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Fondo climático: la vara con que se medirá el éxito o fracaso de la COP 25 Opinión

Fondo climático: la vara con que se medirá el éxito o fracaso de la COP 25

Jaime Hurtubia
Por : Jaime Hurtubia Ex Asesor Principal Política Ambiental, Comisión Desarrollo Sostenible, ONU, Nueva York y Director División de Ecosistemas y Biodiversidad, United Nations Environment Programme (UNEP), Nairobi, Kenia. Email: jaihur7@gmail.com
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La acción más importante en la COP25 será honrar el compromiso asumido por los países participantes en 2015 en el Acuerdo de París y establecer con carácter de urgencia el Fondo Climático de US$ 100 mil millones anuales y revisarlo al alza, cada quinquenio, a partir de 2025. Estos recursos se requieren para que los países más vulnerables puedan adaptarse y crecer con bajas emisiones de CO2. La puesta en funciones de dicho Fondo será el mejor augurio de que la Conferencia de las Partes habrá dado un paso decisivo para solucionar la crisis climática. Más aún, será la vara con que se mida el éxito o fracaso de la COP25, ya que sin ese Fondo, el Acuerdo de París terminaría siendo un instrumento superfluo, inútil para lograr el principal objetivo para el cual fue establecido. Así de simple.


A menudo, nos olvidamos de que el principal objetivo del Acuerdo de París es «reforzar la respuesta mundial a la amenaza del cambio climático, en el contexto del desarrollo sostenible y de los esfuerzos por erradicar la pobreza». Aludir a la pobreza no es trivial, tiene su fundamento en que las poblaciones más vulnerables a los desastres del clima son aquellas que viven en situación de insuficiencia generalizada. El apoyo financiero para los programas de mitigación y adaptación seguramente será la cuestión que más gravite en las negociaciones de la COP 25. No puede ser de otra manera, ya que, sin apoyo financiero y tecnológico hacia los países vulnerables, no hay futuro, con o sin crisis climática.

Antes de 2030, los países más pobres tienen que reducir sus emisiones de CO2 de una manera proporcional a lo que harán los países que más emiten (China, EE.UU., India, Alemania, Francia, Rusia, entre otros). Ese es el espíritu del Acuerdo de París. Todos tienen que contribuir en la medida de sus posibilidades y monto de emisiones. Por lo tanto, en todos los países se requerirán programas ambiciosos dirigidos hacia una economía baja en emisiones y movilizar la inversión para lograr una transición energética que apoye a una economía limpia y aplique nuevas tecnologías para absorber el CO2.

En otras palabras, nos quedan apenas 11 años para salvar el planeta. Ese es el mensaje central del Informe del Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC). Lo que hagamos de aquí a 2030, será decisivo para evitar un sobrecalentamiento superior a 1. 5º C, o al menos no más de 2º C. Con ese medio grado de diferencia, la población expuesta a calor extremo iría de 14% a 37%; la frecuencia de lluvias extremas iría de 17% a 36% y las sequías se duplicarían.

En nuestro intento de elevar la conciencia sobre la situación de emergencia climática, es difícil no caer en la trampa de los clichés alarmistas y mensajes apocalípticos. Pero en Chile, estos datos no deberían significar alarmismo, sino realismo. Resulta preocupante, ya lo sé, pero si no hacemos caso al IPCC, estaremos jugando al Casino Climático de Nordhaus (Premio Nobel de Economía, 2018). Un juego en el cual, les aseguro, nadie con mínima racionalidad quisiera apostar y en el cual nunca deberíamos arriesgarnos a perder.

¿Pero qué se observa a medida que avanza el tiempo y quedan apenas cuatro meses para la COP25? A pesar de las advertencias de los científicos, tanto los gobiernos como las empresas y la ciudadanía aún no dan la debida atención a la crisis. Esa es la triste realidad. Mucha fanfarria, promesas de programas, anteproyecto de ley, pomposas declaraciones de ONG e instituciones, pero avances concretos muy pocos, casi insignificantes ante la magnitud de la crisis. Por lo mismo, tampoco se toman decisiones para aplicar cambios urgentes. En otras palabras, estamos hundidos en una confluencia muy compleja, difícil de entender o describir. La inacción, o los pasos de tortuga, se cubren con declaraciones de intenciones.

El cambio más urgente que se requiere es elevar las inversiones en tecnologías. Los gobiernos, el sector privado, las ciudades y otros deben ejecutar acciones que produzcan recortes en las emisiones. Existen formas de hacerlo, particularmente en la agricultura, la construcción, la energía, la silvicultura, la industria y el transporte. Las inversiones en tecnología en estos sectores -con un costo de menos de USD 100 por tonelada de CO2 evitada y a menudo mucho menos- podrían ahorrar hasta 36 GtCO2 por año antes de 2030.

El futuro será un mundo con sinergias entre inteligencia artificial, robótica, electromovilidad, economía circular, abaratamiento de las energías renovables, acceso masivo a la energía solar, conservación de la biodiversidad, manejo sustentable de todos los tipos de bosques, control de todas las formas de contaminación, mejor gestión de los recursos de agua dulce, entre otras materias. Centrarse en las acciones recomendadas en estas áreas, que tienen costos modestos o netos negativos, podría reducir hasta 22 GtCO2 hacia 2030. Estos ahorros por sí solos pondrían al mundo bien encaminado para alcanzar el objetivo de 2 °C y posibilitarían alcanzar la aspiración de 1.5 °C.

Otra cuestión relevante para tener en cuenta es la influencia que podrían tener las acciones de organismos no gubernamentales y otras iniciativas privadas. Tenemos que atacar en todos los frentes y destacar lo importante que serán las acciones locales de organismos no estatales y locales (como las ciudades y el sector privado). Contribuirían enormemente a reducir la brecha de emisiones de 2030 en algunas GtCO2, incluso contabilizándolas junto a las Contribuciones Nacionales Determinadas (NDCS). Por ejemplo, las 100 empresas más grandes del mundo que cotizan en la bolsa representan alrededor de una cuarta parte de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, lo que demuestra una gran posibilidad para ser más ambiciosos.

Otra área de acción que por fin está recibiendo la debida atención, es la absorción del CO2 mediante forestación, reforestación, manejo forestal sostenible, restauración de tierras degradadas y mejorar almacenamiento del carbono en el suelo. Este tipo de proyectos en los países en desarrollo pueden reducir 1.4 GtCO2 en los próximos años. Solo faltan los recursos financieros para ponerlos en marcha. Como siempre, el financiamiento es lo crucial.

Por último, la acción más importante. En la COP 25, los países tendrán que honrar su compromiso asumido en 2015 en el Acuerdo de París y establecer con carácter de urgencia el Fondo Climático de US$ 100 mil millones anuales y revisarlo al alza, cada quinquenio, a partir de 2025. Estos recursos se requieren para que los países más vulnerables puedan adaptarse y crecer con bajas emisiones de CO2. La puesta en funciones de dicho Fondo será el mejor augurio de que la Conferencia de las Partes habrá dado un paso decisivo para solucionar la crisis climática. Más aún, será la vara con que se mida el éxito o fracaso de la COP 25, ya que sin ese Fondo, el Acuerdo de París terminaría siendo un instrumento superfluo, inútil para lograr el principal objetivo para el cual fue establecido. Así de simple.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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