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¿Es el vino la verdadera bebida de los chilenos? Opinión

¿Es el vino la verdadera bebida de los chilenos?

Andrés Torres Ríos
Por : Andrés Torres Ríos Wine Business Development
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Por mucho tiempo se ha hablado que el vino es la bebida nacional que acompaña nuestro devenir y nadie podría discutir que este noble fermentado ha estado desde aproximadamente cinco siglos en territorio nacional. Sin embargo, las cifras locales demuestran un deterioro del consumo de los chilenos con esta histórica bebida ¿Es el vino, entonces, la verdadera bebida de los chilenos? ¿O es simplemente una tendencia de nicho? En último termino, ¿es el vino un elemento aglutinante socialmente o de segregación social? Hagamos la siguiente radiografía.

Como narra la historia, desde 1540 en adelante comienza la introducción de las primeras variedades ancestrales a la Capitanía General de Chile, donde las casas de vecinos del Santiago de la Nueva Extremadura y, otros parajes, cultivaban libremente los primeros parrones y huertos de vid para la elaboración de vino. A mediados del siglo XVI, sacerdotes como Francisco de Carabantes y la Compañía de Jesús fueron quienes impulsaron entre la comunidad toda, la idea de esta primera agricultura como medio de desarrollo socioeconómico y espiritual, de tal modo que la producción de vino tenía una triple importancia para ese entonces; era una actividad agrícola que servía como medio de mercantil a nivel local y en exportaciones, un elemento de la esencia para la evangelización católica en las indias y, en ultima ratio, una bebida alimentaria parte de la dieta base del momento.

En mi opinión, el primer gran atisbo de segregación social que el vino comenzara a desencadenar en la sociedad chilena ocurre durante el inicio del primer periodo conservador en 1830. El naturalista Claudio Gay se encarga de convencer a latifundistas y
empresarios que poseer extensiones de terrenos plantados con viñedo era una de las vías a través de las cuales los países agrícolas se podían enriquecer. Fue así entonces cuando, con el apoyo de las autoridades, funda la Quinta Normal, donde planta cepas francesas, en el denominado proceso del “Afrancesamiento del vino chileno” y, la construcción del Jardín de Invierno, un invernadero hecho para el estudio de cepas.

Luego de exitosos resultados, en 1850 el empresario Silvestre Ochagavía viaja a Francia para asesorarse en la materia y traer uvas para su viña. Lo siguió toda la alta aristocracia de la época: Viña Concha y Toro de Melchor de Concha y Toro, Viña Cousiño Macul de Luis Cousiño Squella e Isidora Goyenechea, Viña Errázuriz de Maximiano Errázuriz, Viña Santa Rita de Domingo Fernández Concha y Viña Santa Ana de Francisco Undurraga Vicuña, son responsables del primer desarrollo industrial del vino chileno, con viñas de prestigio y gran extensión territorial, hicieron que progresivamente desapareciera el vino antiguo.

Caldos que hoy tienen un renacer, fueron devastados a fines de siglo XIX y con ello toda la historia que le antecede. Uvas como la País y, otras menos conocidas como “Aceituna”, “Cristalina Blanca”, “Huasquina” y “Moscatel Rosada”, desaparecieron del mapa vitivinícola. Vinos como el “asoleado” de Cauquenes o los rústicos “pipeños” de la zona Central, si bien continuaron existiendo, fueron quedando relegados a la intrascendencia de solo aquellos que lo siguieron produciendo hasta la actualidad, tarea ancestral de conservación de este patrimonio vivo.

En pleno siglo XXI, las cifras han revelado el auge económico de la industria que debe básicamente sus remesas a las exportaciones. Sin embargo, a nivel local ha sido complejo luchar contra el exitoso consumo de otros alcoholes como la cerveza, el pisco o el gin; el tema es bastante más complejo que esto, ya que se han manifestado externalidades de diversa índole.

En materia medioambiental no es ningún secreto que los grandes grupos vinícola-industriales del país que acumulan la gran mayoría del mercado nacional utilizan grandes extensiones territoriales en la zona Central lo que ha provocado la desertificación sin retorno de las tierras cultivables en materia agrícola. No está demás señalar el nocivo efecto provocado por los productos químicos utilizados en los campos, contribuyendo a los gases tóxicos que contaminan y calientan la atmosfera.

En el ámbito socioeconómico, los mismos grupos empresariales controlan, en función de oferta y demanda, los precios de la uva, de tal forma que muchos pequeños productores han caído el último tiempo en insolvencia o han tenido que cambiar de giro y reinventarse, por cuanto son incapaces de conservar estructuras financieras sustentables ante las ínfimas tarifas de mercado.

A lo anterior, se agrega el intrínseco negocio inmobiliario asociado que “nadie ve”. Cada vez que una gran viña compra una extensión territorial, de manera automática eleva el valor de la tierra del lugar, de manera tal que nadie más pueda entrar a competir en el mismo espacio y con las mismas condiciones.

También hay que denunciar cada vez que un gran conglomerado llega a un área de pequeños e históricos productores para el desarrollo de algún nuevo producto, ayudándose de la mano de obra local existente, me parece un “saludo a la bandera”, así también como cada vez que declaran “sustentable” en sus etiquetas, han logrado más bien una estupenda estrategia de marketing, más que una colaboración autentica en la esfera social, cultural y económica para el lugar y las personas que lo cohabitan.

Finalmente, dejar en evidencia, en cuanto a “los medios” del mundo del vino, a todas aquellas personalidades, periodistas sommelieres y esnobs que, por el hecho de estar insertos en posiciones de poder y autoridad, han generado tendencia y vitrina irrefutable, para las elites y nichos que se ven influenciados en su mayoría por estos grandes y tan perjudiciales grupos de interés, provocando la expuesta segregación social. Muy por el contrario, debiéramos estar pensando “fuera de la caja”, intentando acercar a la gente común y corriente con tópicos no de nicho, sino populares y democráticos, de relevancia y trascendencia real para la vida en comunidad, en un país que se deconstruye cada día y, donde en mi opinión, lo que debiera estar puesto en relevancia no es otra cosa sino que el vino en la vida de las personas en cuanto a una cultura de integración.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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