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Serie «13 Reasons Why»: La opresión de la juventud como crítica en el final de la saga CULTURA|OPINIÓN

Serie «13 Reasons Why»: La opresión de la juventud como crítica en el final de la saga

Roberto Pizarro Contreras
Por : Roberto Pizarro Contreras Ingeniero civil industrial y doctor (c) en Filosofía USTC (Hefei, China).
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Aunque existe cierto consenso en que la tercera temporada no tuvo el mismo impacto a nivel argumental que sus predecesoras, lo cierto es que la cuarta temporada logra alcanzar el grado de trascendencia al que estábamos acostumbrados al alero de las secuelas tras el final del joven Montgomery de la Cruz (Monty), amigo de Bryce, quien había sido encarcelado después de que las víctimas directas e indirectas de éste le endosaran su muerte.


Después de cuatro temporadas, este junio se ha estrenado la última temporada de la serie de misterio y drama adolescente de Netflix 13 Reasons Why, basada en la novela homónima de 2007 del escritor estadounidense Jay Asher.

Las dos primeras entregas abordaron con fuerza el tema del suicidio adolescente, el bullying, la violencia sexual y la adicción a las drogas, mientras que la tercera vino a condensar sus efectos en el asesinato de Bryce Walker, quien hasta entonces se había erigido como el villano principal, y ahondó en las razones que le condujeron a convertirse en un violador a la par que el resto de protagonistas experimentaban transformaciones importantes en su personalidad.

[cita tipo=»destaque»]El tema de la diversidad sexual no es una novedad en la serie y hoy por hoy se halla cada vez más normalizado dentro de nuestras sociedades occidentales, al punto que se torna neutral y no vale la pena referirse a él como tal. Aun así, la defensa de ella se torna radical y pertinaz en esta cuarta transmisión, aunque no llega a hartar, sino todo lo contrario. De lo que se trata es de tomar conciencia de que aun tratándose de una nación sociotécnicamente tan avanzada como los EE.UU, en tanto que nación americana presenta un déficit cultural importante.[/cita]

Aunque existe cierto consenso en que la tercera temporada no tuvo el mismo impacto a nivel argumental que sus predecesoras, lo cierto es que la cuarta temporada logra alcanzar el grado de trascendencia al que estábamos acostumbrados al alero de las secuelas tras el final del joven Montgomery de la Cruz (Monty), amigo de Bryce, quien había sido encarcelado después de que las víctimas directas e indirectas de éste le endosaran su muerte.

Ahora bien, aunque el desenlace de Monty constituye el hilo a través del cual se teje la trama a lo largo de buena parte de los diez capítulos que componen el final, lo cierto es que el resultado es un tejido de alta densidad que puede mejor interpretarse como la opresión explícita y subyacente que el sistema escolar y social ejercen sobre la juventud contemporánea. Baste para ello señalar que, en ausencia de un villano esta vez, son los propios héroes de las temporadas anteriores quienes tuercen el camino y se estatuyen en esta oportunidad en las antípodas del que había sido su rol hasta acá.

Discriminación racial: prejuicios heredados en la institución policial

El estreno del final de la serie televisiva tuvo lugar en coincidencia con la muerte de George Floyd, el afroestadounidense asfixiado por un policía blanco. Y si bien es cierto apenas se dedicó un capítulo al tópico relativo a la discriminación racial −lo que hace justicia a los críticos de la serie, quienes acusan para esta secuela un exceso de temas inabarcables en las casi diez horas que dura −, el mismo dio qué pensar, ante todo en el ámbito policial. Explícitamente, digamos, en la escena donde vemos a Diego Torres, un estudiante de origen mestizo, siendo detenido arbitraria y forzosamente por un policía blanco que interviene en favor del caucásico Justin Foley, con quien Torres se había enfrentado, todo lo cual será la chispa para la revolución total del solidario y joven alumnado. (“¡Otro mexicano empezando una pelea, ah!”, es la frase racista que el policía esgrime contra Torres mientras lo estampa contra un casillero, advirtiendo éste la intención de fondo, pues su procedencia no es mexicana.) Se aprecia también el sesgo cultural-institucional en la decisión de otro policía blanco de adoptar como boxeador a Tony Padilla, otro estudiante de etnia latina, como si aquel fuera su único destino posible (el del esclavo destinado a gladiador del Coliseo), bien que al cabo esa alternativa, sumado a otros factores, le abre las puertas al muchacho para que pueda trascender el destino familiar e ir a la universidad. He dicho “sesgo”, en circunstancias de que este último policía no parecía racista de veras, pero osó provocar a Padilla movido muy seguramente por un prejuicio que es tan simplista como nefasto naturalizado en su institución (el que asimila al afroamericano/latino a un ”delincuente”), como lo es también aquel que, en las sociedades postdictatoriales, asocia automáticamente la estampa del manifestante en general a la acción terrorista o similar, lo que conduce al custodio civil, en el éxtasis de la movilización, a violentar al protestante en una espiral que se vuelve más destructiva conforme más aumenta la oposición.

