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Realismo, política y sociedad en “Trabajo de campo” de Jaime Pinos CULTURA|OPINIÓN

Realismo, política y sociedad en “Trabajo de campo” de Jaime Pinos

Ramiro Villarroel Cifuentes
Por : Ramiro Villarroel Cifuentes Poeta, escritor y productor ejecutivo para cine y TV. Vive y trabaja en Temuco.
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“La poesía como

TRABAJO DE CAMPO

El poema como

ESTADO DE COSAS

El poeta como

NARRADOR OBSERVADOR”

Jaime Pinos

Brutal, apabullante en su crudeza y realismo es lo que apreciamos en “Trabajo de campo”, esta contundente antología que abarca los cuatro libros de poesía que Jaime Pinos ha publicado hasta el momento: “Criminal”, “Almanaque”, “80 días” y “Documental”, capítulos que nos brindan una mirada crítica y desgarradora sobre las dimensiones jurídica, política, ecológica y económica de un país capturado por un sistema impuesto, como todos sabemos, por el poder global, que nos está llevando al despeñadero social gracias a sus magníficas ilusiones de grandeza, funcionamiento y productividad. Es esta una poesía de la lucidez, inserta en una tradición literaria chilena contemporánea que podemos establecer en figuras como: Nicanor Parra, Elvira Hernández, Enrique Lihn, Gonzalo Millán, José Ángel Cuevas, Clemente Riedemann y Bruno Vidal, genealogía con intereses en lo social, en las cuestiones relativas a lo colectivo. 

[cita tipo=»destaque»]“Trabajo de Campo”, impecable selección de Rolando Martínez Trabucco, nos entrega una mirada de la obra de Jaime Pinos en que podemos acceder al lúcido y crudo realismo, donde se dan cita el crimen, el horror, la desigualdad, el abandono, lo indigno, el suicidio, la muerte, la pobreza, la enfermedad, la segregación, la ecología y sus desastres en un marco político y social que da cuerpo a una experiencia de país azotado por la depredación del poder.[/cita]

En “Criminal”, el primer capítulo del libro, entramos al escabroso mundo de “El Tila” en versos que nos ilustran sobre el prontuario de este personaje lleno de asaltos, violaciones, robos y asesinatos que el autor define como “El Gran Violador,/ el que vino a perturbar el sueño, nunca más tranquilo,/ de las niñas inocentes”, en un sutil giro a la letra del himno de carabineros de Chile, los que juran proteger al débil. Este mismo personaje es el que “Asesina a cuchillazos a una menor de quince años,/ devorando luego sus entrañas./ Descuartiza y quema su cuerpo junto a una vía férrea/ cercana a su domicilio”. La víctima y el victimario, la presa y el cazador, el miedo como la espesura atmosférica de estos poemas. Así mismo, el interesante cruce entre indicios “Una colilla con saliva del atacante/ encontrada en una de las escenas del crimen” y recompensas “Dos millones de pesos en efectivo/ o el indulto presidencia/ como precio por su cabeza”, nos remite al lejano oeste que vivimos en nuestro propio país. Más adelante, en un cambio de perspectiva, el autor toma la voz del criminal para decir en el poema “Discurso del resentimiento” que “A los otros les tocó el premiado./ A mí, sólo una mierda de vida/ (…)  la miseria, qué duda cabe, es un mal hereditario/ (…) yo soy la cosecha./ Yo soy lo que sembraron” y, en un lapso reflexivo, la voz sigue: “El criminal no nace, se hace./ y el camino de la abyección es un largo aprendizaje/ que, para muchos como yo, coincide con el de la supervivencia” y, en una especie de arte poética, la voz nos dice que “la violencia fue mi estilo,/ los golpes recibidos/ mi principal influencia”, cuestión que nos hace recordar que este personaje se destacaba entre los de su mundo delictual por practicar los oficios de la poesía, gracias a lo que se consiguió ya en la cárcel la máquina que usó para quitarse la vida: “Desconectará el cable de la máquina de escribir eléctrica./ Atará un extremo alrededor de su cuello/ y el otro a los barrotes de la minúscula ventana”, relatándonos los últimos momentos de la vida del Tila o más bien la relación de hechos de su suicidio. Una historia que perfectamente podría entrar a constituir parte de “Vigilar y castigar”. 

