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¿Por qué la derecha resucitó el fantasma de Pinochet? Opinión

¿Por qué la derecha resucitó el fantasma de Pinochet?

Germán Silva Cuadra
Por : Germán Silva Cuadra Psicólogo, académico y consultor
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Hasta ahora había un consenso nacional respecto de la imagen de Pinochet y su figura estaba enterrada, para alivio del oficialismo. ¿Por qué entonces los aplausos cerrados al dictador en Renovación Nacional? Primero, porque la derecha chilena parece estar viviendo una fuerte crisis de identidad que se hace visible cuando el Gobierno no está fuerte y sus integrantes empiezan a dispersarse y buscan refugio en sus propias convicciones. Segundo, por la presión externa, en un mundo global, genera un efecto interno inevitable. Es un hecho que la extrema derecha está de vuelta, lo que vemos expresado en Trump, Le Pen, Viktor Orbán (Hungría), Matteo Salvini en Italia y, por supuesto, Jair Bolsonaro. Como tercer factor está José Antonio Kast, un outsider que capitaliza las dos variables anteriores.


Ya nada parece sorprendernos de los políticos chilenos en este año que se va. Bueno, al menos los de derecha, porque en el caso de la oposición más bien fue un año en banda. Frases y actos fallidos de Ministros, las Piñericosas –la última del Presidente fue calificar con nota “sobre 6” el primer año de su Gobierno, pese a tener una fuerte baja en las encuestas–, guerra verbal en la UDI a propósito de las elecciones recientes, Desbordes quejándose por ser tratado con desprecio por la elite, la proclamación de Cathy Barriga como candidata presidencial, los arrebatos y provocaciones diarias de José Antonio Kast , sin contar la sentencia –el fin de semana pasado– de Jacqueline van Rysselberghe: “Quiero ser Eva Perón”.

Pero, sin duda, la confesión pública de la “chica terrible” de 2018, la diputada Camila Flores, de considerarse una pinochetista de tomo y lomo, fue la guinda de la torta de una derecha que ha sentido una extraña necesidad de reivindicar la figura del dictador. La afirmación de la parlamentaria –elegida gracias al nuevo sistema electoral con apenas un 4.18% de los votos– no fue sorpresiva, sin embargo, el aplauso cerrado que recibió de los integrantes del Consejo Nacional de RN dejó un manto de dudas gigante respecto a uno de los partidos que en su momento tomaron distancia de Pinochet.

Con la sola excepción de la diputada Marcela Sabat –que dijo “los aplausos causan dolor”–, nadie más en RN salió a rebatir a Flores. En buen chileno: el que calla, otorga. Sin embargo, unas horas después la vocera de Gobierno, también de Renovación Nacional, remataría con una sentencia que ya no deja dudas, sino que enciende las alarmas respecto de la posición que la derecha está tomando hoy: valoró la “diversidad” del conglomerado oficialista.

¿Qué entenderán por diversidad en Chile Vamos? Cuesta entender esta concepción de la convivencia de proyectos dentro de un grupo que dice compartir principios o valores, tal como lo expresó ayer domingo Hernán Larraín Matte, presidente de Evópoli, quien advirtió que aunque Chile Vamos era una coalición abierta, existían ciertos límites de tolerancia, particularmente referidos a la “relativización” de las violaciones a los DDHH durante la dictadura que encabezó Augusto Pinochet.

[cita tipo=»destaque»]La mejor frase para representar cómo se combinan todos estos factores, es la pronunciada por Van Rysselbergue: “La UDI no está radicalizada, está sin complejos”. De fondo, la senadora y psiquiatra revela una gran verdad: la UDI, Acción Republicana y una parte importante de RN habían tenido que asumir un relato ajeno, que no los identificaba, pero que les permitió llegar al poder apoyando a Sebastián Piñera, un ex DC que votó por el NO a Pinochet. Pragmatismo puro. Pero sus creencias, valores y convicciones están hoy mucho más cerca de la ultraderecha de Bolsonaro –quien tuvo un protagonismo exagerado y clave para JVR en las elecciones de la UDI–, del conservadurismo, del rechazo a la migración y de las minorías, aunque, especialmente, agradecidos y orgullosos de Pinochet. [/cita]

La gran paradoja es que, a partir de la muerte del dictador –hace ya doce años–, los partidos de derecha, primero, y luego algunas instituciones que fueron sus soportes, comenzaron a darle vuelta la espalda hasta dejar completamente aislado a un pequeño grupo de fanáticos inmunes a cualquier crítica por las violaciones a los Derechos Humanos e, incluso, resistente a las críticas y bochorno experimentado por cierta elite pinochetista que dejó de mirar con simpatía al capitán general solo cuando se conocieron los negocios truculentos de la familia Pinochet, a propósito del caso Riggs. Esa doble moral que condena a los ladrones, pero no los asesinatos.

