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Tom Ginsburg, experto constitucional de EE.UU.: «Todos deben renunciar a algo, nadie obtiene todo lo que quiere» CULTURA

Tom Ginsburg, experto constitucional de EE.UU.: «Todos deben renunciar a algo, nadie obtiene todo lo que quiere»

El profesor de derecho constitucional de la Universidad de Chicago y asesor internacional en la materia, dio una charla en la Universidad de Chile, donde expuso sobre los puntos más importantes dentro del proceso constituyente que enfrentará el país durante los próximos meses. Si el proceso constituyente funciona, aventura Ginsburg, podría ser un modelo para otros países, «pero es un puente muy difícil de cruzar». «Hay un tercer modelo entre el socialismo bolivariano y el neoliberalismo total, y sus características es lo que está en discusión. Creo que hay espacio de negociación para que todos queden satisfechos y reiniciar la República de Chile».


El trabajo de la comisión técnica en el Parlamento para la futura Convención o Congreso Constituyente será clave para su éxito, destacó el académico estadounidense Tom Ginsburg, quien estuvo de visita en Chile.

Ginsburg dio el martes pasado la charla «Claves para el proceso constituyente» en la Facultad de Economía y Negocios (FEN) de la Universidad de Chile, donde expuso sobre los puntos más importantes dentro del proceso constituyente que enfrentará el país durante los próximos meses, tras ser invitado por el Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES).

El académico es profesor de derecho constitucional de la Universidad de Chicago y ha asesorado a diversos países en procesos de cambios y reformas constitucionales.

«Momento histórico»

No es la primera vez que el especialista está en el país. De hecho ha venido varias veces en la última década, lo que es muestra del interés que ha habido en el tema en todo este tiempo.

La última vez había sido en julio, «pero el país ha cambiado mucho desde entonces. Veo muchos grafitis en las calles y en la radio se habla de reforma constitucional. Es un momento importante en la historia de Chile».

De hecho, Ginsburg estuvo durante el Gobierno previo de Michelle Bachelet, que intentó un fallido proceso en pos de una nueva Carta Magna, para hablar sobre lo que pueden hacer las constituciones.

La Constitución de 1980

El objeto de Bachelet fue lidiar con la Carga Fundamental que dejó la dictadura, con una serie de amarres que dificultan su reemplazo.

«La Constitución de 1980 tenía un diseño que no es usual en el mundo: fue creada en una dictadura para gobernar una democracia», lo que ha causado una «inquietud» desde entonces. «Y aquí estamos», dice Ginsburg.

Él la califica como una «Constitución autoritaria transformacional», originada «cuando un gobierno autoritario tiene una Constitución para volver a la democracia, pero también para limitar lo que puede hacer la democracia». No solo existió en Chile, sino en otros países, como Panamá y Turquía.

«La característica es que contienen los mecanismos institucionales para mantener intactas ciertas políticas. Aquí tuvieron durante mucho tiempo el sistema binominal, las leyes orgánicas, que preservaron por un tiempo los intereses de los militares, pero obviamente, a medida que pasa el tiempo, cambia la sociedad, y esas protecciones desaparecen», precisa.

«Creo que fue una Constitución muy exitosa para sus creadores, para los objetivos que se propuso lograr, como regresar a la democracia y preservar ciertos intereses del régimen (de Pinochet). Y lo logró. Uno puede estar en desacuerdo con esos objetivos, pero lo lograron», apunta.

Obviamente, la economía también era parte de esos intereses.

«El principal era el estatus de Chile como un mercado relativamente libre, con una protección muy fuerte de ciertos derechos de propiedad, y límites a la redistribución, en el sentido de que ciertas leyes requieren una supermayoría», agrega.

A 40 años de su creación, Ginsburg destaca que, según sus investigaciones, que la mayoría de las constituciones dura un promedio de 19 años.

«Es muy poco, tal vez demasiado corto, pero 40 años es suficiente para que una Constitución cumpla con aquello para lo cual fue diseñada por sus creadores. Ahora, la sociedad cambió».

El fracaso de Bachelet

Conocedor del proceso de Bachelet y su proceso constituyente, cree que en su momento la Mandataria trató de captar «la imaginación» del ciudadano con sus cabildos, «algo bueno, porque hay que involucrar a la gente», pero «no era el momento».

«Ahora, con las manifestaciones y la violencia, hay una sensación de crisis. Eso produjo la respuesta. Es muy malo que haya tenido que llegar a esto», señala.

Agrega que la baja popularidad de Bachelet además le pasó la cuenta a su proceso constituyente.

«No puedes hacer una reforma constitucional si tienes una popularidad tan baja. Eso no va a pasar. Tenemos muchos ejemplos de proyectos fracasados de ese estilo, de presidentes que perdieron su popularidad e intentan tener un último respiro con una reforma constitucional. Nunca funcionó. Necesitas un gran acuerdo para tener una Constitución», recalca, y cita ejemplos como Taiwán. Allí también se quería cambiar una Carta Magna que se asociaba con el régimen anterior.

La prescindencia de Piñera

¿Cómo afecta al proyecto constituyente, en ese caso, la baja popularidad del actual Presidente?

«Creo que de alguna forma es útil para el proyecto constitucional, porque nadie percibe que la reforma sea producto de este Mandatario. Es producto de todos los partidos que firmaron el acuerdo de paz social, en respuesta de las demandas actuales de la sociedad. Así que no creo que importe, incluso podría ayudar, porque la gente sabe que el satu quo no es aceptable».

¿Puede Sebastián Piñera, en ese sentido, liderar el proceso constitucional, tomando en cuenta que aún le quedan dos años?

«En vista del cronograma, no es un tema de que lo lidere o no», responde.

