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El fútbol brasileño se dirige a la autodestrucción MERCADOS|OPINIÓN

El fútbol brasileño se dirige a la autodestrucción

Mac Margolis
Por : Mac Margolis Columnista de Bloomberg
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Puede parecer justo; pero la sugerencia de que el fútbol brasileño necesita ayuda profesional suena casi ridícula. Después de todo, ¿cuántos países pueden alardear del récord de Brasil como incubadora de talento futbolístico y valor? Ningún otro país exporta tantos jugadores: Brasil «expatrió» 832 futbolistas en 2018, para un ingreso neto (es decir, descontando el pago por los jugadores importados) de US$384 millones, de acuerdo con el banco central.


Si el fútbol es una religión en Brasil, podría necesitarse una plegaria. Una conspiración de errores e infracciones por parte de la élite que maneja el fútbol profesional ha malgastado el talento y ha dejado a la apreciada institución nacional en el caos. En consecuencia, el deporte insignia de Brasil ha sufrido una escasez de trofeos (el último título de la copa mundo de Brasil fue en 2002), graderías vacías y estadios abandonados, por no mencionar la temida «fuga de pies» que envía a los jugadores más prometedores al extranjero en su mejor momento.

Sin una reforma profunda, el sistema de fútbol que pone el ballet sobre la grama y ha capturado cinco Copas Mundiales, con un despliegue de estrellas de Pelé a Ronaldo, se dirige a un ajuste de cuentas internacional y casi con seguridad a la insolvencia.

No obstante, dado que Brasil también es un país de creyentes, se está trabajando en un rescate elaborado. Varios planes para reformar el fútbol profesional circulan por la legislatura brasileña. Dentro de sus principales defensores se encuentran Rodrigo Maia, presidente del Congreso, y reconocidos cineastas y filántropos, los hermanos Walter y Joao Moreira Salles. Redimir el fútbol profesional no será fácil ni barato, en parte también gracias a los sospechosos en la cima.

Este año, la FIFA, el órgano rector del fútbol en el mundo, prohibió al exjefe brasileño del fútbol José Maria Marin su participación en el deporte de por vida, luego de su condena en una corte estadounidense por aceptar sobornos y arreglar contratos de medios y mercadeo para los torneos. Su presunto compañero de fechorías, el exjefe de la Confederación brasileña de fútbol Ricardo Texeira, desestimó las acusaciones de los investigadores internacionales de que él mismo también se hundió en el abrumadero del excepcionalismo brasileño. «¿Existe un lugar más seguro que Brasil?», dijo Texeira célebremente a un reportero. «Saben que nada de lo que se me acusa en el extranjero es un crimen aquí».

Aún así, la corrupción es un síntoma del despilfarro y el defectuoso gobierno codificados en la cultura administrativa de Brasil. Más que una nueva investigación sobre el inframundo del fútbol, lo que necesita el deporte nacional es una buena dosis de capitalismo. El impulso ahora es por convertir las asociaciones recreativas que controlan el fútbol en negocios dirigidos por profesionales comprometidos con la transparencia y la parsimonia, que sigan reglas en vez de pasiones y sean responsabilizados por sus malas decisiones o su mala fe.

Puede parecer justo; pero la sugerencia de que el fútbol brasileño necesita ayuda profesional suena casi ridícula. Después de todo, ¿cuántos países pueden alardear del récord de Brasil como incubadora de talento futbolístico y valor? Ningún otro país exporta tantos jugadores: Brasil «expatrió» 832 futbolistas en 2018, para un ingreso neto (es decir, descontando el pago por los jugadores importados) de US$384 millones, de acuerdo con el banco central.

En total, los 27 equipos principales amontonaron aproximadamente 5.100 millones de reales (US$1.370 millones) el año pasado, de acuerdo con un informe de Itaú BBA sobre las finanzas del fútbol.