En “Almanaque” el autor nos coloca frente a la desigualdad y el drama en que la vejez y la pobreza sume a las personas en historias de abandono, como cualquiera de las que uno se encuentra en los noticiarios en que adultos mayores o ancianos viven en la más completa desprotección, en la indignidad, como en el poema “Matar a los viejos”: “Vecinos encontraron un cadáver de hombre que estaba siendo devorado por perros en Colina”.  Pobreza, abandono y muerte, reflejo claro de una sociedad que no se hace cargo de las personas con necesidades, en un clima de competencia donde los perdedores no tienen salida. Pero en este capítulo la muerte no tiene sólo esta faz, sino que se muestra también, una vez más, como suicidio, en la imagen de una mujer desesperada: “Pamela Pouchard (24)/ ingresa a uno de los baños/ cierra la puerta, corre el seguro,/ con un cuchillo cartonero/ se corta el cuello, los antebrazos,/ sangra, sangra,/ hasta consumar el suicidio”. Datos, insumos que podrían servir para los análisis de un contemporáneo Emil Durkheim: “Mucha gente deprimida, solitaria,/ los adolescentes se suicidan con mayor frecuencia,/ los viejos suelen morir en el abandono absoluto,/ proliferan los teléfonos y las farmacias”, porque en una sociedad enferma, abundan los fármacos y las medicinas. 

En “80 días” el foco de interés de la poética de Pinos se desplaza hacia la problemática de la ciudad como conglomerado físico en que encuentra lugar la intimidad, el ocultamiento, la segregación, la publicidad, la conectividad, la indiferencia, lo pasajero, el erial, la exhibición y la desigualdad, todos elementos que reflejan las huellas de un cuerpo que la transita: “el extenso muro invisible que oculta a unos de otros, que los separa a uno y otro lado de la ciudad dividida. La vida está organizada según el principio de la competencia. El sistema productivo impone el individualismo a ultranza como moral e ideología”, texto de un profundo sentido sociológico que nos muestra las condiciones en que nos encontramos como sociedad, en que la urbanística  se trama como un código para entendernos como colectivo. Capítulo que nos da una visión sobre lo que es más que un libro gracias a las tecnologías que concentran el trabajo multimedia que el lector puede visitar en www.80dias.cl, lo que nos indica nuevas posibilidades para la poesía. 

En “Documental”, el último capítulo del libro, podemos observar una poética en que los desastres naturales son idénticos a los desastres políticos y sociales de los que se ha visto presa el país: “Los incendios son intencionales/ ¿Quién quemó quién quema este país?/ El gobierno culpa a las comunidades mapuche de iniciar el fuego en  Bío Bío/ (…) El país se quema/ ¿Quién quemó quién quema este país?/ ¿Cuándo se inició el incendio?/ El fuego se inició hace mucho tiempo aquí/ Tal vez con la bandera chilena hecha una flama/ Durante el bombardeo a La Moneda”, extracto que nos habla de una historia nacional del fuego y sus diferentes dimensiones en que también se aluden los libros quemados en dictadura, a Sebastián Acevedo y a Rodrigo Rojas Denegri, como víctimas del fuego patrio. 

“Trabajo de Campo”, impecable selección de Rolando Martínez Trabucco, nos entrega una mirada de la obra de Jaime Pinos en que podemos acceder al lúcido y crudo realismo, donde se dan cita el crimen, el horror, la desigualdad, el abandono, lo indigno, el suicidio, la muerte, la pobreza, la enfermedad, la segregación, la ecología y sus desastres en un marco político y social que da cuerpo a una experiencia de país azotado por la depredación del poder. 

TRABAJO DE CAMPO, Jaime Pinos, Editorial Aparte, noviembre de 2018, 88 páginas. 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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