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El deporte y la droga: un cóctel peligroso

El deporte y la droga: un cóctel peligroso

El caso del tenista australiano Bernard Tomic, investigado por una supuesta transacción de cocaína, recuerda otros episodios en que destacados deportistas se han visto involucrados con los estupefacientes. Sin embargo, la mayoría de ellos sólo han sido consumidores. Chile tiene dos casos de atletas condenados por tráfico, lo que sí constituye un delito.


Bernard Tomic parecía destinado a transformarse en uno de los grandes tenistas australianos, lo que es no es poco decir, tratándose de uno de los países con más sólida tradición en el denominado “deporte blanco”. Pero pasa el tiempo y, más allá de victorias notables, como contra el español David Ferrer en Indian Wells, sigue sin despegar. Con 22 años, a líos de faldas, vejaciones y riñas, Tomic ha sumado por estos días un nuevo capítulo que se encuentra en plena investigación, pero que podría terminar con él en la cárcel y significar, obviamente, el fin prematuro de su prometedora carrera: el tráfico de drogas.

El problema, sin duda el más grave que Bernard Tomic ha enfrentado en una trayectoria signada por los escándalos, tuvo su origen en un club nocturno de la Gold Coast australiana.

El tenista le habría comentado a una adolescente, no identificada todavía en el proceso, que tenía cocaína por un valor de 36.000 euros. El problema es que Tomic se encontraba en el local en compañía de su amigo James Pickering, un magnate australiano que está acusado de cuatro cargos por distribución de cocaína, dos de ellos relacionados con menores.

Pickering fue el primero quien, al enterarse de que la policía investigaba a Tomic, salió en su defensa, señalando que “si esa conversación con la adolescente existió, sin duda se trató de una broma. Bernard no tiene nada que ver con las drogas”.

El caso de Bernard Tomic recuerda otros en que deportistas se han visto involucrados en el tráfico de estupefacientes. No son muchos, en realidad. La mayoría que ha sido vinculado a la cocaína lo fue como consumidor, pero no por tráfico, lo que sí constituye un delito.

El boxeo, por ejemplo, ha sido desde siempre terreno fértil para el consumo de sus cultores. La mayoría de los peleadores, muchachos procedentes de los sectores más marginales y vulnerables de toda sociedad, ha tenido más de alguna vez problemas, fundamentalmente con la marihuana y la cocaína.

Mike Tyson, Julio César Chávez, Oscar de la Hoya y Antonio Margarito, entre muchos otros, terminaron finalmente por confesar su adicción. El caso más dramático, sin embargo, lo constituye el del colombiano Antonio Cervantes, cuyo nombre de batalla era Kid Pambelé.

El colombiano, campeón del mundo de los welters Juniors (140 libras o 63.503 kilos), no pudo sobrellevar la gloria de haberse convertido en el primer monarca mundial de boxeo de su país y cayó en todo tipo de excesos (alcohol y drogas) que lo llevaron a la ruina e, incluso, al borde de la muerte.

El gobierno cubano, una de cuyas primeras medidas luego del triunfo de la revolución en contra de Fulgencio Batista fue la abolición del boxeo profesional, convenció a Cervantes de viajar a la isla para someterse a un tratamiento en contra de su adicción. Y aunque el colombiano cumplió con todas las terapias correspondientes y jamás dejó tirado el tratamiento, como la mayoría vaticinaba, volviendo a su país no demoró mucho tiempo en recaer en el vicio.

El consumidor más famoso de la historia del deporte, sin embargo, pertenece al fútbol: Diego Armando Maradona, cuya adicción a la cocaína fue detectada tras el control de dopping que le realizaron luego del encuentro de su país frente a Nigeria, por la Copa del Mundo de 1994 en Estados Unidos.

El vicio Maradona lo había adquirido en Italia, cuando defendiendo la camiseta del Nápoles forjó fuertes vínculos de amistad con la famosa “camorra” italiana.

