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Alberto Cecereu: “El poeta no es el centinela del pueblo, ni tampoco el profeta de las masas, menos en los tiempos de hoy” CULTURA

Alberto Cecereu: “El poeta no es el centinela del pueblo, ni tampoco el profeta de las masas, menos en los tiempos de hoy”

En esta entrevista a propósito sobre su último libro, «El delirio» (Editorial Filacteria, 2019), el autor profundiza acerca de los símbolos de este nuevo poemario, el concepto de normalidad, de disidencia sexual, la locura y la muerte, el rol de la poesía, temas que no dejan de ser relevantes sobre todo en estos tiempos convulsos, de crisis social y política en este Chile recusado.


“Seamos animales. Seamos bestias. Seamos mutantes. De esos que crecen y crecen como carnaza de los sentimientos que no existen”,

Extracto del libro.

Alberto Cecereu (Valparaíso, 1986) es poeta y profesor, licenciado en Historia y Educación. En 2005 publica su primer libro de poesía, Noticias sobre la Inmanencia (Ediciones Altazor), Los Exaltados (2016) por la misma editorial, y Los Ermitaños, plaquette publicada por Trizadura Ediciones (2018).

Conversamos sobre su último libro, El delirio (Editorial Filacteria, 2019), para profundizar acerca de los símbolos de este nuevo poemario, el concepto de normalidad, de disidencia sexual, la locura y la muerte, el rol de la poesía, temas que no dejan de ser relevantes sobre todo en estos tiempos convulsos, de crisis social y política en este Chile recusado.

-¿A qué se debe el título «El delirio»?

-El delirio es el cuerpo y la mente ingobernables. Enviados a la cascada de la libertad total. Y claro, eso tiene doble sentido, o múltiples sentidos. El delirio es la libertad total, pero también puede ser la demencia. La alucinación. La locura. La desnudez. La brutalidad. Por tanto, en este libro, pareciera documentar la experiencia de un “alguien” que es internado en un psiquiátrico, y retrata todo ese camino. 

-¿Cómo se gesta este libro?

-Este no es un libro de poemas pensado como una recopilación de escritos unidos por una estética en común o en su defecto, un habla en común. Sino que, documenta una historia, un proceso, y en esa documentación, busca crear una estética de los caídos. A partir de aquello, trabajé los textos, los versos y las intervenciones, como parte de un todo, considerando “el todo” como el universo de un personaje en el libro retratado, que mira, escucha, lo atraviesa y lo enferma. 

Rescato noticias reales como las de Yancarla o la historia de Villa Serrana en Uruguay; la primera sobre los crímenes de Estado perpetrados en los centros SENAME, y la segunda sobre la violación y asesinato de un niño, algo que pareciera común y naturalizado en nuestra Latinoamérica. También traigo a Til Til, la comuna de la Región Metropolitana, Chile, que reúne en sí misma todos los abusos del Estado y el sistema cleptocrático que ha gobernado este país desde la dictadura hasta la actualidad. Además, hay un panóptico que pareciera mirar y observar al paciente psiquiátrico y otro que relaciona la historia con los personajes que aparecen e incluso conmigo, interpelándome. 

Por tanto, el libro es un objeto que debe ser leído y entendido como una totalidad y no por fragmentos. Eso fue perfectamente entendido por Filacteria con quienes fuimos, en conjunto, definiendo los cambios tipográficos, portada, etc. Ellos entendieron muy bien lo que quería, algo que cualquier artista debería agradecer enormemente. 

-¿Cómo se vincula tu libro con la locura?

-Vivimos en un mundo gobernado por psicópatas y ladrones. Nunca en la historia de la humanidad habíamos estado tan hegemonizados por ellos. Y han sido ellos, los que han creado un discurso –con sus respectivos dispositivos de control y opresión– quienes nos han llevado voluntariamente a estar mentalmente enfermos. Sí, no nos han obligado. Nos convencieron de que debíamos enfermarnos por el “bien común”. Que a todo esto, no hay nada más fascista y ultraconservador esa estupidez del “bien común”. 

Así que, el que detesta, el que protesta, el que dice las cosas a la cara, el creativo, el desobediente, y mejor aún, el disidente, en general es declarado demente, loco, algo que Foucault dijo incansablemente. Por tanto sí, hay un ejercicio de resignificación, toda vez que en este delirio el personaje ve mundos nuevos, se le esclarece todo, es capaz de renunciar a sí mismo y también aumenta sus deseos de desobedecer. 

-Este libro tiene mucho de apocalíptico, ¿fue consciente?

-¿Cómo no será consciente si lo ves todo el día, todos los días, desde que tengo uso de razón?

Pero hay un detalle. El apocalipsis es un tránsito. En la Biblia se acaba el mundo para que venga el reino nuevo de Jesús en el Universo. En la actualidad – ya que al final Jesús no llegó ni en carreta de mulas– veremos arder el mundo, caerse a pedazos, para hacer nacer algo nuevo. Es irremediable. 