No obstante, el fútbol está en manos de aficionados y supervisado por juntas transitorias elegidas cada cuatro años, en las que prevalecen las malas prácticas y los acuerdos oscuros. Las reglas diáfanas permiten a los directores de los clubes, conocidos apropiadamente como sombreros altos, utilizar a los equipos como cajeros automáticos y accesorios para proyectos de vanidad. La liga Serie A, el principal generador de dinero de la industria, ha acumulado casi 3.100 millones de reales (US$825 millones) en deuda. «Muchos equipos se encuentran al borde del colapso financiero», asegura el analista de Itaú BBA Cesar Grafietti.

Una métrica reveladora es la rotación de entrenadores. Difícilmente pasa una semana sin que el director de un equipo sea despedido, incluso cuando se aclama al siguiente como un salvador. Alguna vez confundí tontamente esa hipermovilidad con meritocracia: entregar resultados o empacar su bolsa de lona. De hecho, es una medida para la disfunción.

Los mejores clubes de Brasil despidieron a 10 directores solo en los últimos tres meses. Si se mira la última década, el récord es más alarmante: los 20 equipos principales de la Serie A han intercambiado entrenadores 472 veces desde 2011, tres veces la tasa de los clubes líderes en Inglaterra, Francia, Alemania, Italia y España. La mezcla constante ha devaluado la marca nacional; los antes codiciados directores brasileños han perdido su brillo en Europa.

Detrás del frenesí de despidos y el intercambio de jugadores hay un modelo de gestión fallido. Cuando un equipo comienza a perder, los jefes de clubes –sensibles a los medios de comunicación y la presión de los fanáticos, y con un ojo puesto en la reelección– hacen cualquier cosa para salvar la temporada, y a menudo allanan las arcas del equipo por celebridades que no pueden pagar. No es de extrañar que incluso los clubes más conocidos con grandes bases de seguidores estén en quiebra.

Y cuando las cuentas se acumulan, los altos sombreros saquean la lista de jugadores: los ingresos de los clubes por la exportación de jugadores han aumentado de 12% a 20% de las ganancias totales desde 2014, según Itaú BBA. El comercio de jugadores es una práctica normal en el fútbol profesional. Pero en Brasil se ha convertido en una forma de mantener las luces encendidas y pagar las facturas mensuales. «Es un círculo vicioso», dice el abogado deportivo de Río de Janeiro Vantuil Goncalves Junior. «Contratan estrellas con salarios exorbitantes y, cuando no pueden cubrir los costos operativos, venden atletas, solo para contratar a otros».

La ruina no es reciente. En 1998, con la mayoría de los equipos ahogados en deudas, el Congreso firmó una ley presentada por el exgran jugador de fútbol y entonces ministro de Deportes Edson Arantes do Nascimento, o Pelé, para obligar a los clubes exentos de impuestos y con pérdidas de dinero a convertirse en negocios con fines de lucro. Pero como muchas iniciativas impopulares en Brasil, la ley Pelé no prosperó. Solo los subsidios repetidos, las amnistías de deuda y los gestos ocasionales de los prestamistas ángeles han salvado al fútbol aficionado brasileño de sí mismo. El presidente de la Cámara, Maia, merece una mención especial, ya que alguna vez telefoneó a un alto funcionario del ministerio de Justicia para agilizar los documentos de trabajo de un centrocampista chileno, a fin de que se pusiera los colores de su equipo favorito, Botafogo.

Tal arriesgado protagonismo solo alienta la indolencia, ya que los gerentes de clubes contratados sin nada que perder a nivel financiero en el juego acumulan deudas en busca de la gloria estacional –o para evitar un desastre en el campo–, y luego dejan que la bomba de la deuda explote en las manos de su sucesor. De ahí el dicho brasileño: «en el fútbol, ​​el dinero del club no le pertenece a nadie».

Las reformas actuales buscan que el dinero se quede en el club. Eso significa zanahorias (reestructuración de deuda) para los dispuestos, garrotes (multas, sanciones) para los incompetentes, y la ley para los tramposos. La mayoría de las ligas europeas, e incluso rivales vecinos como Chile, Uruguay, Argentina y México, ya han hecho la transición. Pasarse al lado corporativo no revivirá automáticamente a los clubes en decadencia. Pero puede ayudar a Brasil a no perder goles en su cancha más sagrada.

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