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Libro «Nohualhue Ida & Vuelta» de Omar Lara: no hay muerte en la memoria CULTURA|OPINIÓN

Libro «Nohualhue Ida & Vuelta» de Omar Lara: no hay muerte en la memoria

Ramiro Villarroel Cifuentes
Por : Ramiro Villarroel Cifuentes Poeta, escritor y productor ejecutivo para cine y TV. Vive y trabaja en Temuco.
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La empresa de reunir cincuenta años de producción poética refleja una apuesta editorial que rinde tributo a uno de los autores de la generación de los sesenta que se merece estar entre los grandes de la poesía chilena actual, quien fuera merecedor del Premio Nacional de Poesía Jorge Teillier que le entrega la Universidad de la Frontera. Una poesía que nos brinda múltiples aspectos, miradas y experiencias de la memoria relacionada al amor, a lo político y lo vivencial, conjunta en el volumen “Nohualhue Ida & Vuelta. Poesía 1964-2016” de Omar Lara.

Desde su primer libro “Argumento del día” (Editorial Padre las Casas, Temuco, 1964) ya vislumbramos una de las temáticas predominantes en la obra de Lara que es la memoria, dimensión humana y literaria que toma múltiples formas de relacionarse al ámbito del amor amoroso, como cuando dice que: “en mi pueblo/ sin luna/ donde el amor florece/ a tientas/ de vez en cuando lírico/ sensitivo/ sonámbulo/ me suele suceder/ que te recuerdo”. Junto a la memoria, así mismo, la interrogante, el tanteo, el saber y el expresar que no se sabe da paso al poeta para investigar mediante la creación: “Porque después de todo/ qué vale más/ no importa tanto,/ a penas/ como de aquí a la muerte./ Porque después de todo,/ porque antes,/ porque encima y al/ lado de las cosas,/ porque al final/ no estamos más que preguntando.// No estamos más que preguntando”. Ese mismo año el autor publica “Los buenos días y otros poemas” (Ediciones Trilce, Valdivia, 1964) donde conjuga otro aspecto de la memoria relacionada a momentos de la niñez y la aldea, que evidencia su cercanía a la filosofía política teillierana en versos como: “me vi corriendo sobre el pasto/ entre las margaritas de Imperial”, libro en que también abundan poemas que hacen alusión al cuerpo y la metafísica: “Hay/ sobre todo/ el estupor de la nada tras los poros/ de tu cuerpo”, a la muerte y el suicidio, el hijo y otra de las dimensiones que el poeta trabajaría a lo largo de toda su obra como es el paisaje tanto físico como espiritual: “todavía existe ese lugar, está cambiado/ pero existe”.

[cita tipo=»destaque»]Nohualhue, lugar de origen del poeta que lo proyecta a muchos otros lugares y al cual vuelve para reunir su obra y reunirnos en torno a la ternura de un canto que adopta múltiples formas, es una seña de dignidad y entereza frente a los embates de una realidad humana despreciable, pero que mantiene el amor frente a los suyos, que son también los que pueden leer su poesía.[/cita]

En el libro “Oh buenas maneras” (Editorial Casa de las Américas, La Habana, 1975) se puede sentir la amenaza ya no latente sino que real de la dictadura, donde se muestra al ser y a la ciudad como entidades y contextos devastados, decadentes, como en el poema “Yo no puedo vivir en la ignorancia”: “Prohíbese cobijarlo en su casa/ saludarlo, viajar en el mismo bus”, donde las personas, por ideología, portan una nueva forma de lepra esta vez simbólica. Más adelante, en el mismo libro, se refiere a un aspecto crítico de la memoria: “el hombre sabio exhibe una emocionante/ inclinación/ hacia el equilibrio perfecto./ En complicidad con la débil memoria” y es así que la memoria, la mala memoria es el disfraz del espíritu falso y de las buenas maneras que actúa: “he ahí un miserable debería decirle miserable/ debería escupirlo/ le sonrío no obstante”, expresión que desenmascara el cinismo de toda una sociedad que prefiere el engaño y la mentira a la verdad, por más personal que sea. Otro aspecto muy interesante en este libro es el complejo que forma la reunión en un mismo poema de elementos relacionados a la poesía lárica, la memoria y la referencia al origen: “Fuera de un memorable viaje a Valparaíso/ mis abuelos no tuvieron otro cielo que el de/ Nohualhue,/ no pisaron otro suelo que el de la huerta/ victoriosa/ y las polvosas calles de Imperial” del poema “Estos Cielos” escrito en Lima, poema y libro en los cuales comienza una escritura fuertemente misiva, potenciando el mensaje de que su escritura es una escritura del exilio, así como también podemos leer poemas dirigidos al dictador como en “Apunte para un retrato general”: “Un zafio, incivil, magro de seso/ paséase/ medallitas le cuelgan como hilachas sebosas,/ la baba que le gotea confúndese con sangre”.