En Chile, afortunadamente, no son muchos los casos de deportistas vinculados al tráfico de cocaína. En las últimas décadas sólo se ha conocido de dos, afectando uno de ellos a un futbolista nacido fuera del territorio nacional. Se trata de Maxim Molokoedov, jugador ruso que en 2013 defendió la camiseta de Santiago Morning, y Víctor Fuentealba, ex campeón chileno de peso mosca que, a fines de 2011, cayó en una redada de la PDI de Osorno junto a su hija y a un boxeador colombiano radicado en la sureña ciudad.

Tras abandonar el boxeo, Fuentealba siguió ligado al deporte como entrenador del Club México, de Osorno.

Sorprendido Fuentealba por la policía con 60,9 gramos de cocaína, por un valor aproximado de 6 millones de pesos, la investigación determinó que se utilizaba al colombiano Kevin García, 18 años, también boxeador aficionado, como “burrero” para el transporte de la droga entre Santiago y la sureña ciudad.

Fuentealba, su hija y Kevin García fueron encontrados culpables y condenados, pero la “irreprochable conducta anterior” del ex pugilista le permitió cumplir la pena en libertad vigilada. Sin embargo, su error le costó caro: el directorio del Club México de Osorno, presidido por Sergio Miranda, determinó alejar a Fuentealba del equipo técnico de la institución.

La Federación Chilena de Boxeo, por otra parte, también decidió sancionarlo, dejándolo completamente al margen de la posibilidad de seguir entrenando a los chicos amateurs del club “azteca”.

El otro caso, mucho más mediático, por estar vinculado con el fútbol, fue el de Maxim Molokoedov, un ruso de 27 años que, procedente de Ecuador, fue sorprendido en julio de 2010 en el aeropuerto de Pudahuel portando seis kilos de cocaína escondidos en el hueco de unos gruesos libros de promoción turística.

Molokoedov, que no hablaba ni una palabra de español, fue detenido, procesado y condenado a tres años y un día por tráfico de cocaína. Tras siete meses recluido en el penal Santiago Uno, fue trasladado a la Penitenciaría para cumplir allí el resto de su pena.

Jugando en un equipo de reos, lo vio Claudio Borghi, por entonces director técnico de la Selección Chilena, que había concurrido al penal para darles una charla a los internos. El Bichi quedó impresionado con las condiciones del ruso, de quien le había hablado con entusiasmo Frank Lobos, encargado de los deportes en Gendarmería y recordada figura de esa selección infantil que, con Leonardo Véliz en la banca, había sido tercera en el Mundial de la categoría de Japón, en 1993.

La opinión de Borghi llevó a Lobos a dar un paso que hace tiempo venía meditando: lograr la reinserción en la sociedad del ruso y transformarlo en un hombre libre a través del fútbol. Lo ofreció, entonces, a Santiago Morning, equipo militante en la Primera B de nuestro fútbol.

Miguel Nasur, ex presidente del fútbol chileno y hoy timonel de la entidad microbusera, no dudó en darle al muchacho la posibilidad de reformarse gracias al deporte.
Molokoedov no decepcionó, aunque confesó luego, en el lenguaje “canero” que había aprendido en la Peni: “Tras los primeros entrenamientos quedaba para la cagá. Es que en mi país, jugando por el PSKOV 747, o por el Dínamo de San Petersburgo, siempre actué con 74 kilos y ahora estoy pesando 78. Me ha costado, además, acostumbrarme a la cancha de fútbol después de haber jugado durante casi dos años puro futbolito”.

Molokoedov viajó a su país y no volvió más. Su interés era recomponer su relación con su padre, Alexei, que cuando supo el porqué de su larga ausencia tuvo un natural estallido de ira, abrazar a su madre, Ielena, y volver a conversar con su único hermano y mejor amigo, André.

Molokoedov debe ahora estar estudiando en la Universidad de San Petersburgo alguna carrera relacionada con el deporte, intención que le confesó a un periodista chileno poco antes de su viaje de regreso a su país.

¿Seguirá jugando, aunque sea en Segunda División, como era su deseo? Nadie lo sabe. Lo importante es que Molokoedov, tras cumplir su pena, encontró en el fútbol la forma de reformarse, de volver a ser un ciudadano respetable y otra vez un hombre libre.

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