Publicidad
Ley de segregación escolar… con peras y manzanas Opinión

Ley de segregación escolar… con peras y manzanas

Mario Waissbluth
Por : Mario Waissbluth Ingeniero civil de la Universidad de Chile, doctorado en ingeniería de la Universidad de Wisconsin, fundador y miembro del Consejo Consultivo del Centro de Sistemas Públicos del Departamento de Ingeniería de la Universidad de Chile y profesor del mismo Departamento.
Ver Más

Listo. Rompí mi promesa de no hablar de educación, pero esto en verdad me resulta inaguantable. No imaginan la pena que me da tener que estar discutiendo hoy las mismas cosas que discutíamos en 2013. Hemos avanzado mucho en otras cosas, pero en esta, que no es solo escolar sino también ética, volvimos al pasado, sin siquiera haberle dado tiempo a la Ley de Inclusión de funcionar al menos un par de años.


Supongamos que las notas son señal de calidad y esfuerzo de los niños en el aprendizaje, aunque es falso, porque esto depende de muchas otras cosas, pero lo usaremos para ejemplificar. Supongamos que en un colegio público o privado, en 6° Básico hay 20 niños (tipo A) con nota promedio 5,0 y 20 niños con nota 6,0 (tipo B). El promedio general de estos niños es, obviamente, un 5,5.

Según el nuevo proyecto de Ley de Segregación, porque eso es lo que es, los 20 niños tipo B entrarían en 7° Básico –a los 13 años– a un liceo selectivo y estarían con puros compañeros promedio 6,0. Además, generalmente con copago –lo otro que propone reponer este Gobierno–, lo que significa un establecimiento con más recursos, generalmente con más y mejores profesores y hogares más “aculturados”.

Mientras, los 20 niños tipo A, los “de abajo”, quedarían en colegios con puros compañeros tipo A y con menos recursos. Esto, en la literatura internacional, se llama tracking, como en las líneas de los ferrocarriles: el tren rápido y el que para en todas las estaciones.

Se han hecho diversos estudios internacionales comparando sistemas con y sin tracking. Este es un tema de intensa discusión académica internacional, les recomiendo que lean, por ejemplo, Effects of Different Types of Educational Tracking on Achievement and Achievement Variance, de Erika Anne Leicht, Vanderbilt University.

Uno podría esperar que el promedio general de los 40 alumnos mejore, porque los profesores se adaptan mejor a las necesidades de grupos de distinto nivel. Esto efectivamente ocurre, pero…. el efecto es muy débil.

[cita tipo=»destaque»]El otro argumento es que hay que dejar que los padres escojan escuelas. Ufff. Posverdad. Está ocurriendo hoy, en unos pocos casos de niños que salen llorando en la tele porque no quedaron por culpa de la (inexistente) “tómbola” y lo que el Gobierno calla, discretamente, es que esto también ocurría antes, en los 80 y 90, pero no salían en televisión. Como siempre ha habido colegios públicos y privados con exceso de demanda, siempre ha habido y habrá niños y apoderados llorando porque “no quedaron”. Ese argumento es falaz por donde se mire.[/cita]

Es cierto que el promedio general de los 40 alumnos al llegar a 4° Medio aumentaría, aunque solo de 5,5 a un 5,6. Pero la varianza de los resultados es lo que aumentaría drásticamente: los niños de promedio 6,0 aumentarían a 6,7, su futuro está garantizado y van toditos a la universidad. Los niños de promedio 5,0, en cambio, bajarían a 4,5 –el promedio de 6,7 y 4,5 es el 5,6 mencionado más arriba para el grupo completo– y su futuro también está garantizado: se van todos al demonio.

En suma, la calidad queda casi igual, pero la inequidad de oportunidades se agrava severamente. Por eso, lo que se está discutiendo hoy en Chile es extremadamente profundo en cuanto al modelo de sociedad que queremos. Es mucho más profundo que cualquier otro proyecto de ley en cualquier tema.

Unos poquitos defienden este modelito segregador diciendo que es lo que se hace en Alemania. Si usted lee mi libro Cambio de rumbo, del año 2013, verá ahí que la muy germana y poderosa Fundación Bertelsmann salió hace unos años a criticar fuertemente este modelo, por las mismas razones. Una cosa es segregar académicamente a niños a los 18 años o a los 16 –cuestión aceptable e incluso necesaria– y otra muy, pero muy diferente, es hacerlo a los 13 años, como se está intentando y en un país con marcadas diferencias socioeconómicas por puras razones ideológicas, sin ninguna evidencia sólida que avale este brusco giro.

El otro argumento es que hay que dejar que los padres escojan escuelas. Ufff. Posverdad. Está ocurriendo hoy, en unos pocos casos de niños que salen llorando en la tele porque no quedaron por culpa de la (inexistente) “tómbola” y lo que el Gobierno calla, discretamente, es que esto también ocurría antes, en los 80 y 90, pero no salían en televisión. Como siempre ha habido colegios públicos y privados con exceso de demanda, siempre ha habido y habrá niños y apoderados llorando porque “no quedaron”. Ese argumento es falaz por donde se mire.

Listo. Rompí mi promesa de no hablar de educación, pero en verdad me resulta inaguantable. No imaginan la pena que me da tener que estar discutiendo hoy las mismas cosas que discutíamos en 2013. Hemos avanzado mucho en otras cosas, pero en esta, que no es solo escolar sino también ética, volvimos al pasado, sin siquiera haberle dado tiempo a la Ley de Inclusión de funcionar al menos un par de años.

Por cierto, el Gobierno anterior cometió un serio error al no fortalecer los colegios públicos antes de tramitar esta ley. Ahora, este Gobierno va a cometer el serio error de volver al pasado sin fortalecer a los colegios “de abajo” antes de tramitar esta retro retroexcavadora, cosa que habían prometido no hacer.

Si por último experimentaran en un par de regiones… ¡un poco de sensatez, por favor!

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias