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El complejo camino para impulsar una acción climática efectiva Opinión

El complejo camino para impulsar una acción climática efectiva

Jaime Hurtubia
Por : Jaime Hurtubia Ex Asesor Principal Política Ambiental, Comisión Desarrollo Sostenible, ONU, Nueva York y Director División de Ecosistemas y Biodiversidad, United Nations Environment Programme (UNEP), Nairobi, Kenia. Email: jaihur7@gmail.com
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En el pasado reciente, gran parte del diálogo de políticas climáticas se centró en si se deberían tomar medidas drásticas inmediatas para mitigar el sobrecalentamiento o si se debía adoptar un enfoque más gradual. Los gradualistas argumentaron que, si se aplicaban medidas drásticas inmediatas, se provocarían cambios imprevisibles con fuertes costos económicos en el corto plazo. Lo que no se tuvo presente es que, cuando se aplican políticas que resulten en ganancias de bienestar agregadas, lo que hay que analizar detenidamente es su probable impacto distributivo. A menudo se supone implícitamente que los ganadores compensarán a los perdedores. Pero si tal compensación no ocurre, los perdedores quedan peor y, a menudo, se transforman en obstáculos serios a la acción climática. Incluso pueden llegar a bloquear el cambio, como lo sucedido en Francia con los «chalecos amarillos» desde 2018, cuando el Gobierno de Macron propuso un nuevo impuesto al combustible respetuoso con el medioambiente. Así de complejo es el camino para impulsar la acción climática y puede ser aún más difícil.


Nos acercamos a la apertura de la COP25 y las expectativas para impulsar mundialmente una acción climática efectiva disminuyen. Es probable que, por actitudes irreconciliables de los actuales gobiernos negacionistas de EE.UU., Brasil, Reino Unido, Polonia, Hungría, Kuwait, Arabia Saudita, entre otros, la COP25 termine siendo un evento con escasos logros. Un intento de salvataje se realizará el próximo 23 de septiembre, en la sede de Naciones Unidas en Nueva York, con la Cumbre de Jefes de Estado por la Acción Climática. Sin embargo, son tantos los obstáculos que se presentan y para los cuales no ha habido oportunidad de debatir con rapidez y diligencia, que son pocos los optimistas. Las Partes del Acuerdo de París están con las manos atadas, porque no hay consenso acerca de qué debe hacerse para desenredar la compleja red de interacciones políticas, sociales, ambientales, económicas y financieras detrás de la crisis climática.

La mayoría de los gobernantes están convencidos de que la crisis climática es la amenaza más grande a que se enfrenta hoy la humanidad. De acuerdo al Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas (IPCC), el mundo debe neutralizar sus emisiones de CO2 en 2050, para evitar que en este siglo la temperatura media del planeta supere 1.5 °C por encima del valor existente en la era preindustrial. Este es el principal desafío inmediato. Todo lo que hagamos, por ejemplo, en las inversiones en infraestructura, ineludiblemente, va a determinar durante décadas cuál va a ser la dependencia al carbono de nuestro crecimiento económico. No se trata de algo simple de atacar. Sin embargo, a pesar del reconocimiento de la envergadura y la urgencia para detener la crisis, las emisiones de CO2 continúan aumentando.

Peor aún, nuestra “Una Sola Tierra” está sometida a una tremenda y siempre creciente presión humana que funciona en contra de la búsqueda de soluciones. El ejemplo más dramático son los incendios de los bosques en Portugal, España, Siberia, la Amazonía, Bolivia y, hace un par de días, en la Cuenca del Congo. Estamos perdiendo aceleradamente los principales sumideros de CO2 de nuestro planeta. Nunca en la historia los bosques habían estado tan amenazados. Los procesos negativos, como este, aumentan a un ritmo frenético. Los últimos 3 meses hemos sufrido olas de calor simultáneas que han superado los récords históricos en varias capitales europeas, inundaciones en ambos hemisferios, lluvias torrenciales inusitadas y extensión de megasequías.

Es probable que las actitudes de indiferencia de los gobernantes y políticos cambien por las presiones crecientes de la ciudadanía afectada por estos últimos desastres, beneficiando el impulso a la acción climática de aquí en adelante. En tal sentido, nos parece oportuno señalar tres elementos que consideramos van a influir en los debates de la COP25 y más allá.

