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Venezuela: ¿rumbo al cesarismo militar? Opinión

Venezuela: ¿rumbo al cesarismo militar?

Gabriel Gaspar
Por : Gabriel Gaspar Cientista político, exembajador de Chile en Cuba y ex subsecretario de Defensa
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La ciencia política alude al cesarismo de muchas formas, pero todas coinciden en que se trata de la instauración de un régimen que surge del fracaso de las fórmulas políticas tradicionales, que es reemplazado por la emergencia de otra fórmula con gran autonomía respecto a los diferentes grupos sociales enfrentados y que se instala en el centro del Estado. Las Fuerzas Armadas pueden ser un vehículo para ello.


Los sucesos del 30 de abril abren la interrogante respecto a si se podrá romper con el “empate catastrófico” que, desde hace un tiempo, caracteriza al panorama político de Venezuela. La oposición no logra desalojar al gobierno y este cada día tiene más dificultades para poder seguir ejerciendo su poder. Todo, en medio de una crisis económica de graves consecuencias sociales, sanitarias y de seguridad para la población, que es la que más sufre.

A ese cuadro es al que denominamos empate catastrófico, un equilibrio de poder en el cual ninguno de los dos bandos puede inclinar la balanza a su favor, pero ambos pueden bloquear la labor del otro, aunque con eso se retroalimente la crisis de la sociedad.

Se dice que la primera víctima de todo conflicto es la verdad, porque los bandos en pugna trasladan a las comunicaciones su disputa, florecen las fake news, los juegos de desinformación, las maniobras de inteligencia. Así, el 30 de abril –según distintas versiones– la base aérea de La Carlota habría cambiado de mando sucesivas veces, todo ello bien aceitado por los bloqueos informáticos y la toma de partido de buena parte de los medios de comunicación, que informaban más con el corazón que con la noticia.

Concluida la jornada y luego de un 1 de mayo más de balance que de movilizaciones, nos enfrentamos a varias interrogantes: ¿Quién ganó? ¿Se rompió el empate? ¿Cuál es el curso probable de los acontecimientos?

[cita tipo=»destaque»]Uno de los datos más reveladores del 30 de abril es que no se produjo una matanza de civiles, lo cual es siempre posible cuando las tropas salen a la calle y, peor aún, cuando los bandos, además, así lo exigen. Estrictamente los incidentes de ese día fueron de índole policial, provocados por enfrentamientos entre civiles y fuerzas antimotines. ¿Quién dio la orden a los uniformados de no emplear sus armas de reglamento? ¿Las autoridades civiles o las militares? Será parte de las interrogantes que tendremos que despejar más adelante, cuando se disipen las nubes de la desinformación.[/cita]

Un somero balance, obviamente, evidencia las debilidades que los principales bandos políticos -gobierno y oposición- mostraron en esta jornada. Juan Guaido empezó el día convocando a una jornada decisiva, alentando a la deserción masiva de los militares y llamando a la población a las calles. Empezó muy bien, dando un buen golpe de sorpresa con la liberación de Leopoldo López, quizás el principal líder de oposición hoy en día. Por cierto, sus primeros comunicados daban a entender que controlaban la base aérea de marras y desestabilizaba, al menos comunicacionalmente, al oficialismo.

Pero el transcurso del día mostró que más allá del pelotón de soldados que facilitaron la liberación de López, no existieron mayores adhesiones. Y así el entusiasmo se fue diluyendo. El gobierno cerró el metro de Caracas, la locomoción se paró y la población, salvo los miles que llegaron cerca de la base aérea, pareciera que se refugió en sus hogares. Al caer la tarde, López ingresaba a la embajada chilena, donde lo esperaba su familia, que todo indica había ingresado en horas de la noche anterior. Claramente el 30 de abril no fue el día final del régimen.

Pero tampoco lo fue para el oficialismo. El principal síntoma, fue la ausencia durante la mayor parte de la jornada de Nicolás Maduro, quien solo apareció en la noche rodeado del Alto Mando. Su ausencia fue suplida por los hermanos Rodríguez y el presidente de la Asamblea Constituyente, Diosdado Cabello, quienes lograron neutralizar la ofensiva de la oposición, aunque debieron soportar la provocadora libertad con la que Guaidó se mueve por las calles y ciudades de Venezuela.

En este cuadro, los que más salieron ganando han sido las Fuerzas Armadas. Tanto la oposición como el oficialismo han demostrado que no pueden alcanzar o conservar el poder si no cuentan con el respaldo de los militares. Los dos bandos los instan peligrosamente a intervenir en política, pero siempre que lo hagan a su favor.