Lo que sí importa, en sus palabras, son los detalles de la Convención Constitucional, específicamente aquellos que se trabajan en la comisión técnica. «Ella determinará lo que suceda, en varias maneras», sostiene.

Coyuntura de Constitución

Aunque es usual que las constituciones nazcan en una coyuntura de crisis, también puede ser producto de un acuerdo de paz (por ejemplo, cuando ha habido una guerra civil) o ser una mera reforma técnica, como ocurrió en Suecia en 1974.

«Creo que el desafío que enfrenta Chile –incluso podría ser el primer país en enfrentarlo– es usar la reforma constitucional, en democracia, para crear una nueva base social, un nuevo contrato social. Creo que los problemas que enfrenta Chile los enfrentan muchos países: una creciente desigualdad, insatisfacción con el modelo actual, sin que haya nacido uno nuevo. Hay muchas demandas de cambio, sin una solución obvia», dice.

Si el proceso constituyente funciona, aventura Ginsburg, podría ser un paradigma de cómo se redacta una en las actuales circunstancias y convertirse en un modelo para otros países, «pero es un puente muy difícil de cruzar. Si no funciona aquí, dudo que lo haga en otro lado».

Expectativas

Sobre las expectativas de la nueva Constitución, el académico pide recordar que las cartas magnas están hechas de papel.

«En sí mismas, no redistribuyen dinero ni reducen la corrupción», advierte. «Lo que hacen es fijar una estructura gubernamental que idealmente debe responder a la gente», plantea.

Admite que es difícil hacer predicciones, pero tiene razones para pensar que Chile tendrá éxito por los activos que posee el país: gente relativamente bien educada, una tradición de Estado de derecho y un gran consenso de que se necesita una nueva Constitución.

Sin embargo, al mismo tiempo, alerta que en el itinerario hay muchos obstáculos que podrían hacer descarrilar el proceso. Uno es que los partidos que se oponen al proceso logren una minoría capaz de bloquear, «porque a menos que logren incluirlos, el proceso de redacción no irá a ningún lado, y eso causará más frustración».

Asimismo, cree que es necesario asegurar que la gente pueda participar con aportes e ideas.

«No significa que todo esté abierto al público, porque debe haber espacio para la negociación política, pero sí canales de comunicación con y desde los redactores sobre lo que está pasando. Creo que eso es clave y dependerá de lo que haga la comisión técnica».

Una de las cosas que, en su opinión, debe asegurar, es la participación de sectores como las mujeres, los jóvenes, los indígenas, que –cree– pueden ser incluidos, entre otros espacios, en comisiones asesoras, donde podrían servir como canales de transmisión de las inquietudes de sus comunidades.

«Todas las nuevas Constituciones reconocen a los grupos marginalizados y esta no debiera ser la excepción», remata.

El temor de Venezuela

Uno de los temores frente a la nueva Constitución ha sido el ejemplo de Venezuela. El presidente Hugo Chávez, elegido en 1998, promulgó esa Carta Magna apenas un año después y hoy ese país se encuentra en una situación difícil.

Sin embargo, para Ginsburg hay fuertes diferencias entre ambos países. Una es que en dicho país, al asumir Chávez, los partidos tradicionales habían prácticamente desaparecido, mientras Chile aún cuenta con partidos fuertes.

Además, en nuestro país «el riesgo actual no es una erosión democrática, sino hacer que la democracia responda a las demandas» de la sociedad.

Los dos tercios

En cuanto a la discusión del debate de los dos tercios, afirma que la elección de esta mayoría no es inusual. Recuerda que, en el caso de Sudáfrica, se apelaba a un «consenso suficiente», que implicaba que si los dos grandes bloques estaban de acuerdo, ello era suficiente.

«Una Constitución incluye leyes fundamentales, así que no está mal tener dos tercios como condición. El tema será si en la Convención los partidos están dispuestos a trabajar juntos en medio de las demandas de la sociedad, porque la gente no estará contenta si no hay una nueva Constitución. Eso puede cambiar, pero es la situación actual. Habrá un riesgo si ponen sus intereses por encima de los del país».

Si bien la Constitución de 1980 es fruto del sector conservador de Chile, Ginsburg cree que se deben conservar sus aportes, como la segunda vuelta electoral para garantizar un gobierno mayoritario, o los derechos incluidos en el artículo 19, que incluyen el derecho a la vida, a no sufrir apremios ilegítimos, etc.

En su opinión, en asunto de fondo es «la cuestión social». ¿Cómo tener una Constitución que articule los deseos de la gente sobre el modelo de sociedad que quieren?

Un ejemplo son los derechos de propiedad. Aunque a Ginsburg le parecen bien, cree que algunos parecen un «regalo» a ciertos grupos de interés. «Eso hay que mirarlo con mucho cuidado», subraya.

¿Cree Ginsburg que los grupos de interés renunciarán a sus privilegios?

«Es una negociación política», responde. «Hay que ver cómo transcurra la elección de octubre. Si otorga un claro mandato para el cambio, los grupos minoritarios deberán ceder, no tendrán otra opción. Hay un tercer modelo entre el socialismo bolivariano y el neoliberalismo total, y sus características es lo que está en discusión. Creo que hay espacio de negociación para que todos queden satisfechos y reiniciar la República de Chile. Todos deben renunciar a algo, nadie obtiene todo lo que quiere, pero al mismo tiempo hay que evitar que una parte se dedique estratégicamente a bloquear todo».

«Debe haber una renegociación del contrato social. Ese es el desafío, aunque creo que se puede enfrentar. Todas las sociedades deben actualizar sus constituciones cada cierto tiempo. Es improbable tirar todo por la borda, el tema es cómo conservar lo bueno y desechar lo malo, y articular algo que entusiasme a la mayoría de los chilenos en esta nueva era».

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