Primero, la constatación de los complejos mecanismos de retroalimentación que se originan por el sobrecalentamiento global, los cuales en forma de desastres inesperados han demostrado tener fuertes impactos ecológicos, sociales, económicos y financieros. ¿Por qué? Porque se ha comprobado que la crisis puede causar un daño mucho mayor y más inmediato de lo que se pensaba hasta hace pocos meses.

Segundo, el costo de la energía limpia disminuyó en los últimos 10 años mucho más rápido de lo que se suponía. Las fuentes de energía renovable ya son la opción de energía más barata en gran parte del mundo, con tecnologías solares y eólicas a la vanguardia. Más aún, el costo de la «transición energética» podría bajar rápidamente en los próximos años si se generaliza su aplicación. Es probable que suceda algo similar en otros temas cruciales para la mitigación y adaptación climática, como son las ciudades inteligentes, la digitalización en el transporte, la tecnoinformación en la agricultura y la protección forestal, electromovilidad y conducción inteligente, todos los cuales ocurrirán en el marco de una transición inmediata hacia lo más verde y sustentable.

Tercero, las externalidades negativas inmediatas del modelo actual de crecimiento económico, causante de la alta acumulación de CO2 en la atmósfera (como la contaminación del aire), necesariamente van a ser analizadas como aumentos indeseables al costo a corto plazo de la innovación tecnológica industrial. Por lo tanto, reducirlas lo más pronto posible pasará a ser una compensación del costo inicial de la mitigación.

Estimo que estos tres elementos impulsarán la acción climática en los próximos años. Provocarán un cambio rotundo en las formas de mitigación, haciéndolas más rápidas y drásticas. ¿Por qué no se ha hecho hasta ahora? Por los obstáculos políticos y sociales.

Para empezar, porque a pesar de que la transición pueda tener un pequeño costo agregado neto, se sabe a ciencia cierta que generará muchos perdedores (así como ganadores). Y como suele ser el caso con tales transiciones (por ejemplo, como sucedió con las textiles en Chile por la liberalización del comercio), las ganancias se extenderán a gran parte de la población, mientras que las pérdidas se concentrarán en grupos de trabajadores y empresarios específicos, haciéndolos más visibles y políticamente perjudiciales.

En el pasado reciente, gran parte del diálogo de políticas climáticas se centró en si se deberían tomar medidas drásticas inmediatas para mitigar el sobrecalentamiento o si se debía adoptar un enfoque más gradual.

Los gradualistas argumentaron que, si se aplicaban medidas drásticas inmediatas, se provocarían cambios imprevisibles con fuertes costos económicos en el corto plazo. Lo que no se tuvo presente es que, cuando se aplican políticas que resulten en ganancias de bienestar agregadas, lo que hay que analizar detenidamente es su probable impacto distributivo. A menudo se supone implícitamente que los ganadores compensarán a los perdedores. Pero si tal compensación no ocurre, los perdedores quedan peor y, a menudo, se transforman en obstáculos serios a la acción climática. Incluso pueden llegar a bloquear el cambio, como lo sucedido en Francia con los «chalecos amarillos» desde 2018, cuando el gobierno de Macron propuso un nuevo impuesto al combustible respetuoso con el medioambiente. Así de complejo es el camino para impulsar la acción climática y puede ser aún más difícil.

La alianza que actualmente se resiste a la acción climática tiene dos socios principales. Por una parte, el poder económico y financiero de los intereses creados que poseen activos intensivos en carbono (las compañías petroleras, grandes empresas generadoras de energía convencionales que utilizan el gas, carbón o petróleo en sus operaciones, las empresas mineras, de transporte, agroindustriales, etc.). Por la otra, los grupos de trabajadores, en su mayoría de bajos ingresos, que serían los perdedores a corto plazo en una transición energética rápida. Los obstáculos a superar en este caso serán cómo compensar a los trabajadores y cómo auspiciar una incorporación paulatina, si es posible, al uso de energías limpias en las empresas que actualmente queman gases de efecto invernadero. Esto es lo políticamente esencial. Por supuesto, es una tarea titánica, que pocos gobiernos se atreven a enfrentar. La ciudadanía tampoco; sigue con su indiferencia habitual. Es tiempo de abrir el tema y comenzar un debate democrático y participativo al respecto.