Uno de los datos más reveladores del 30 de abril es que no se produjo una matanza de civiles, lo cual es siempre posible cuando las tropas salen a la calle y, peor aún, cuando los bandos, además, así lo exigen. Estrictamente los incidentes de ese día fueron de índole policial, provocados por enfrentamientos entre civiles y fuerzas antimotines. ¿Quién dio la orden a los uniformados de no emplear sus armas de reglamento? ¿Las autoridades civiles o las militares? Será parte de las interrogantes que tendremos que despejar más adelante, cuando se disipen las nubes de la desinformación.

Las Fuerzas Armadas demuestran que no solo son indispensables para gobernar, sino también para asegurar la estabilidad del país.

Dado que carezco de información calificada, solo puedo hipotetizar sobre la conducta de las FFAA venezolanas. Es más, no debe ser tan diferente a las de otras en Latinoamerica, enfrentadas a peligrosas polarizaciones sociales y políticas. Son por esencia institucionales, es decir, no se dividen, se cohesionan y actúan no solo en defensa de la sociedad sino también de su propia identidad.

En el entender de muchos uniformados, los civiles pueden darse el lujo de llevar al país a situaciones sin salida, pero las Fuerzas Armadas no, porque de hacerlo pondrían en riesgo al Estado mismo y, enfrentadas a una situación como la que hoy se vive en Venezuela, su preocupación es que antes que nada se trata de un problema político, que debe ser resuelto, por tanto, por los políticos. Aunque estos les demanden que intervengan y traten de seducirlos con diversos medios, desde cargos hasta leyes de amnistía.

El ministro de Defensa, general Vladimir Padrino López, fue muy claro el 25 de enero, dos días después de la proclamación de Juan Guaidó. Señaló que no van a intervenir y que solo lo harían en dos casos: si hubiesen enfrentamientos entre venezolanos o si estuviese en riesgo la soberanía. Y reiteró su adhesión a la Constitución vigente, lo que le permite un texto doctrinario común dentro de las filas. ¿Versión venezolana de la doctrina Schneider? Es decir, una conducta fuera de la Constitución llevaría a la división de las Fuerzas Armadas.

Por ello, llaman la atención los continuos llamados de la oposición a la deserción de las filas, más aún, desde Colombia –recordemos el show de Cúcuta– ignorando el contenido nacionalista de toda Fuerza Armada. Por cierto, también nos debiera preocupar que como país fuimos parte importante de ese bochorno diplomático.

Retomando el 30/A y sus consecuencias, ya señalamos cómo fortalecen a las FFAA y, al mismo tiempo, las empuja a una intervención. ¿Con quién? ¿Con la oposición? ¿A mantener la sujeción al Gobierno? ¿O para buscar destrabar el empate catastrófico?

La ciencia política alude al cesarismo de muchas formas, pero todas coinciden en que se trata de la instauración de un régimen que surge del fracaso de las formulas políticas tradicionales, que es reemplazado por la emergencia de otra fórmula con gran autonomía respecto a los diferentes grupos sociales enfrentados y que se instala en el centro del Estado.

Las Fuerzas Armadas pueden ser un vehículo para ello. En Egipto lo demuestran desde Gamal Abdel Nasser hasta el general Al-Sisi que hoy gobierna, que sepultó la Primavera Árabe, pero también pacificó el país y estableció una pragmática paz con Israel, al tiempo que se entiende sin problemas con Estados Unidos, neutralizando así al fundamentalismo islámico.

Sería un error pensar que las FFAA harían una intervención militar para traspasar el poder, al poco tiempo, a la oposición. Más bien, todo indica que se buscaría una fórmula de transición que normalice el país, desde la alimentación hasta los servicios básicos, que se comprometa a llamar a elecciones cuando estén las condiciones.

Por cierto, no puede haber normalización de ningún tipo si no se levantan las sanciones económicas que hoy entraban la economía venezolana y, allí, el interlocutor no es Guaidó ni la Asamblea Legislativa, es la Casa Blanca. Las autoridades estadounidenses están desclasificando en estos días algunas aproximaciones, que se entiende, deben ser muy reservadas.

De ser ciertas estas desclasificaciones, serían una muy mala noticia para el gobierno y para la oposición, porque ambos no estarían sentados a la mesa. Quizás, sea la consecuencia de que, cuando tuvieron esa oportunidad, no supieron tomarla.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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