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Cambio climático, una crisis financiera más MERCADOS|BLOOMBERG

Cambio climático, una crisis financiera más

as instituciones financieras necesitan prepararse y cambiar su comportamiento. Para este fin, deben considerar de manera precisa los riesgos que asumen. Aquí es donde los reguladores son clave. Por ejemplo, podrían incluir el cambio climático en las pruebas de estrés de los bancos y restringir los desembolsos a accionistas si las instituciones no cuentan con el capital para sobrevivir a las pérdidas. Podrían también aumentar directamente los requerimientos de capital, lo que obligaría a bancos a tener una mejor base de capital al momento de tomar decisiones de inversión exigentes con el medio ambiente. Adicionalmente, el Consejo de Estabilidad Financiera —encargado de monitorear y abarcar los riesgos sistémicos cuando aparecen— se debe enfocar en mitigar el riesgo relacionado con el clima fuera del sistema bancario.


Gregory Gelzinis «Gregg» y Graham Steele

Parece que las personas que supervisan el sistema financiero de Estados Unidos piensan que el cambio climático no es problema suyo. En un reciente testimonio ante el Congreso, un funcionario bromeó diciendo que él no era ni «meteorólogo ni científico del clima».
Deberían repensar el tema. Cuando no actúan, los reguladores dejan al país expuesto a una devastadora crisis.

Las instituciones financieras, desde bancos hasta aseguradoras y gestoras de fondos, se enfrentan a riesgos relacionados con el clima que van mucho más allá del tema de responsabilidad social. De una manera u otra, ya sea a través de desastres naturales y migración forzada o medidas decisivas para cambiar el uso de la energía, podrían terminar enfrentándose a pérdidas acumulativas de billones de dólares. Podrían surgir bajo la forma de hipotecas sin pagar en áreas inundadas, decepcionantes inversiones en regiones que se han vuelto inhabitables o préstamos inciertos a centrales eléctricas de carbón que ya no operan.

Peor aun, el sector financiero agrava el problema al facilitar capital a las industrias que lideran el cambio climático. En los últimos tres años únicamente, los seis bancos más grandes de EE.UU. entregaron más de US$700.000 millones en financiamiento a la industria de combustible fósil. A 2016, las grandes aseguradoras tenían US$528.000 millones en dichas inversiones, incluido el carbón, petróleo, gas y servicios relacionados. Aunque algunos intermediarios financieros han reducido sus exposiciones a los sectores con uso intensivo de carbón, las gestoras de fondos más grandes aumentaron sus posiciones en 20% de 2016 a 2018; las tres mayores gestoras de fondos lideran las titularidades de inversiones en carbón.

Esta disposición para financiar actividades de uso intensivo de carbón, sin considerar las consecuencias a más largo plazo, compromete el objetivo de lograr cero emisiones netas de gas de efecto invernadero. El mundo nunca va a reducir la brecha de producción, la disparidad entre energía producida por combustible fósil y energía limpia, si no abarca la brecha de financiamiento entre estas respectivas industrias. En una estimación, cerca de US$200.000 millones en capital deben ser reasignados en cada uno de los próximos 40 años solo para limitar el calentamiento global a 2 grados Celsius —el escenario definido en el Acuerdo de París.

Puede que algunos se consuelen con la idea de que las pérdidas se distribuirán a lo largo de muchas décadas, lo que brinda mucho tiempo para ajustarse. No se consuelen. Los cambios ambientales y las respuestas políticas son intrínsecamente impredecibles, al igual que lo es la tendencia del mercado para reevaluar las perspectivas de industrias completas. Trastocamientos pueden surgir de manera global y de un momento a otro —un escenario que el gobernador del Banco de Inglaterra ha calificado de «momento Minsky» climático. En la actualidad, solo tenemos pronósticos, pero el cambio podría exceder la escala y el alcance de la crisis financiera de 2008.

Las instituciones financieras necesitan prepararse y cambiar su comportamiento. Para este fin, deben considerar de manera precisa los riesgos que asumen. Aquí es donde los reguladores son clave. Por ejemplo, podrían incluir el cambio climático en las pruebas de estrés de los bancos y restringir los desembolsos a accionistas si las instituciones no cuentan con el capital para sobrevivir a las pérdidas. Podrían también aumentar directamente los requerimientos de capital, lo que obligaría a bancos a tener una mejor base de capital al momento de tomar decisiones de inversión exigentes con el medio ambiente. Adicionalmente, el Consejo de Estabilidad Financiera —encargado de monitorear y abarcar los riesgos sistémicos cuando aparecen— se debe enfocar en mitigar el riesgo relacionado con el clima fuera del sistema bancario.

Infortunadamente, este y otros poderes son inútiles en manos de supervisores que no tienen la voluntad de usarlos. La inercia del plantel actual de supervisores financieros de EE.UU. contrasta con el Fondo Monetario Internacional y los bancos centrales de Inglaterra, Francia y Australia que ya están despertando frente a los riesgos. Hasta ahora, sin embargo, hasta las propuestas más ambiciosas se han centrado principalmente en enfoques de mayor divulgación y monitoreo de los riesgos climáticos —cuyas falencias se evidencian por el hecho de que las industrias más sucias ya están ampliamente en cumplimiento.

Los funcionarios deben actuar de manera más agresiva; de lo contrario, la burbuja de carbono seguirá inflándose hasta estallar. Las pérdidas financieras pueden caer en cascada sobre la economía real y poner en riesgo los fondos de pensiones de gente común y corriente, muchos de los cuales tal vez ni saben que sus pensiones están llenas de inversiones con riesgo. Una regulación efectiva puede suavizar la transición a una economía de energía limpia y proteger los empleos de manufactura y las comunidades vulnerables. Al vacilar, se deja al mundo expuesto a una amenaza aun mayor que el error humano que desencadenó la última crisis. La ciencia no es una contraparte con la que se puede negociar, el planeta no es un contrato que se pueda reestructurar y no hay rescate para una catástrofe climática.

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