Por otra parte, no está claro si los jóvenes de los partidos ecologistas de todo el mundo, por ejemplo, los Verdes de Alemania, del Frente Amplio en Chile o los de Unidas Podemos de España, etc., en el futuro inmediato compensarían a los trabajadores que quedarían sin empleo en una transición rápida. Los mismos trabajadores, que corren el riesgo de sufrir más pérdidas de empleos a corto plazo, serán también los más afectados por la digitalización y la tecnoinformación. Si la Revolución Industrial produjo una nueva clase, los proletarios urbanos, la disrupción tecnológica que viene y que nadie podrá parar (inteligencia artificial, robotización, electromovilidad, etc.), aunque será el apoyo fundamental para la transición energética, producirá también una nueva clase: los superfluos. Será un problema social tremendo, al cual habría que agregar a los refugiados climáticos. Así de compleja es la crisis a la que tenemos que enfrentarnos hoy. Mañana será demasiado tarde.

Otro asunto que debemos entender es la naturaleza de la crisis climática. Por definición, la atmósfera constituye un “bien común global” de la humanidad. Las emisiones de CO2 de cualquier país, por pequeñas que sean, se suman inevitablemente a las concentraciones globales de este gas en la atmósfera, tanto como las de cualquier otro país. Esta cuestión es la más vieja de todas las controversias en los tratados multilaterales ambientales y sus planes de acción, al cruzarse con la visión estrecha del concepto de soberanía. Esto ha sido así, desde la Conferencia de la ONU sobre el Medio Humano, realizada en Estocolmo en 1972 y que lanzó por primera vez el lema “Una Sola Tierra”, subrayando que “los problemas globales requieren soluciones globales”. La atmósfera, como “bien común global”, trasciende a las barreras jurisdiccionales y a los límites nacionales.

Respecto a lo que ocurre con los incendios forestales en la Amazonía, baste señalar que, si bien Brasil es soberano sobre sus bosques, las repercusiones negativas globales que provoque sobre la atmósfera mundial y estabilidad de la biósfera mundial, no lo son. Compete a la comunidad internacional proteger un bien común global. Tengamos presente que, al quemar parte importante de los principales sumideros de CO2 en el planeta, Brasil pone en riesgo la estructura del Acuerdo de París. Esta es la razón por la cual la comunidad internacional protesta. No se trata de arrebatar soberanías. Por el contrario, se trata de evitar la destrucción de un bien común de la humanidad en vista que el gobierno que se supone es su custodio, ha decidido aplicar políticas obsoletas. En 1950-1975, quemar la Amazonía para expandir la frontera agropecuaria fue un error por ignorancia ecológica. En 2019, hacer lo mismo, es un acto de barbarie contra el planeta.

Pasando a otro tema, que hasta ahora no ha sido fácil contrarrestar, y que se refiere a la «pérdida de carbono por elusión». Tiene que ver con los países que quieren viajar «a la coche guagua”, en el vocabulario chileno. Los pillines que hacen como que hacen, pero no hacen. ¿Les recuerda a alguien? Son los que eluden sus compromisos y se suben gratuitamente al carro de la acción climática.

Este tipo de irregularidades creó desconfianzas en el Protocolo de Kioto y provocó su fracaso. Para explicarlo en términos sencillos, digamos que es factible que Europa, EE.UU., América Latina, pudiesen reducir sus emisiones de acuerdo con (o incluso más allá) de los objetivos del Acuerdo de París de 2015. Está bien. ¿Pero qué sucede si India, Brasil y China siguen aumentándolas? Entonces, todos los esfuerzos de los países comprometidos habrán sido inútiles.

Lo que resulta evidente es que todos los países se beneficiarían de una efectiva cooperación global para impulsar la acción climática. No hay otra forma más efectiva, comprometida y segura. Sin un Tratado Multilateral que vaya más allá del Acuerdo de París, el cual defina compromisos obligatorios de reducción de emisiones, no se avanzará. Por el contrario, siempre se regresará al punto inicial. El mejor ejemplo es que las reducciones llamadas “Contribuciones Nacionales Determinadas” en el Acuerdo, como son voluntarias, en los últimos dos años han demostrado ser totalmente insuficientes.

En conclusión, la acción climática más urgente es revisar a fondo el Acuerdo de París en el período entre la COP25 y COP26, con el propósito de transformarlo en un Tratado Multilateral de naturaleza vinculante, el cual auspicie el diálogo de políticas entre las Partes, tenga la potestad de proponer políticas ambientales globales y controle la contabilidad del carbono. De otra forma, ningún país cumplirá sus compromisos, las emisiones seguirán aumentando y se continuará perpetuando la actual crisis que va de mal en peor.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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