Incluso, el propio Ejército borró de sus símbolos al dictador. Lo sacó de placas, e hizo desaparecer –perdón por la comparación– las huellas que pudieran asociarlo a su antiguo líder. Expulsó de sus filas al nieto del general por alabarlo en exceso en su funeral, hizo cambios en su currículo de estudios, corrigiendo los textos que alababan a Pinochet, le hizo el quite a Lucía Hiriart e intentó el reencuentro con la sociedad chilena. Claro, todo iba bien hasta conocerse los escándalos de la agencia de viajes interna y el tráfico de armas. Pero, de todas maneras, la institución castrense ha logrado sacarse el peso de encima que significaba el dictador.

Hasta ahora había un consenso nacional respecto de la imagen de Pinochet y su figura estaba enterrada, para alivio del oficialismo. ¿Por qué entonces los aplausos cerrados al dictador en Renovación Nacional? Bueno, lo cierto es que, en los últimos meses, la derecha chilena parece estar viviendo una fuerte crisis de identidad. Algo parecido a lo que vivió la ex Nueva Mayoría hace unos años.

Primero, cuando un Gobierno no está fuerte, como es el caso, sus integrantes empiezan a dispersarse y buscan refugio en sus propias convicciones. En cierta forma, comienzan a pensar rápidamente en la elección que viene y, claro, el mejor de los mundos es ser oficialista, pero además ir mostrando diferencias con La Moneda. En segundo lugar, la presión externa, en un mundo global, genera un efecto interno inevitable. Es un hecho que la extrema derecha está de vuelta, lo que vemos expresado en Trump, Le Pen, Viktor Orbán (Hungría), Matteo Salvini en Italia y, por supuesto, Jair Bolsonaro. Como tercer factor está José Antonio Kast, un outsider que capitaliza las dos variables anteriores. Y, por último, cuando no existe oposición, la discusión se da dentro solo del propio oficialismo.

La mejor frase para representar cómo se combinan todos estos factores, es la pronunciada por Van Rysselbergue: “La UDI no está radicalizada, está sin complejos”. De fondo, la senadora y psiquiatra revela una gran verdad: la UDI, Acción Republicana y una parte importante de RN habían tenido que asumir un relato ajeno, que no los identificaba, pero que les permitió llegar al poder apoyando a Sebastián Piñera, un ex DC que votó por el NO a Pinochet. Pragmatismo puro. Pero sus creencias, valores y convicciones están hoy mucho más cerca de la ultraderecha de Bolsonaro –quien tuvo un protagonismo exagerado y clave para JVR en las elecciones de la UDI–, del conservadurismo, del rechazo a la migración y de las minorías, aunque, especialmente, agradecidos y orgullosos de Pinochet.

Tiene toda la razón Jacqueline van Rysselberghe. Los JA Kast, Camila Flores, Iván Moreira, Ignacio Urrutia y una larga lista de la derecha hoy no tiene complejos en declararse pinochetista. Se cansaron de guardar silencio, de aplaudir y recordar al dictador en la soledad de cuatro paredes. Influidos por esa corriente de ultraderecha que acecha, en parte impulsados por los errores de la izquierda, en parte por el Gobierno al que pertenecen y que ha debido asumir los nuevos tiempos, como la ley de identidad de género.

Pero creo que esta confesión de “pinochetismo” y de actuar “sin complejos” es buena y sana. Necesitamos saber cuál es la derecha que tendremos de aquí en adelante. La que está instalada en La Moneda o aquella que reivindica al dictador con todo lo que eso significa. El peligro para 2019 es que la derecha más moderna y moderada –como Evópoli– y el propio Gobierno, terminen sucumbiendo a la tentación de ganar la simpatía y el voto de esa derecha que comienza a ganar terreno al alero del discurso duro y extremo de José Antonio Kast.

Por ahora desde La Moneda han optado por hacerle la “ley del hielo” a Kast, pero ya varios en el Segundo Piso –si es que aún tiene algún peso– deben estar pensando en cómo atraer al ex diputado para que participe en las primarias, es la única forma de evitar que compita por fuera y termine dándole el triunfo a un candidato de oposición –si alguna vez despiertan–, debido a su nada de despreciable 8% que obtuvo en 2017 y que hoy puede andar por los dos dígitos.

Mientras tanto, por favor, a personas como Camila Flores, que están dispuestas a todo con tal de salir en la foto, les pido que dejen tranquilo al fantasma de Pinochet y lo entierren de una vez. Ya suficientes cuentas debe estar pagando por las barbaridades que hizo en vida.   

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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