Estética de la violencia en razón de los estereotipos sexuales

El tema de la diversidad sexual no es una novedad en la serie y hoy por hoy se halla cada vez más normalizado dentro de nuestras sociedades occidentales, al punto que se torna neutral y no vale la pena referirse a él como tal. Aun así, la defensa de ella se torna radical y pertinaz en esta cuarta transmisión, aunque no llega a hartar, sino todo lo contrario. De lo que se trata es de tomar conciencia de que aun tratándose de una nación sociotécnicamente tan avanzada como los EE.UU, en tanto que nación americana presenta un déficit cultural importante. No es raro apreciar los dilemas a que muchos de los estudiantes de la secundaria Liberty han de hacer frente para asumirse desenvueltamente en su condición. Es así que, en el caso más extremo, se nos hizo ver en 2019 que el propio Monty, un ejemplar de la “masculinidad” socialmente aceptada, manifiesta inclinaciones que le resultan imposibles de admitir como propias, lo que explica en parte su impetuoso comportamiento y su actuar al humillar a través de la sodomización a un compañero suyo, Tyler Down. Con todo, será un acto de amor homosexual (o su pretensión) lo que permitirá hacer justicia a su modo a su muerte, de la mano de su único y furtivo “enamorado”, Winston Williams, quien al decidir no llevar a cabo su venganza denunciando a los verdaderos asesinos de Bryce y exculpando de esta forma a Monty, hace posible la resolución terminante de todos los problemas de la serie y un nuevo amanecer para todos los personajes.

Como contrapartida a la situación anterior, se nos enseña de un modo bastante conmovedor que un canon de pareja diferente no tiene por qué revertir en una asunción traumática ni para el conflictuado ni para sus seres queridos. Ser gay, lesbiana, bisexual, transgénero, etc., por otro lado, tiene diferentes matices, y el carácter “estrambótico” que a menudo el discriminador retrógrado atribuye irrisoriamente y con malicia a quien no practica la heterosexualidad no es privativo del diverso sexual y responde a una mera estigmatización, lo que bien queda demostrado cuando se enseña en un cuadro armonioso la aceptación parental de una pareja de gais adolescentes (Alex Standall y Charlie St. George), cuya apariencia es de lo más sobria, sin sorpresa ni reservas en una cena familiar. Aunque esto puede resultar quimérico aún, al menos para el segmento geográfico en el que nos situamos, lo que se intenta transmitir es una utopía (en el sentido de un no-lugar todavía) donde la denuncia represiva de anormalidad, mal sustentada sobre el carácter “furtivo” (pero no por ello “ilegítimo”) con que los injustamente reprimidos cometen un acto que no responde a un estándar de sexualidad establecido (especialmente en aquellas sociedades donde la persecución y marginación social es todavía abierta y desregulada, y en las que los lastres culturales al respecto están muy arraigados en la identidad nacional), queda por fin desacreditada.