-Planteas una mirada crítica y escéptica al rol o estatus del poeta, ¿qué puede al respecto? 

-Ho Chi Minh era poeta. Y su nombre, el cual se lo colocó a sí mismo, significa: “el que ilumina”. Se tenía fe el hombre, y cuanto ego, ¿no?

No, no creo nada de eso en verdad. El poeta no es el centinela del pueblo, ni tampoco el profeta de las masas. Menos en los tiempos de hoy. Creo que, en verdad, la labor que tiene –como dije antes– es rescatar la estética de los caídos, que no es otra cosa que ayudar a crear el discurso de la disidencia y, por tanto, buscar la belleza donde ahí la clase dirigente y burocrática, nos dicen que hay fealdad y brutalidad. 

-A propósito de lo anterior, en tu poemario el poeta llega a una clínica psiquiátrica, ¿qué significa esa imagen? 

-La clínica es nada más y nada menos que el matadero de los chanchos. El resumidero de caca de la sociedad. El que busca redención ahí, está cagado. No creas esos cuentos mitológicos. Un psiquiátrico, es un lugar como la mierda, donde llegan los olvidados, y los dejan ahí, mientras los otros vuelven a su normalidad para contribuir “al bien común”. 

-También hay un gesto de profanación en tus poemas…

-La profanación es uno de los actos más libres y de mayor rebeldía que pueden existir en nuestra sociedad. Esto, ya que no sólo se profana lo que para uno pudo significar valioso y sagrado, sino también para la comunidad. Por tanto, el insulto no es sólo para los administradores de lo sagrado sino que también para la feligresía. Pervertir lo sagrado es romper el círculo de la comunidad, para que la comunidad en un acto de espanto sea capaz de mirarse a la cara como seres finitos y mortales. Escapar de la hipnosis de la clase sacerdotal. Profanar, por ejemplo, es decir que las estatuas de Jesús, con su cuerpo semidesnudo, fibroso y brillante, es una invitación erótica de mirar a Dios con deseo. Algo así, como mirarlo y querer follar. En ese acto hereje, hay una belleza inconmensurable. 

-¿Cómo se plantea la relación entre cuerpo y política, en términos de disidencia sexual

-¿Durante cuántos años nos vienen violando y abusando? No sólo las Iglesias, el Estado, el patrón del fundo, sino también el tío, el abuelo y el hermano mayor. Y no tan sólo los hombres, sino también las mujeres. Una sociedad abusada y violada. Ultrajada. Pero que al mismo tiempo que es ultrajada, normativizó el abuso. 

Ante eso, y agradezco tu pregunta, la disidencia sexual es la labor política que hoy debemos construir. Y sin miedo a decirlo, te digo en seguida, que es lo contrapuesto a la diversidad sexual que tan de moda está ahora. Los que luchan por la diversidad sexual lo piensan desde la normalización heteropatriarcal de lo diverso, con tal que encaje en esta sociedad. La disidencia es también sexual, toda vez que resignifica, renombra y vuelve a crear un nuevo sentido de lo hetero, de lo fleto, de lo bisexual, de lo marimacho, de lo cola, de lo trans. El esfuerzo disidente tiene por sentido atacar la norma sexual en la cual nos han educado y formado, e implicaría proclamarse antipolítica, es decir en contra del poder del cuerpo. No hay nada más antipolítico que la poesía y nada más disidente sexual que la poesía delirante. 

¿Crees que el sentir, el dolor, la experiencia, una sexualidad no normativizada, incluso la animalidad, son posibilidades reales de humanidad? 

-La sociedad de los normales está toda empastillada, falopeada, reventada de cerveza, llena de frustraciones, repleta de inseguridades, y con ganas diarias de que la atropelle un tren. Si eso es normal, péguenme un tiro en el pelotón de fusilamiento. 

Es urgente generar los fundamentos para un humanismo nuevo. Yo no tengo la receta, ni menos la densidad filosófica para aquello ni tampoco es el objetivo de esta conversación profundizar en ello. Nietzsche, ante el destino del hombre de que la crisis que venía sería la más honda colisión, dijo que el hombre debía ser dinamita. Quizás ahí hay una pista. 

-¿Crees, parafraseando a Nietzsche, que la locura no es sino el acceso al conocimiento total? 

-En El delirio hay un pesimismo total. Como te señalé antes, el psiquiátrico es un matadero. No hay redención. Al final, el poeta encuentra la muerte. Hay fatalidad. No hay salida. Porque busca retratar la realidad, no lo ideal. 

Sin embargo, concuerdo con Nietzsche en el campo de las ideas. La locura puede ser un camino, no sé si al conocimiento, sino quizás a algo más parecido a la iluminación que enseñara el Buda Gautama. Porque al fin y al cabo ¿qué fueron los profetas sino locos de remate? 

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