En el libro “Crónicas desde el Reyno de Chile” (Editorial Buletinul, Bucarest, 1976) el poeta arranca con un poema desgarrador en que realiza un juego de alto contraste  cuyo dramatismo se intensifica al sobreponer imágenes de suplicio y muerte junto a escenas de amor y gozo enmarcado ambos en una estación que se destaca por ser dadora de vida: “Vengo de la primavera de Chile./ Por entre las rejas de las cárceles/ se ve el verde magnífico/ (…) Vi a varios amigos míos/ bajo el suave sol de noviembre/ y los vi por última vez./ Los asesinaban en el alba/ cuando el amante furtivo/ se despide entre los cerezos”. En este libro, como lector, uno queda verdaderamente horrorizado, demacrado ante la crueldad del ejercicio de la dictadura en la mente, el espíritu y el cuerpo del poeta mismo y de sus compañeros de ruta y letras, como en el poema “A veces escribo una carta” en cuya dedicatoria puede leerse: “A la memoria de Héctor Valenzuela, asesinado en octubre de 1973, junto a Hilda, su esposa, y Claudia, de 6 años, hija de ambos”, en el que escribe “A veces escribo una carta/ y se me ocurre preguntar/ a dónde debo dirigirla”. Muchos de estos poemas, huelga decirlo, están escritos mientras estuvo recluido en la cárcel de Valdivia. En “Islas Flotantes” (Editorial Cartea Romaneasca, Bucarest, 1980), uno de los temas más importantes es el ensañamiento de la dictadura en contra del mundo de la literatura: “Ha mucho no se lee en la ciudad,/ los libros ardieron en pilas fantásticas/ y ante toda letra escrita/ los habitantes bajan la vista/ llenos de confusión y vergüenza”, libro en que se mantiene la forma misiva de forma negativa: “en mi casilla de correos crece el musgo”.

Ya entrado el siglo XXI el poeta nos entrega un libro en que despliega toda su amplitud poética en uno de sus títulos más conocidos: “Voces de Portocaliú” (Editorial Universidad de Concepción, Concepción, 2003), donde expone los temas que más destacan en la poética lariana: “La historia se detuvo en la puerta/ de las ciudades de miseria/ bocas quemadas por el silencio/ cuerpos sitiados en el vacío/ polvo de huesos en el aire.// Hace frío en Portocaliú/ un frío de sábado solo/ los jóvenes desesperados/ bailan solos y desesperados/ una música desesperada./ Hace frío en Portocaliú/ (…) Son muy extrañas esas cosas/ que a veces tomamos por ciertas/ y hay verdades aborrecibles/ en el pozo de la memoria”. Poema de la desolación, de la desesperanza en que la memoria tortura a quien la porta, que se asume como un viajante que todos ya sabemos surca espacios, tiempos y paisajes, a partir de la dictadura, contra su voluntad como nos lo dice en el poema “Diario de Viaje”: “Yo vivía en un barco/ de hecho/ sigo ahí/ para siempre”. Pero uno de los aspectos que más destaca en este libro es su veta teillierana, donde el poeta escribe que “¿La poesía para qué puede/ servir sino para encontrarse?”, libro que concentra su trabajo poético en torno a la memoria en versos como: “Entonces, a dónde dirigir la mirada/ sino al pájaro mordaz de la memoria/ que escribe en la sangre/ y se ahoga en la sangre. Y se ahoga”.

Más adelante, en el libro “La Nueva Frontera” (Editorial Universidad de Concepción, Concepción, 2007), cuyo título nos muestra la posibilidad de un más allá, quizá inexplorado, también se nos muestra la memoria en otro aspecto: “Algo para respirar/ yo estoy sin mascarilla/ y nado en la memoria /(la memoria de quién/ de quién de los que fui)/(…) dirás que nada sirve/ qué puedo decir yo/ pero es todo tan círculo/ y es todo tan herida”, porque el eterno retorno y el dolor se hacen carne en quien está atento a los signos del universo que se tatúan en la piel de quien vive el cosmos en su peregrinación escritural, pero la memoria vuelve en otros poemas como en “Yo vivía tranquilo”: “Yo vivía tranquilo en mi guarida sacra/ y vino la memoria con su risa maligna/ la memoria feroz y malintencionada/ con sus piernas deformes y su pelo gusano/ arrastrando su libro de deberes y de haberes”. Una historia de horror, pero que de cualquier manera nos ofrece la hermosura de que, por terrible que sea, es una ofrenda de vida que se puede cantar.

Nohualhue, lugar de origen del poeta que lo proyecta a muchos otros lugares y al cual vuelve para reunir su obra y reunirnos en torno a la ternura de un canto que adopta múltiples formas, es una seña de dignidad y entereza frente a los embates de una realidad humana despreciable, pero que mantiene el amor frente a los suyos, que son también los que pueden leer su poesía.

Omar Lara, Nohualhue Ida & Vuelta. Poesía 1964-2016, Editorial Universidad de la Frontera, Temuco, 2017, 540 páginas.

Ramiro Villarroel Cifuentes. Escritor

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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