistemática operada por el gobierno chiita contra las comunidades sunitas”, asevera Eugenio Chahuán. “Las autoridades chiitas están en una lógica de venganza porque los sunitas en el poder bajo Sadam Hussein maltrataron a los chiitas. Y la venganza es un elemento cultural importante en Medio Oriente”, añade Raúl Sohr.

Por eso, una parte de las poblaciones sunníes ven a EI como un liberador, pese a su violencia, frente a la represión del gobierno chií.

El mismo caos en Siria produce los mismos efectos. La represión de la Primavera árabe de 2011 por el régimen de Bashar Al-Asad ha provocado más de 250.000 muertos y puesto al país al borde de la implosión. “ISIS tuvo la habilidad de manipular esta situación para plantearse como uno de los herederos de las Primaveras árabes en la medida en que lucha contra Estados autoritarios ilegítimos e incapaces de generar procesos de democracia inclusiva”, asegura el analista de Chilevisión.

Eugenio Chahuán teme que “esta especie de Frankenstein escape a sus creadores aún por bastante tiempo en la región”. Y si el futuro de Estado Islámico es incierto, lo cierto es que ha abierto un proceso de desestabilización irreversible del orden geopolítico en Medio Oriente.

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