Control, coacción social y psicosis

Al comienzo de la cuarta temporada, el director de la secundaria (Gary Bolan) se entrevista con la presidenta del consejo estudiantil (Jessica Davis). Le pide su opinión en relación a medidas preventivas que sirvan al propósito de hacer sentir más seguros a los estudiantes de Liberty tras la serie de desgracias que se sucedieron desde el suicidio de Hannah Baker, que gatilla toda la trama de 13 Reasons Why. Pero el instituto, contrario a su nombre, estará lejos de ejercer la libertad y, aunque bienintencionadas, las medidas inspiradas por la consulta a la representante del alumnado, al no ser dialogadas en el tiempo ni sancionadas por los estudiantes, se implementan unilateralmente y sus efectos se dejan sentir, afectando en grado máximo al protagonista primerísimo, el buen Clay Jensen. Clay ha tenido que afrontar todas las muertes (y desencadenantes de las mismas al ponerse en el pellejo de las víctimas). Y aunque Hannah es en realidad la única víctima letal por antonomasia, al muchacho le cuesta ocultar el encubrimiento del asesinato de Bryce y la imputación de un crimen que no cometió a Monty y que costó igualmente la vida a este último. Su depresión psicótica no es, en absoluto, un artificioso deus ex machina del director de la serie.

Es en este punto donde la serie es susceptible de concebirse desde el punto de vista del control y la coacción sociales. No hay que reflexionar demasiado para dar cuenta del lamentable influjo que tuvo, por ejemplo, sobre Bryce el estereotipo (en tanto que modelo o ídolo social enquistado en el imaginario colectivo) del futbolista americano machista, cuya valía se mide en términos de fortaleza física, número de mujeres sometidas a él y actitud desafiante a quien sea que le rete (razonadamente o no); esto hace inviable cualquier sentimiento de culpa y apenas sí uno consigue leer su solidaridad para con el dolor de sus mártires. Luego en la asunción de que esta laya de winners ocupa una posición superior en la organización social, los demás, testigos y víctimas, se ordenan inconscientemente supeditados al estereotipo de una forma que les atemoriza contravenir, lo que hace comprensible también la ceguedad del mando educacional. Incluso dentro de la misma casta de Bryce, el propio Monty tiene que poner mordaza a su existencia a fin de ser investido por la aprobación de sus pares, lo cual retroalimenta positivamente su complejo y con ello el “varonil” salvajismo característico de su tipo. De ahí las explosiones patológicas que desencadenaron la muerte de Hannah al comienzo y sucesivamente, entre otros, la intentona de masacre colegial de Tyler, el crimen de Bryce por parte de Alex y el encubrimiento e imputación de Monty por parte del resto. Las cámaras y demás dispositivos de seguridad que se instalarán en la escuela no harán en la conclusión sino acentuar la crisis y engendrar un inevitable bombazo de la juventud, que ya no quiere ser encasillada en el modelo juvenil de quienes le preceden; ellos quieren ser en otro sentido.

Salvemos, por último, que los procesos de control están orientados, como sabemos, a la corrección de las desviaciones en la razón de ser de un sistema. En los sistemas sociales denominados “democracias”, dichos procesos debieran construirse en franco diálogo con la ciudadanía. De otra manera, la intervención exclusiva de la autoridad puede redundar en un control inefectivo, que solo produce satisfacción en quien lo aplica, precisamente por apreciar su consumación, pero no en los depositarios de ese control, que no sienten plenos ni adecuados sus efectos. Por supuesto, no se trata aquí de culpar al sistema sin más, eximiendo de responsabilidad a los individuos, como es la que deben ejercer al final los protagonistas para estar a la altura del encubrimiento deliberado del crimen vengativo cometido por Alex: tal ilícito solo valdrá la pena, al decir de ellos, en la medida que nunca más cometan algo semejante y dediquen sus vidas a ser tan felices como puedan. Sin perjuicio de lo anterior, hay un hecho que es innegable y que creo constituye una de las más importantes moralejas extraíbles de la serie: quien tiene a su disposición los mecanismos ejecutivos de la soberanía tiene un compromiso que es mayor a cualquier subconjunto del colectivo social, por cuanto le han sido confiadas formalmente acciones que tienen repercusión inmediata sobre todos los sujetos y se ha declarado apto para ostentar este atributo con todo lo que eso implica. Así, en definitiva, si el cuerpo directivo de Liberty hubiera usado como referencia, en su gestión, la libertad de sus estudiantes más bien que la suya (ya en obsolescencia), tal vez Hannah Baker nunca hubiera grabado sus 13 razones mortales y Netflix no nos habría arrancado emociones tan misceláneas con esta singular producción.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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