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La centroderecha aún no entiende por qué ganó en 2017 Opinión

La centroderecha aún no entiende por qué ganó en 2017

Existen al menos dos fuerzas que hoy pugnan por plasmar su ideario en la coalición de Gobierno: una que coquetea con una visión de derecha populista, que no valora las instituciones y propone soluciones poco realistas, y otra que promueve una agenda que a veces colisiona con los valores de la tolerancia y el pluralismo en materia valórica. Todo ello, cuando en 2017 (al igual que en 2009) el mandato del electorado fue otro, mucho más representativo del centro político. Metafóricamente, el mandato electoral, en una escala de 1 a 10, fue un 5, y ambos nichos pretenden situar al sector en un 10. Así, pareciera que la centroderecha aún no internaliza lo que significó el triunfo de Chile Vamos con Sebastián Piñera.


¿Cómo se explica que la centroderecha aún no internalice lo que significó el triunfo de Chile Vamos con Sebastián Piñera? La respuesta es que, hasta ahora, para una parte del sector, Piñera ha sido solo un activo electoral. Algunos han aceptado su liderazgo por conveniencia: saben que, por sí mismo, Piñera sintoniza con sectores del electorado que fueron ajenos a la coalición. Otra parte de la centroderecha tiene una alta valoración por los atributos no ideológicos del actual Mandatario: eficiencia, sentido de urgencia y capacidad técnica. Ahora bien, sería totalmente reduccionista afirmar que Piñera y la centroderecha ganaron dos elecciones presidenciales solo porque ofrecían mejores expectativas económicas a los votantes.

No es una coincidencia que Piñera haya votado por terminar con el autoritarismo y recuperar la democracia, y que en su Gobierno haya cerrado el Penal Cordillera. Tampoco es algo del azar que haya propiciado el Acuerdo de Unión Civil y haya patrocinado la ley de identidad de género. En ese sentido, Piñera representaría, ideológicamente hablando, una centroderecha con acento en el centro. Siguiendo con la metáfora antes planteada, una coalición ubicada en el 5, y por tanto más atractiva para aquellos que se ubican en el 4 o 4 y medio.

La coalición política liderada por Piñera conectó con electores profundamente demócratas, moderados de centro y sectores proclives al humanismo cristiano. Todos ellos no creen en los niveles de intervención del Estado que propone la izquierda.

Cabe tener en cuenta que Sebastián Piñera fue capaz de romper el alineamiento del Sí y el No, dejando atrás la vieja política ochentera del clivaje autoritarismo/democracia.

Pese a todos esos argumentos, una parte no menor de los dirigentes y organizaciones de la centroderecha aún no entiende bien que las elecciones de 2009 y 2017 se ganaron gracias a esa orientación centrista. En otras palabras, ubicándose en el 5 en la escala ideológica, lo que significa buscar un mandato más representativo de nuestra sociedad, sin caer en debates de quién es portador de la verdad (como si existiera algo así como una verdad).

Esta falta de comprensión también ha llevado a algunos, por ejemplo, a declararse piñeristas pinochetistas. Esto excede a los partidos y dirigentes de la centroderecha. Y es que los intelectuales ligados al sector llevan mucho tiempo hablando de la importancia de las ideas en la centroderecha, pero no han avanzado en una explicación del realineamiento electoral de 2017. Aún no se hace el ejercicio intelectual de entender por qué Piñera logró conectarse con los votantes de clase media, que antes, en gran medida, habían votado por la Concertación.

Si bien se podría tratar de un efecto en la movilidad social –nuevas demandas y anhelos que dan como resultado a un nuevo votante menos ideologizado–, esa explicación sería insuficiente para entender el fenómeno. Lo que realmente convocó a los votantes de la centroderecha en 2017 fue que, tanto la plataforma como el candidato, representaron una alternativa opuesta a la derecha populista. Un nuevo centro, social, democrático y defensor de la libertad y los DD.HH. (desde el caso Frei Montalva hasta Cúcuta), que denuncia frontalmente las dictaduras, sean estas de derechas o izquierdas.

Con esto, Chile Vamos no debe olvidar aquellos elementos que definen lo que “representa” políticamente la centroderecha que llegó a La Moneda por segunda vez, más allá de la eficiencia y la buena gestión. Menos, minimizar su importancia con el peligro de atribuir irracionalidad y ligereza en el comportamiento de los ciudadanos en las urnas. El desafío que tiene Chile Vamos, y sus partidos, es entender que la excesiva personalización de la política constituye también un reduccionismo analítico de las dimensiones, que puede afectar la proyección del sector.

Precisamente ese ejercicio es lo que permitirá que la centroderecha sobreviva a Piñera como coalición de Gobierno. No internalizar bien lo que representa el mandato de 2017 –y lo que fue la victoria de 2009–, constituye un grave error si el sector pretende construir una identidad colectiva que sirva de fundamento a un proyecto de mayorías que vaya más allá de un solo Gobierno.

Quien tome la posta para representar a la centroderecha en 2021, debe promover esos valores. De lo contrario, el Gobierno de Piñera habrá sido solo eso: el Gobierno de Piñera.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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